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Drones e indígenas: cómo parar la deforestación del Amazonas en solo dos años

Una alianza entre la comunidad indígena shipiba de Nuevo Saposoa (Perú) y la plataforma gubernamental GeoBosques es la estrategia que ha revolucionado la lucha contra la tala ilegal en las entrañas de la Amazonía

Teófilo Magipo y Apu Tedy preparando el equipo para un vuelo de observación en zonas intervenidas
Teófilo Magipo y Apu Tedy preparando el equipo para un vuelo de observación en zonas intervenidasMaría Isabel Magaña

Llegar a Nuevo Saposoa es difícil. Implica embarcarse en una lancha rápida en el puerto de Pucallpa, la ciudad más grande del estado de Ucayali, al este del Amazonas. El viaje es de casi dos horas por río, a través de la vasta selva peruana, e imposible de realizar sin la compañía de un hombre armado que espante a tiros a los piratas que intentan atracar el bote. La precaución podría parecer absurda, pero es razonable: esta región ha sido duramente castigada por el tráfico de cocaína y madera selvática. Dichas prácticas ilegales son la principal fuente de ingreso y de violencia en la región. El camino es solitario, pero en el último tramo se suma un nuevo integrante a la comitiva: un dron DJI que nos escolta en la parte final del recorrido.

Desde hace dos años, la comunidad shipiba de Nuevo Saposoa ha mezclado la actividad pesquera, de la que viven, con la protección organizada de la selva. La aeronave gris, de cuatro hélices y que se mueve con sigilo pero no pasa desapercibida por su característico zumbido, se convirtió en su mejor aliado para detener la deforestación y la siembra de coca ilegal en lo que consideran tierra sagrada.

Los shipibas llegaron a esta región, que colinda con el Parque Nacional Sierra del Divisor, hace 60 años. Su comunidad siempre ha vivido en la región amazónica y escogió Nuevo Saposoa como tierra buena para un nuevo asentamiento por su cercanía con el río, que les aseguraba abundante pesca.

Sabíamos dónde estaban cortando árboles y sembrando coca, pero ir a enfrentar a los invasores era muy peligroso

La paz les duró hasta que se encontraron frente a frente con zonas de selva taladas por completo. “No teníamos cómo protegerla. Sabíamos dónde estaban cortando árboles, dónde estaban sembrando coca, pero ir a enfrentar a los invasores era muy peligroso, tomaba muchos días de camino y descuidábamos nuestra fuente de ingresos”, explica Apu Tedy, el líder de la comunidad. “Todo empeoró cuando mataron a uno de nuestros hermanos de la comunidad vecina, quien quiso detener una siembra de coca ilegal”.

En 2015, el estado peruano estimaba que había al menos unas 160 alertas de deforestación en la zona, aunque no estaban completamente seguro del dato. La comunidad se había resignado al aislamiento y al miedo, hasta que en 2016 los visitó el Servicio Nacional de Áreas Naturales Protegidas por el Estado (Sernanp) para invitarlos a usar la plataforma GeoBosques.

“Ellos vinieron a ofrecernos cuidar la selva juntos, usando drones y alertas tempranas. Al principio no queríamos porque nosotros no sabíamos usar nada de esa tecnología, pero nos fueron enseñando, primero con mapas físicos y luego con celulares, y ahora hemos logrado que dos comunidades más se sumen a la iniciativa”, cuenta Teófilo Magipo, uno de los líderes indígenas del proyecto.

Primeras imágenes tomadas por el dron: deforestación y carreras ilegales
Primeras imágenes tomadas por el dron: deforestación y carreras ilegalesGeobosques

La alianza funciona de la siguiente manera: el Sernanp les provee un par de teléfonos móviles y un dron. El celular tiene instalada la aplicación de GeoBosques, que se actualiza semanalmente cuando los líderes indígenas la conectan a internet. Allí, recibe una serie de imágenes satelitales que alertan de zonas donde se ha detectado deforestación.

Los indígenas usan estas coordenadas para volar con su dron y documentar la actividad, obteniendo pruebas suficientes de lo que está pasando en terreno, sin tener que adentrarse siete días en la selva para llegar al lugar o poner en juego su seguridad. Con estas imágenes, el Sernanp y la Fiscalía tienen pruebas suficientes para viajar a la zona, capturar a los invasores y hacer pedagogía entre quienes talan o cultivan plantas ilegales.

Teófilo Magipo y Apu Tedy preparando el equipo para un vuelo de observación en zonas intervenidas
Teófilo Magipo y Apu Tedy preparando el equipo para un vuelo de observación en zonas intervenidasMaría Isabel Magaña

“La primera vez que fuimos con el Estado a una zona cocalera, nos dio risa porque el sembrador no entendía cómo sabíamos que él estaba ahí. Le explicamos que un satélite muy alto en el cielo había visto lo que estaba haciendo y se sorprendió mucho, porque no sabía que alguien lo podía ver tan dentro en la selva”, narra un ufano Magipo.

Por su trabajo como guardabosques, el estado paga a los shipiba cerca de 22.000 euros al año. Esta recaudación se reinvierte en proyectos locales de pesca, cultivo y vivienda que son escogidos en consenso por la comunidad.

“Quisiéramos que fuera más dinero, pero lo que importa es que este proyecto nos ha empoderado y nos ha permitido cuidar nuestra selva: en solo dos años pasamos de tener más de 160 alertas de deforestación a no tener una sola este año”, comenta con orgullo Tedy. A esto le suman el honor de tener bajo su cuidado un shihuahuaco de 1.500 años, especie en vías de extinción en la selva peruana por su apetecida madera.

Cuidar la selva es cuidar nuestra historia y lo que somos

El éxito de la estrategia ha sido tal que el estado ha puesto bajo su cuidado 9.000 hectáreas de selva, 700 de las cuales pueden explotar para el sustento de su comunidad. Si se tiene en cuenta el área que cuidan las otras dos comunidades indígenas vecinas, el programa de GeoBosques ha logrado recuperar el 90% del área de influencia del Parque Nacional Sierra del Divisor, la más importante reserva de flora y fauna selvática del Perú.

Aunque hay zonas en las que continúa la tala de madera y la siembra de coca ilegal, cada vez es más difícil para los invasores destruir Amazonas para hacer negocio. “Cuidar la selva es cuidar nuestra historia y lo que somos: ya no tenemos miedo y sabemos que podemos mantener esta riqueza natural para muchas más generaciones”, concluye Magipo.

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