Igor Levit, el pianista que desafió los moldes de la música clásica
Durante el confinamiento, el músico experimentó la libertad de tocar por Twitter y se convirtió en una sensación al interpretar lo que quería, para quien quisiera escuchar y sin limitación de tiempo. Lo cuenta en un libro que precede a su próxima hazaña discográfica, un triple álbum dedicado a Shostakóvich
Decía Oscar Wilde que el castigo y la recompensa del crítico consisten en contemplar el alba antes que el resto del mundo. Eso debió experimentar Eleonore Büning, en mayo de 2010, cuando afirmó, dentro de un retrato de Igor Levit en el Frankfurter Allgemeine Sonntagszeitung, que no solo tenía todo lo necesario para convertirse en uno de los grandes pianistas del siglo, sino que ya lo era. El artículo causó estupor. Levit (Nizhni Nóvgorod, 34 años) había llegado a Alemania con su familia desde Rusia con tan solo ocho años. Se había formado en Hannover, aunque todavía no había obtenido por entonces el título en la Hochschule für Musik und Theater. Apenas había empezado a buscar agencia y carecía de sello discográfico.
Büning lo había conocido, en 2004, durante los Juegos Olímpicos de Piano de Kissinger. Era un chaval gordito y parlanchín que contaba chistes sin gracia, pero que cosechó el segundo premio. No obstante, fue en un viaje a China, seis años más tarde, cuando le impactó. Vio sus conciertos en salas deficientes con pianos imposibles (en Qingdao tocó en un viejo Baldwin con alguna tecla rota), pero siempre ante un público que lloraba de alegría. Así nació el fenómeno Levit. Un pianista que construye la música en su cabeza, antes de poner las manos sobre el teclado, pero que cuando lo hace es capaz de transmitir al público lo que toca con total intensidad, sin importar su complejidad o dificultad.
“Veo todo y percibo todo durante un recital, estoy conmigo y con los demás al mismo tiempo, detecto el ambiente, el estado de ánimo en la sala. Y si me doy cuenta de que estoy perdiendo la atención del público, entonces trato de recuperarla”. Lo dice Levit en su libro Hauskonzert (Carl Hanser Verlag), que acaba de publicar en colaboración con el periodista Florian Zinnecker. Una monografía que permite comprender su capacidad para trasladar ese magnetismo del directo a las retransmisiones por internet, pero también a los discos. “Planificamos el libro como una especie de diario de viajes, en donde podría ir respondiendo a las preguntas que me hacía Florian. Pero la pandemia lo alteró todo”, reconoce Levit por teléfono a EL PAÍS.
El libro comienza en diciembre de 2019 y termina en el otoño de 2020, pero también describe sucesos previos que combina con reflexiones personales. Un desorden cronológico ideal para comprender la carrera de obstáculos que ha sido su ascenso como músico. Habla de sus accidentes con Sokolov y Barenboim. El primero atacó su limitada paleta de dinámica y articulaciones, mientras que el segundo le dijo que debía fiarse menos de su instinto y madurar. Pero también recuerda la fascinación que suscitó en colegas como Hélène Grimaud, que le dijo que era especial. Efectivamente, Levit no encajaba en el molde de virtuoso al uso. Y su breve paso por la prestigiosa agencia HarrisonParrott es una buena muestra de ello. “Tenían una plantilla sobre cómo construir artistas y cómo deberían hacer sus carreras. Pero esa plantilla no funcionó conmigo”, reconoce.
En 2013, Levit encontró en Kristin Schuster a la agente ideal. Paciente, dialogante y extremadamente inteligente. Con capacidad para conducir los impulsos artísticos del pianista hacia proyectos realistas. Algunos resultaron llamativos, como su presentación estadounidense, que no tuvo lugar en el Carnegie Hall, sino en el Park Avenue Armory, tocando las Variaciones Goldberg, de Bach, dentro de un espectáculo de la artista Marina Abramovic. Pero quizá la persona más importante en la vida pública de Levit sea la que se encarga de sus relaciones públicas, Maren Borchers. La conoció en 2011 y pronto se hizo indispensable para un músico que además mantiene una intensa actividad mediática relacionada con la política.
Levit es muy activo en Twitter y se ha convertido en una figura relevante contra el ascenso de la ultraderecha, el racismo y el antisemitismo en Alemania. Su posición política, cercana a Los Verdes, a veces salpica sus actuaciones públicas. Llegó a pronunciar un alegato contra la elección de Donald Trump justo antes de interpretar la Sonata Appassionata, de Beethoven, en Bruselas. Levit no se calla ante las muestras de odio y las injusticias. Y sus encontronazos con la ultraderecha alemana derivaron en 2019 en varias amenazas de muerte que hizo públicas y denunció a la policía.
Anselm Cybinski es otra figura relevante en la carrera del pianista. Un productor que en su transición a Sony Classical descubrió, en 2011, a un pianista que tocaba las Variaciones Diabelli, de Beethoven, con una energía desconocida. Pero las conversaciones sobre proyectos discográficos fueron un desastre. El pianista no encaja en el esquema de una gran discográfica como Sony. Pero Cybinski insistió y en 2013 se arriesgó con un estreno poco habitual: un doble compacto con las cinco últimas sonatas de Beethoven.
El resultado es un éxito. Levit consigue transmitir en sus discos parte de esa urgencia que inocula a sus interpretaciones en directo. En 2014 grabó las Partitas de Bach, siguió con un monumental conjunto de variaciones que incluyó las Goldberg y las Diabelli, pero a las que sumó una rareza muy significativa para Levit: El pueblo unido jamás será vencido, la serie compuesta por el virtuoso Frederic Rzewski a partir de la canción protesta de Sergio Ortega contra la dictadura militar de Pinochet. Esta grabación cosechó el prestigioso premio Gramophone al disco del año. Continuó después con un proyecto personal que tituló Vida y dedicó a la prematura muerte de su amigo el artista plástico Hannes Malte Mahler, con obras de su ídolo personal, Ferruccio Busoni, y hasta de Bill Evans. Nada extraño para un músico que tiene entre sus héroes al rapero Eminem y al pianista de jazz Thelonious Monk.
Sony lanzó en 2019 su celebrada caja con la integral de las sonatas para piano de Beethoven. Y el próximo 10 de septiembre publicará su nuevo lanzamiento, un triple disco dedicado a Shostakóvich, con sus monumentales 24 Preludios y Fugas op. 87, a lo que ha añadido otro reto personal: la Passacaglia on DSCH, de Ronald Stevenson. “Suelo tener una lista con las obras que quiero grabar, después de haberlas tocado en concierto, y cuando pensamos en Shostakóvich creí que era el momento de añadir la obra de Stevenson”, reconoce. Ambas obras las ha programado este año. Y el 21 de octubre tocará la colección completa de preludios y fugas de Shostakóvich en el Palau de la Música Catalana. “Son dos horas y media de recital, pero este ciclo tan solo funciona cuando se toca completo”, asegura.
Levit asume retos imposibles para otros pianistas. Y la obra de Stevenson es un buen ejemplo. Está formada por más de 300 variaciones del acrónimo musical de Dmitri Shostakóvich: D-S-C-H (re-mi bemol-do-si, conforme a la notación musical alemana) e incluye tres partes de 85 minutos con un retrato del mundo que engloba música, historia, política y geografía. “Es la obra más internacional jamás escrita para piano. Es utópica, pero también política. Y su interpretación es una verdadera experiencia comunitaria. Una obra gigante de un compositor gigante. Estoy muy contento de haberla grabado, pues se ha convertido en una parte central de mi vida”, explica fascinado, al tiempo que lamenta no haber podido conocer al compositor, que falleció en 2015.
La irrupción de la pandemia se produjo dos semanas después de culminar su grabación de Stevenson para Sony. Estaba en Hamburgo el 10 de marzo de 2020 para tocar en la Elbphilharmonie y celebrar su cumpleaños con amigos cuando todo se paró. Condujo de regreso a Berlín para iniciar el confinamiento. Pero tuvo una idea. Anunció en Twitter que, ante la imposibilidad de escuchar música de forma conjunta por el cierre de todas las salas de concierto, esa tarde haría una retransmisión desde el salón de su apartamento. Y tras recibir algunos rudimentos técnicos y comprar un trípode para su móvil, emprendió el 12 de marzo, a las 19 horas, una serie de Hauskonzert o conciertos domésticos con la Sonata Waldstein, de Beethoven. Fueron 52 veladas transmitidas por Twitter casi todas las tardes y generalmente desde el salón de su apartamento, presidido por un cuadro de su amigo Hannes Malte Mahler y con el viejo Steinway de Edwin Fischer.
La repercusión mediática de sus conciertos domésticos no se hizo esperar y fueron seguidos por decenas de miles de oyentes confinados en todo el mundo. “Obviamente no podía ver a la gente, pero sabía que estaban allí. Notaba que me escuchaban y eso me dio mucha energía y esperanza”, confiesa. Incluso, uno de los conciertos fue retransmitido desde el Palacio de Bellevue, por expresa invitación del presidente alemán, Frank-Walter Steinmeier. Y pronto comenzó a pensar en un reto todavía mayor: tocar Vexations, de Satie, una breve y enigmática pieza, de 1893, formada por un tema con dos variaciones que debe repetirse 840 veces. La crónica de esa retransmisión, que fue seguida por casi 200.000 personas en YouTube, y duró unas 16 horas seguidas, conforma una de las partes más fascinantes del libro de Levit y Zinnecker. Borchers fue un apoyo decisivo para el pianista, al diseñar un sistema de hojas que Levit iba tirando al suelo. Una forma de calibrar la hazaña y evitar las alucinaciones que habían experimentado otros pianistas.
Levit termina la conversación con este diario haciendo balance: “Este año ha sido terrible para todos. De eso no hay duda. Pero, al mismo tiempo, he disfrutado de una libertad increíble. Me he unido a un público digital verdaderamente asombroso. Y he tenido la oportunidad de tocar lo que quería desde mi casa, para quien quisiera escucharme y sin ninguna limitación de tiempo. Es muy difícil para mí resumir todo en un titular, pero creo que ha sido el año más determinante de mi vida”.
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