Es la hora de apostar, de verdad, por la ciencia
La investigación en salud también tiene su nueva normalidad: con la pandemia, por fin ha llegado el reconocimiento social. La tecnología avanza rápidamente, pero se necesitan más financiación y expectativas realistas.
Las semanas en la que la población española apenas pisó la calle, en lo más duro de la pandemia del Covid 19, dieron lugar a todo tipo de situaciones excepcionales. Una de ellas fue el súbito despertar del interés por la investigación, la ciencia y la biotecnología. De repente, la conversación pública enfocó un área que hasta entonces pasaba desapercibida, ofreciendo una oportunidad de cambio social.
Tres protagonistas del panorama de la investigación médica en España debatieron al respecto en una nueva edición del foro Pioneros Santander, organizado de forma virtual, la semana pasada, por Retina y los Work Café de la entidad financiera. Rocío Arroyo, CEO de Amadix, Eduardo Jorgensen, de Medicsen, también consejero delegado, y Elisabeth Engel, jefa de grupo de Biomateriales para terapias regenerativas del Instituto para la Bioingeniería de Cataluña (IBEC), coincidieron en celebrar el mayor interés en su área de trabajo, la intersección entre ciencia, tecnología y salud, pero al mismo tiempo fueron cautelosos: no hay atajos en la investigación más puntera, ni antes del Covid 19 ni después.
En los últimos tres meses y medio, “la gente por fin ha entendido para qué sirve la ciencia, y su impacto social”, afirmó Engel, que también es catedrática de la Universidad Politécnica de Cataluña. “La población ha sido muy consciente de lo importante que es la sanidad y la medicina. Hay que aprovechar, es un momento para reivindicar, porque la sociedad está concienciada”, aseguró.
Pero el mayor reconocimiento social tiene también su otra cara: la creación de expectativas desmesuradas, con líderes mundiales prometiendo vacunas contra el Covid 19 en cuestión de meses. “La exigencia a la ciencia es positiva, pero lo que no se puede pedir es acortar tiempos”, recalcó Engel. “Siempre hay que respetar los plazos, aunque las nuevas tecnologías nos permitan ir más rápido. Probar algo muy rápidamente de forma limitada puede tener resultados contraproducentes”, explicó la investigadora en bioingeniería, que trabaja con nanotecnología para lograr la regeneración natural de tejidos humanos gracias a materiales biodegradables.
“La investigación no es magia, todo viene de un recorrido”, dijo Arroyo, y es necesario tiempo, dedicación y mucho dinero. “Ahora se ha producido una movilización muy rápida para captar fondos”, señaló, pero queda por ver si esa apuesta se consolida en los presupuestos públicos. Jorgensen se mostró bastante escéptico: “Las promesas siempre se las lleva el viento. Tengo claro que va a haber más inversión global en investigación, pero en España lo dudo. A nosotros nos ha ayudado mucho la UE, sin ellos no estaríamos donde estamos. La ayuda pública desde España ha sido fundamentalmente de capital humano”.
Tanto Arroyo, desde Amadix, como Jorgensen, en Medicsen, conocen perfectamente las dificultades que conlleva convertir una investigación médica en un producto de mercado, capaz de salvar vidas. En concreto, Amadix trabaja en sistemas de detección precoz del cáncer, principalmente de colón, mediante análisis de sangre; Medicsen desarrolla ‘parches inteligentes’ que suministran insulina a enfermos de diabetes, evitándoles los constantes pinchazos a los que están acostumbrados y monitorizando su estado de salud.
Los riesgos del desarrollo tecnológico
¿Podrían todos estos avances, que son fruto de enormes inversiones públicas y privadas, crear una enorme brecha social en los tratamientos médicos? “La tecnología puede causar desigualdades”, consideró Engel, “pero también las puede mitigar. Lo estamos viendo con la impresión 3D: en el primer mundo se fabrican piernas ortopédicas que se utilizan en los países más desfavorecidos de África”.
La utilización de la tecnología en la investigación médica también plantea dudas de otro tipo, como el uso responsable de los datos médicos y el respeto a la privacidad de los ciudadanos en un ámbito tan sensible como la salud. “La regulación permite el equilibrio entre el uso responsable de los datos, siempre anonimizados, y el bien común que se puede alcanzar con ellos”, aseguró Arroyo, resaltando la buena labor de los comités éticos de los hospitales.
Frente a estas prevenciones, los ponentes pusieron varios ejemplos de cómo la tecnología ya está mejorando problemas concretos, como la capacidad de detectar mediante ‘big data’ a potenciales enfermos de cáncer o el uso de la inteligencia artificial para decidir sobre mastectomías, evitando operaciones que son consecuencia de falsos positivos. Además de realidades más cotidianas: según explicó Jorgensen, el uso de aplicaciones y herramientas digitales para el control de la enfermedad por parte de los propios pacientes aumenta su compromiso con su salud, y a la larga el resultado de sus tratamientos.
Todos esos pequeños milagros lo son solo en apariencia: detrás hay años y años de trabajo e inversión, en ocasiones sin fruto. Pero los países que no apuestan por la ciencia son más vulnerables a la enfermedad, como afirmó Arroyo. Los investigadores siempre lo han tenido claro; ahora lo importante es que tome conciencia el resto de la sociedad.
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