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¿Dejarías que un robot te pusiera una inyección?

El movimiento de los robots nunca se ha caracterizado por su gracilidad y delicadeza. Si van a tratar con nosotros, frágiles humanos, necesitan empezar a moverse como una palmera.

Campaña de vacunación escolar en Nueva York (1954).
Campaña de vacunación escolar en Nueva York (1954).Getty Images

Si llega el día en que los robots cobren conciencia, tendremos que explicarles las décadas que dedicamos a ridiculizar sus movimientos en nuestros pasos de baile. Y si no llega, igual se nos quitan las ganas de reírnos cuando sean ellos los encargados de clavarnos las jeringuillas.

Los robots de los que nos burlamos, inmensa mayoría, son capaces de superarnos sin grandes dificultades en materia de fuerza, rapidez y precisión, pero no pueden moverse como una palmera. Les falta un sinfín de articulaciones y grados de flexibilidad. "En industria, por ejemplo, si tienes un brazo robótico, normalmente lo tienes encerrado en una jaula porque tiene una fuerza muy elevada y puede ser peligroso que comparta ese entorno con los humanos", explica Judith Viladomat, de Pal Robotics, una empresa barcelonesa especializada en robótica humanoide.

¿Que qué te importa a ti que los robots no bailen suave, suave, su-su-suave? Pues verás, al margen de la expresión artística, en menos de lo que piensas esas máquinas bruscas y carentes de sensibilidad podrían estar haciéndote una laparoscopia. ¿Cómo prefieres que te hinquen una cámara en la cavidad abdominal? ¿Con fuerza, rapidez y precisión? ¿O con movimientos suaves y delicados?

Amy Laviers, directora del laboratorio de robótica, automatización y baile de la Universidad de Illinois, lo tiene claro: "Las máquinas humanoides deberían moverse y gesticular como nosotros". En gran medida, es una cuestión de convivencia tanto con nosotros como con el entorno que habitamos, que obviamente está hecho a medida de nuestras necesidades y habilidades. "Cuando tú pones un robot dentro de un entorno humano, todo está adaptado a ti, a que puedas moverte con tus piernas y usar tus instrumentos. Con un robot humanoide no haría falta adaptar nada del entorno para que pueda empezar a actuar", precisa Viladomat.

Volvemos a lo mismo: ¿Cómo prefieres que tu compañero robótico te dé la pastilla, te coloque la compra o te traiga una taza de té caliente?

Parte del problema es que, en lo que a mecánica se refiere, en cuerpo de los robots no ha cambiado mucho. "Las 28 articulaciones de Atlas son muy parecidas a las de los primeros humanoides", señala Laviers, poniendo como ejemplo al androide bípedo de Boston Dynamics. En una sola mano nuestra, hay 25 articulaciones. En un pie, 33. La robustez de Atlas y sus espectaculares volteretas inversas no evitan que sus no menos impresionantes esfuerzos para marchar por la nieve recuerden bastante al paso tambaleante de un borracho.

Y sin embargo, su invernal vaivén es una proeza que también está entre los objetivos de Pal Robotics. "Una de las cosas más importantes que hemos hecho, que ha supuesto un avance respecto a modelos anteriores, es integrar sensores de fuerza", señala Viladomat. Con ellos consiguen que su modelo más avanzado, Thalos, no vaya por el mundo como un elefante en una cacharrería. Por un lado, detecta irregularidades en el terreno y modula sus movimientos en respuesta a estas, consiguiendo así un mejor equilibrio. Por otro, limita el riesgo y la severidad de las colisiones.

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La posibilidad de ser aporreados por un robot también se está contrarrestando desde otro campo emergente: el de los robots blanditos. La idea es incorporar materiales elásticos, flexibles y dúctiles al proceso de fabricación. Pero en este caso, su tierna constitución es más bien una consecuencia del objetivo principal: "Esta última generación de robots blandos aumentará el rango de movimientos y los usos posibles", explica Laviers.

En principio, todo parecen ventajas. Las tecnologías blanditas nos permitirían simplificar la complejidad algorítmica asociada a los diseños clásicos, dotarían de mayor seguridad a nuestras interacciones con ellos e incluso abrirían la puerta a nuevas mejoras en el campo de la salud, por ejemplo, en lo que a diseño de prótesis se refiere.

Cerraríamos así un círculo que empezó por nosotros mismos, pues lo que intentamos copiar es el resultado de 4.000 millones de años de evolución de la vida en la tierra. "La naturaleza ha creado nuestros movimientos, que nos permiten desplazarnos bien en distintos tipos de terrenos. Esto nos convierte en un buen ejemplo. Entender los principios por los que se rigen los movimientos de animales y humanos nos permite encontrar maneras de reproducirlos", apunta Viladomat.

Sin embargo, los robots blanditos no son la única respuesta. Laviers advierte que volveremos a encontrar las mismas dificultades si no revisamos los rígidos sistemas de control predominantes, centrados en velocidades y fuerzas. ¿Cómo? Con la ayuda de aquellos de nosotros que ya han alcanzado una flexibilidad sobresaliente y son indiscutibles expertos en el cuerpo y sus movimientos: los bailarines que ya saben moverse como una palmera.

"Entienden los procesos físicos por los que el cuerpo se contorsiona", explica Laviers. La investigadora pone como ejemplo una conversación con Gregory Catellier, profesor de baile en la Universidad de Emory. Cuando este le preguntó cómo se movía un pequeño androide que estaba operando, Laviers se apresuró a hablar de redes WiFi, servomotores y codificadores posicionales. Catellier la interrumpió: "No, no. ¿Cómo es siquiera posible para una forma humanoide moverse sin un torso?".

El profesor echaba en falta la versatilidad que nos da nuestra columna vertebral, cómo nos permite doblarnos, girar y estabilizarnos. Solo en vértebras, 33, superamos al número de articulaciones de Atlas.  De hecho, hasta los movimientos de organismos infinitamente más simples que nosotros, como los que hacen los flagelos de una bacteria, son un desafío mecánico. "Necesitamos abarcar un rango mucho más amplio de disciplinas", sentencia Laviers.

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