El científico loco que quiere que pienses como un niño y vivas el presente
El ingeniero de IBM John Cohn, experto en internet de las cosas, destaca la importancia de jugar en el trabajo: poner en práctica las ideas más arriesgadas para aprender del fracaso y explotar la creatividad
John Cohn, científico loco, podrían ser las primeras palabras que pronuncia este ingeniero de IBM al estrechar la mano al periodista, pero reserva esta presentación para el final de la entrevista, en forma de tarjeta de visita.
Con el pelo cano alborotado y una barba bastante poblada, Cohn (Nueva York, 1950) presenta un carácter afable y sereno, incapaz de borrar la sonrisa de su cara. Sobre la camisa viste una americana oscura en lugar de la colorida bata con la que en varias ocasiones ha alimentado la imagen de genio descuidado que le ha costado el sobrenombre del Yoda del internet de las cosas. Fue precisamente su aspecto lo que llevó a Discovery Channel a contactarle para participar en The Colony, un reality show de supervivencia en el que, durante tres meses y en un entorno controlado, los concursantes debían utilizar los limitados recursos que les ofrecía el programa para conseguir agua, comida, electricidad y defenderse de amenazas externas.
“El programa era realmente estúpido, pero tenía algo muy interesante: emitían todos los experimentos que hacíamos, salieran bien o mal. Y esto es muy positivo, porque, como cultura, no nos gusta hablar de fracaso, pero es parte del proceso de invención”, explica. En este sentido, también alaba el trabajo de Fuckup Nights, una iniciativa que reúne a personas para que hablen sobre cómo aceptaron sus mayores errores. “Si no enseñas a la gente cómo se fracasa y después se intentan enmendar lo que has hecho mal, les estás mintiendo sobre el proceso creativo”.
Esto no significa que él mismo no tema al fracaso. Reconoce que suele estar preocupado por cómo le ven los demás y aventura que este es el motivo principal por el que la sociedad evita salirse de lo establecido: por miedo a lo que piensen de ellos cuando cometan un error. “Tenemos que pensar como niños, disfrutar de lo que hacemos centrándonos en el momento presente, sin calcular lo que vendrá después”, afirma.
El ingeniero extrapola su pensamiento al entorno corporativo y añade que cuando las compañías dudan ante una disrupción, están perdiendo un tiempo demasiado valioso. “Si no te mueves por miedo a fracasar, al final fracasas desde el principio, sin haber arrancado de la línea de salida”, sostiene. “Nadie es despedido por cometer un error honesto”.
Cohn abraza esta filosofía desde que era un niño. También es cierto que las circunstancias que le rodearon no podrían haber sido mejores: creció en Houston (Texas) en los años 60, durante la época dorada de la NASA. “Iba a clase con hijos de ingenieros y astronautas; todo el mundo quería dedicarse a la ciencia. Ahí aprendí la intersección entre ser bastante friki, divertirse y trabajar duro”.
Desde entonces, siempre ha sido un firme defensor de la importancia de jugar, de poner en práctica cualquier idea por loca que parezca para demostrar de manera empírica si de verdad estamos equivocados: un verdadero apologeta de la doctrina de prueba y error. “Las empresas tiene que dejar que la gente se ensucie las manos para que exploren su capacidad creativa”, sostiene. “Normalmente, tenemos el 100% de nuestro tiempo ocupado, seguimos una estructura y unos esquemas de trabajo que no dejan espacio para el juego; necesitamos más libertad para sacar adelante nuevos proyectos”.
Tampoco estamos haciendo todo mal. La tecnología ha habilitado nuevas herramientas que ayudan a la gente a adoptar una filosofía maker. Youtube, Vimeo o Slack han construido un ecosistema interesante en el que las ideas pueden fluir con más facilidad. “Estas plataformas y las redes sociales permiten comunicarse con cualquiera. Si tengo una duda, pregunto por Twitter y mis seguidores me pueden dar su opinión”, ejemplifica. “Además, con el open data, puedes mezclar versiones que han creado otros para desarrollar tus ideas más rápido y dejar que otros puedan utilizar lo que tu construyas para cerrar el círculo”.
La curiosidad le ha llevado a profundizar en tecnologías como blockchain, open data y, por supuesto, internet de las cosas. Su intrusión en nuevos campos es experimental en muchos casos y admite que siempre encuentra programadores mejores que él, pero reivindica la necesidad de meterse donde no le llaman para crear un ambiente propenso para la innovación. “Cuando haces algo que mola, se crea un ciclo virtuoso: la gente de tu equipo encuentra la manera de echarte una mano, aprenden de ti y tú aprendes de ellos. Así es como se propaga la tecnología”.
Y no puede negar que vivimos en la mejor época para hacerlo: los datos abiertos otorgan un potencial casi ilimitado a la originalidad. “La mejor inteligencia artificial está basada en open data. Compartiendo información se pueden llevar a cabo cientos de ideas. Es absolutamente exponencial”.
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