_
_
_
_

Balnearios: el alma de la cultura europea

Once ciudades termales han sido reconocidas este verano como Patrimonio Mundial por la Unesco. En esos escenarios de civilización y buen gusto pasaron temporadas y se inspiraron músicos como Mozart, Schubert o Beethoven y escritores como Goethe, Rilke o Zweig

Vista interior del casino de Baden-Baden, en 2019.
Vista interior del casino de Baden-Baden, en 2019.JENS KALAENE / AGE
Mauricio Wiesenthal

Si hubiera que citar —sin acudir a referencias trascendentes— seis o siete patrimonios identitarios de nuestra vieja Europa, deberían nombrarse: los campanarios de las iglesias con los sonidos de sus campanas, los cafés en los que todavía puede leerse la prensa en papel, los caminos de peregrinación, las tiendas de antigüedades (incluyendo las librerías), los mercados de los barrios populares y los hoteles que tienen alma e historia (aquellos que se distinguen por su integración en su entorno, ya que algunos son tan representativos de la cultura y de la vida de los pueblos donde se hallan como puedan serlo la catedral, los monumentos civiles o la plaza Mayor). Pero en este documento de identidad europeo no se deben olvidar tampoco los históricos balnearios que salpican el continente, con sus parques y sus templetes de música. Once de ellos (Bad Ems, Baden-Baden, Bad Kissingen, Baden bei Wien, Spa, Vichy, Montecatini Terme, City of Bath, Franzensbad, Karlovy Vary y Marienbad) han sido reconocidos este verano como Patrimonio Mundial por la Unesco. Alemania, Austria, Bélgica, Chequia, Francia, Italia y Reino Unido aportan esos tesoros del pasado.

Más información
Los juegos de Dostoievski
Europa es un balneario: 20 baños termales donde relajar cuerpo y mente

Las fuentes termales se convirtieron en santuarios de peregrinación, y así fueron naciendo pequeñas ciudades —urbanizadas y diseñadas por los mejores paisajistas, arquitectos y jardineros— hasta transfigurarse en los maravillosos escenarios de savoir vivre, civilización y buen gusto que hoy forman parte del patrimonio cultural europeo. La vida se organizaba en torno a los edificios y palacetes (Kurhaus y Kursaal, en alemán) dedicados al reposo y a las curas termales. En Baden existe incluso un Kurtheater, pues el teatro se considera en los balnearios tan curativo como las aguas, al igual que ya ocurría en los santuarios griegos de Epidauro o Delfos.

Vivimos en un continente de pequeñas distancias y, en tiempos no muy lejanos, nuestros mapas de andar indicaban los lugares donde se encontraban las fondas, los baños, las arboledas, los bancos para reposar y las fuentes. Lamartine, Antonio Machado, Rosalía de Castro, Van Gogh o Richard Strauss no hubiesen podido existir ni crear sus obras —con el espíritu y el estilo en que las hicieron— en un mundo sin jardines, cafés, fondas, teatros y paseos. El alma —como decía Dostoievski— toma siempre las dimensiones del espacio y de las habitaciones donde vivimos.

En Baden-Baden, en Homburg y en Wiesbaden se lee a Dostoievski y a Turguéniev. En Bath se puede hablar con ancianas que conocieron a Stefan Zweig. Y en Baden bei Wien, el más famoso de los balnearios austriacos, se habla siempre de música. Aquí pasaban sus veranos los emperadores de Austria con su corte y numerosos artistas, como Mozart, Schubert y Beethoven, que compuso en este bello rincón de los bosques de Viena algunos fragmentos de su Missa Solemnis y de la Novena Sinfonía.

Postal del Europäischer Hof de Baden-Baden, antes era el Hôtel de l’Europe.
Postal del Europäischer Hof de Baden-Baden, antes era el Hôtel de l’Europe.

Rodeado de viñedos y bosques, castillos y monasterios, Baden bei Wien tiene también un casino, y un hipódromo que es una joya de la vieja Europa. No es difícil evocar a Beethoven en su cuartito de Baden, transportado por el sentimiento panteísta que le invadía en estos senderos tranquilos, creando la misma música indescifrable, embriagante y dionisíaca que conduciría a Nietzsche hacia la plenitud de su Zaratustra. No tenía dinero para comprarse un frac negro, pero —como un scherzo molto vivace— también podía dirigir su Novena Sinfonía con un frac verde. Las aguas de Baden le permitirán escribir también sus últimos cuartetos, monólogos a cuatro voces, cartas que no esperan respuesta, adagios melancólicos que anuncian ya el sufrimiento incurable de Anfortas: música del silencio...

Chequia tiene algunos de los balnearios (Karlsbad, Marienbad, Franzensbad) más renombrados de Europa. En Marienbad se evoca la memoria del viejo Goethe, enamorado de la joven Ulrike, a la que dedicó su más bella y apasionada Elegía.

Goethe ha sido el más grande maestro de la “medicina de la salud”. También en su obra se manifiesta claramente su combate contra las enfermedades. Labora como una abeja para transformar el estudio y el trabajo en la perfumada jalea que destilan sus pensamientos y sus poemas. Cuando se enamora le basta escribir un verso a una violeta o dedicarle una canción a Mignon para que sus palabras revelen que el amor no es una fantasía dulce sino un estado activo y fecundo del cuerpo. Y por eso una mujer o un hombre enamorados son capaces de hacer obras inmensas e insospechadas.

Giuseppe Verdi, en las termas de Montecatini, en 1892.
Giuseppe Verdi, en las termas de Montecatini, en 1892. Alamy

Gabriele d’Annunzio, Verdi y Leoncavallo frecuentaron las termas italianas de Montecatini. Puccini prefería los baños de Lucca, su ciudad natal, y pasó su vida en esos caminos orillados de viña verde; melancólicas lagunas de agua salada donde soplan los despiadados gregales de invierno, y alegres senderos, perfumados por flores amarillas... En estos pueblos aprendió a valorar las cosas pequeñas y a convertirse en el poeta de las vidas sencillas: Mimí, Musetta, Butterfly, Manon.

En el balneario suizo de Bad Ragaz, famoso por la fuerza termal de sus aguas (37º C), el poeta Rilke se citaba con la princesa Marie von Thurn und Taxis, su mecenas y protectora. Es un buen lugar para leer a Rilke. No hace falta convertirse en vegetariano ni seguir sus caprichosas recetas y dietas, pues él era secuaz de las teorías naturistas del reverendo Sebastian Kneipp. En una actitud más tolerante, podría decirse que lo preocupante para la estética no es tanto la carne como la celulitis. Y se puede ir desnudo sin perder dignidad —otro estilo de vida que agradaba a Rilke— cuando se tiene una nariz como la suya, que llamaba la atención.

Bañarse es un juego

El baño tiene mucho de juego y —salvando a los antiguos cínicos, que hicieron del espectáculo una parte fundamental de la filosofía— el pensamiento europeo estuvo tradicionalmente muy falto de métodos lúdicos. Apolo le ganó siempre la partida a Dionisos, y los balnearios, la música, la danza y el teatro fueron derrotados por las condecoraciones y las academias. Schopenhauer soñó en alguna oportunidad con formular la filosofía como una cura en un balneario o una medicina de la civilización. El filósofo español Víctor Gómez Pin es el único que hoy sabe hacerlo.

Hubo afortunadamente algunos intentos, desde Montaigne hasta Goethe, de recrear una filosofía peripatética (la sabiduría es siempre una medicina) en los centros termales. Y esa herencia clásica de inteligencia y salud se vislumbraba todavía hace medio siglo, en los balnearios históricos; si bien teñida ya por un velo melancólico y crepuscular.

Uno de los balnearios europeos que mantuvo siempre su dignidad fue Baden-Baden. Turguéniev describió en su novela Humo el Europäischer Hof, uno de sus mejores hoteles. En él se alojaron también Liszt y la emperatriz Sissi.

Balneario de Marienbad, en la región de Karlovy Vary (República Checa),
Balneario de Marienbad, en la región de Karlovy Vary (República Checa),GEtty

Gógol también estuvo en Baden-Baden, pero no le preocupaba tanto el casino como sus hemorroides. Y dedicó más tiempo a los baños de asiento que a la ruleta. No hay en Europa casino más elegante ni más bello que el de este balneario. Y en la mesa dorada, bajo la luminosa cúpula del Jardín de Invierno, gira todavía el cilindro de los números enloquecidos de El jugador. Por ahí anduvo un escritor llamado Dostoievski, que había publicado una novela más bella que el sueño: Las pobres gentes. Al leerla se llenaban los ojos de lágrimas, porque no decía verdades, sino que derramaba sentimientos. Era un libro para los ofendidos, para los malditos, para los pobres de espíritu. Algunos decían que había plagiado a Gógol. Pero era él quien escribía aquellas cosas maravillosas, cuando se le clavaban en la frente las espinas de sus sueños.

Nadie sabía entonces que el genio que había escrito aquel libro era un enfermo epiléptico, sentimental, ingenuo como un niño e incapaz de devolver un golpe sin pensar en la vergüenza que debía sentir quien le había abofeteado. Traía entonces en la cabeza la trama de Roulettenburg, una novela que titularía más tarde El jugador. Pero, antes de regresar a San Petersburgo, tendría que empeñar el reloj que le había regalado su amante, Polina Súslova, para jugárselo todo en el casino.

El insomnio de las gaviotas en Bath

Bath es el balneario que mejor conserva en Europa la memoria de los baños romanos. Siguiendo las huellas de Stefan Zweig se puede llegar hasta la última casa donde vivió, en Rosemount Lane, antes de abandonar para siempre aquella Europa en llamas que fue su enfermedad mortal. Era un fantasma más en esta ciudad donde vivieron Dickens, Gainsborough, el loco de William Beckford (aquel poeta blasfemo que construía abadías para que las derribara el diablo) y Jane Austen.

Merece la pena sentarse en uno de los bancos de Queen Square, al amparo de un árbol gigantesco que exhala un perfume dulce. Las ardillas vienen a jugar a nuestros pies. Y, con sus vueltas y revueltas, nos devuelven el paso de baile de esta ciudad elegante: los baños romanos, las bellísimas fachadas neoclásicas de color miel, las plazas en forma de media luna, y el grito de las gaviotas que —hijas, quizá, del rey Lear— se pelean y alborotan en los patios y en las orillas del Avon, despertándonos en la madrugada.

“Es la vida que excita a la vida misma”, dice Nietzsche: una bella frase que resume la biografía del hombre que ha escrito la mejor epopeya de curación de su siglo.

Mauricio Wiesenthal es un escritor español de origen alemán. Es autor de narraciones, biografías y ensayos sobre la cultura europea. Entre sus últimos libros publicados destacan La hispanibundia. Retrato español de familia (2018), Orient-Express. El tren de Europa (2020) y Sonata humanista (Nietzsche, Zweig, Camus) (2021).

Descubra las mejores historias del verano en Revista V.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_