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El nudismo pierde terreno en las playas

La presión urbanística, la masificación del turismo y la omnipresencia de teléfonos con cámara reducen los espacios naturistas mientras las asociaciones piden normalización y respeto

Nacho Sánchez
Vista de la playa naturista de Benalmádena, Benalnatura, este jueves.
Vista de la playa naturista de Benalmádena, Benalnatura, este jueves.Martin Mesa

Al oeste de Ibiza, en el municipio de Sant Josep de sa Talaia (27.413 habitantes) existe una minúscula playa cuyo nombre oficial es Es racó d’en Xic. A los pies de un acantilado, popularmente es conocida como Cala Escondida, justo el nombre del chiringuito de quita y pon que se instala cada verano desde hace siete junto a los clásicos embarcaderos locales. Bajo filosofía ecologista, el negocio ofrece un puñado de platos, exquisitos cócteles de maracuyá y en las pocas mesas de su terraza se permite ir sin ropa. La tradición nudista es amplia en este idílico arenal de aguas turquesas. “Cada uno va como quiere”, dice Tess Harmsen, responsable del negocio. La experiencia dice a esta ibicenca de origen holandés que la práctica del naturismo va en retroceso. “Antes era habitual encontrar gente sin ropa en las mesas, ahora son la excepción. En la playa ocurre exactamente igual”, señala. No es la única que lo piensa: la situación se repite en la mayoría del litoral español, según apuntan distintas asociaciones de naturistas consultadas. La masificación turística, la presión inmobiliaria y la omnipresencia de teléfonos con cámara son algunos de los principales factores que lo explican.

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Why nudists are being pushed out of Spain’s beaches

En España hay unas 450 playas de tradición nudista repartidas por todas las provincias con costa, además de diversas piscinas públicas y rincones de pantanos o ríos, según la Federación Española de Naturismo. Ismael Rodrigo, su presidente, recuerda además que es “perfectamente legal” ir sin bañador o biquini en cualquiera de las más de 3.000 playas existentes en todo el país. La Costa del Sol e Ibiza fueron pioneras en las libertades incluso durante el franquismo y fueron el símbolo del nudismo.

Vista de la Cala Escondida de Ibiza, con el chiringuito del mismo nombre al fondo.
Vista de la Cala Escondida de Ibiza, con el chiringuito del mismo nombre al fondo.N. S.

Patricia Soley-Beltrán, formada como antropóloga en la Universidad de Barcelona y doctorada en Sociología del género en la Universidad de Edimburgo, explica que la explosión del toples se produjo en los años 80 y fue una demostración de libertad, pero también sirvió para que las mujeres se reivindicasen a sí mismas. “Significó decir que somos dueñas de nuestro cuerpo”, subraya la autora de ¡Divinas! Modelos, poder y mentiras (Anagrama). El nudismo también llegó como forma de recuperar la vivencia corporal, el contacto con la naturaleza, promover el respeto al medio ambiente y despojar la desnudez de la permanente connotación sexual que amplifica la publicidad. “Es algo que hoy choca con la masificación en las playas: los demás te hacen sentir incómoda si no llevas bañador. Y al final te cortas: yo no quiero que mis tetas metan a nadie en un brete”, señala Soley-Beltrán, que apunta: “Hay competición por mostrar cuerpos esculturales en biquinis de último modelo. A cambio, se nota un retroceso en la práctica del nudismo. Y lo lamento profundamente”, señala. También desciende en general la media de edad de quienes lo practican: para las nuevas generaciones, no tiene la carga reivindicativa y simbólica que tuvo cuando estaba en plena expansión.

Una encuesta del instituto de opiniones francés IFOP señalaba en 2019 que el 20% de las mujeres españolas habían estado alguna vez totalmente desnudas en la playa. En 2016, la cifra alcanzaba el 25%. Respecto al toples, bajó del 49 al 48%.

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Enclaves como el ibicenco Es racó d’en Xic eran conocidos tradicionalmente por unos pocos, pero en la era de Instagram es destino de miles de personas. La mayoría usa ropa y desconoce su tradición naturista: apenas lo indica un grafiti en una piedra. “En temporada alta hay mayoría textil y a la gente le da reparo. Y quienes lo hacen sienten miradas o comentarios que les cohíben”, expone Tess Harmsen. Al turismo masivo se une la expansión urbanística. Marbella y su entorno, hoy tomado por cemento y hormigón, es buen ejemplo. “El desarrollo inmobiliario es nuestro principal enemigo”, afirma Julio Romero, usuario habitual de la playa Costa Natura, en Estepona (Málaga, 68.286 habitantes). La presencia de un exclusivo chiringuito, Nido, ha amenazado la práctica del nudismo en un rincón pionero en esta actividad. “Aquí jamás se obligó a nadie a ponerse o no el bañador. Lo que no pueden hacer ellos es echarnos por no llevarlo, que es lo que buscan”, afirma este malagueño de 54 años. “Antes aquí no había nada, pero las cosas cambian, es ley de vida”, explicaba esta semana Albert Beniflah, máximo responsable del establecimiento, inaugurado a mediados de julio.

La polémica en Estepona no es la única. A 1.100 kilómetros de allí, en la Costa Brava, existe una historia paralela. Sucede en la Illa Roja de la turística Begur (Girona, 3.925 habitantes), históricamente una de las calas nudistas por excelencia de Cataluña. La reapertura este verano de un chiringuito cerrado desde 2004 ha elevado la tensión entre el nuevo administrador, los nudistas y los textiles, como se denomina a quienes sí llevan bañador. El Club Català de Naturisme denunció a principios de agosto la discriminación que, a su juicio, ejerce el establecimiento por no querer atender a personas sin ropa. “En la antigua concesión no existía problema, incluso los camareros se desnudaban. Ahora perdemos espacio”, resume Segimon Rovira, presidente de la entidad naturista. Desde el negocio, David Maronda defiende su libertad para exigir las normas de vestimenta. “Soy una persona absolutamente tolerante y siempre he vivido en Begur. Conozco la filosofía de la playa y la respeto. Pero me parece surrealista que se quejen por pedirles que se pongan un simple pareo”, asegura.

La situación es la contraria en Benalnatura, pequeña playa en el corazón de Benalmádena (Málaga, 68.128 habitantes). Junto a las escaleras de su único acceso hay señales que indican su carácter naturista. Otro cartel dice: “En el bar no se servirá a nadie vestido o con bañador”. Este jueves, a las diez de la mañana, una treintena de personas disfrutaban ya de estas aguas turquesas. Entre las consultadas, nadie quería dar su nombre ni entrar en polémicas, pero dejaban claro lo que ocurre cuando algún bañista se instala en la arena y se deja puesto el bikini o el bañador. “Empezamos a aplaudir hasta que se va”, explica un hombre que ronda los 60 años, como la inmensa mayoría de quienes madrugan para darse un baño en esta cala o practicar esnórquel entre las rocas. El Ayuntamiento no ha recibido quejas de no nudistas al respecto, según fuentes municipales. En la Federación Española de Naturismo creen que es algo puntual que no debe servir para confundir “lo anecdótico con lo generalizado”. Apunta que, de ocurrir, la práctica “es ilegal” como, en su opinión, es prohibir que personas desnudas usen las hamacas de los chiringuitos.

Playa nudista Costa Natura, en Estepona.
Playa nudista Costa Natura, en Estepona.García-Santos (El Pais)

Más al este, en la playa de Cantarriján, en Almuñécar (Granada, 26.377 habitantes) no tienen ese problema. Histórico destino naturista en pleno Paraje Natural, la convivencia con los textiles apenas ha generado nunca problemas. En sus dos chiringuitos no ponen pegas a usar las hamacas sin ropa. Y desde 2018, uno de ellos, La Barraca, permite el naturismo en parte de su terraza. “En general hay muy buen ambiente”, dice Pedro Pérez, secretario de la Asociación de Amigos de la Playa Nudista de Cantarriján (AAPNC), con un centenar de socios. “Eso sí, en temporada alta, en pleno verano, el nudismo baja muchísimo”, asegura Pérez. La presencia masiva de bañistas frena. “Pierdes la sensación de intimidad”, dice una joven de 28 años de Formentera que prefiere no dar su nombre y que en julio y agosto mantiene el biquini. En esos meses este territorio multiplica su población y se aleja de una tradición naturista que trajeron los conocidos como els peluts en los años 60. Dos de ellos protagonizaban la película Moredirigida por Barbe Schroeder, rodada en Formentera y estrenada en 1969– en la que ambos pasan gran parte del tiempo sin ropa en el mar o en casa.

Naturistas como Pedro Pérez solo ven beneficios en esta práctica. Hablan de libertad, de la comodidad al evitar la ropa siempre húmeda, de las ventajas higiénicas. “Solo hay que probarlo: es adictivo”, añade. Empezó a quitarse el bañador con 17 años, hoy tiene 47. En estas tres décadas ha visto cómo el nudismo disminuye.

Las asociaciones naturistas apuntan varios motivos. El primero, la publicidad y sus estereotipos físicos. El miedo a enseñar cuerpos que no son perfectos mantiene el bañador en su sitio. “Pero estar desnudo, ver otros cuerpos reales, ayuda a eliminar complejos. Cada uno es como es”, explica Pérez. “El naturismo puede ayudar a mejorar nuestra imagen corporal”, subrayaba el psicólogo infantil Jesús Paños al periodista Nacho Meneses. El segundo, el temor al qué dirán. “Parte de la sociedad siempre sexualiza el hecho de estar desnudo. Y eso genera dudas a muchos naturistas: qué pensarán de mí en el trabajo o en la familia. La educación tiene mucho que ver porque nos enseñan qué partes hay que tapar”, cuenta Pérez, que apunta un tercer ingrediente: la censura en redes sociales, por ejemplo, al pezón femenino, “dando un mensaje de que mostrarlo está mal”.

Playa nudista de Illa Roja en Begur, en la Costa Brava (Girona).
Playa nudista de Illa Roja en Begur, en la Costa Brava (Girona).©Toni Ferragut

El cuarto factor de relevancia tiene que ver con las cámaras de los teléfonos. En la época del selfi es difícil apreciar si quien se está haciendo una foto o realmente está enfocando a otra persona. “Puede haber confusiones”, admite Segimon Rovira. Ello genera temor a que una imagen robada, principalmente a mujeres, pueda acabar en foros de internet o páginas de contenido pornográfico, que suelen contar incluso con apartados específicos donde se exponen imágenes extraídas ilegalmente de las playas. Para evitar miradas indeseadas o cámaras irrespetuosas, buena parte de los naturistas prefieren acudir a zonas del litoral donde solo encuentran a personas sin bañador. “Yo, sin embargo, suelo ir a la que tenga más cerca o la que me apetezca. Hay que respetar que cada uno vaya como quiera”, apunta Julián Santamaría desde Gran Canaria. Tiene 53 años y es responsable de la asociación Canudistas.

Santamaría ha tenido más de un problema con la Policía Local y con quienes no entienden que se quite el bañador. Lo achaca al desconocimiento sobre el nudismo, legal en cualquier playa (también río o parque e incluso por la calle). Sin embargo, hay municipios que lo prohíben, como hizo el murciano San Pedro del Pinatar en verano de 2017. Meses después el Defensor del Pueblo sugirió eliminar la ordenanza contra el nudismo en línea con lo que defiende el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que considera que la desnudez pública se puede entender como parte del ejercicio del derecho a la libertad de expresión. El Tribunal Supremo, sin embargo, avaló en 2016 una ordenanza que vetaba el nudismo e imponía multas a quien lo practicase en las playas urbanas de Cádiz, refiriéndose también a precedentes en Barcelona y Valladolid. El tribunal entendía que las sanciones “no son discriminatorias ni contrarias a los principios de legalidad”. En la FEN creen que sí, pero perdieron el recurso. Más allá de las normas, el naturismo reivindica normalización, respeto y, sobre todo, convivencia. Paz con ropa o sin ella, pero paz.

Con información de Carlos Garfella.

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