La transformación digital podría ser un proceso mucho más largo
La cuarta revolución industrial está alterando las condiciones de nuestro ecosistema en una lenta adaptación a un progreso incierto
Acostumbrados al dinamismo que impuso en la sociedad la revolución industrial, pensamos que la transformación digital —como así llamamos, entre otras etiquetas, al fenómeno que estamos viviendo— será otra manifestación, otra fase en nuestra sociedad industrial. De hecho se la quiere identificar como una versión más avanzada del modelo imperante.
Tendemos así a hablar de aceleración, de que todo va cada vez más deprisa… Y eufóricos no dejamos de gritar «¡más madera!», mientras desguazamos (transformación digital) el tren del progreso para de esta forma ganar velocidad de cambio, aunque no sepamos adónde nos dirigimos.
Unos pasajeros se alarman por la velocidad que está tomando el tren, otros se lamentan de que los sólidos vagones los estemos convirtiendo en astillas (chips), y otros disfrutan con la sensación estimulante del aire golpeando la cara.
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¿Y si esta escena no transcurriera así, y estuviéramos alimentando la caldera de un tren descarrilado? Es decir, si lo que hubiera sucedido fuera un accidente. De ser así, este escenario nos colocaría en un momento mucho más decisivo para la humanidad que el anterior narrado; estaríamos viviendo un tiempo crítico, mucho más perturbador que el de correr cada vez más deprisa sobre unos raíles; con más potencial y posibilidades, paradójicamente, a la vez que incertidumbre.
Y es que cuando algo sucede bruscamente, confundidos por la sorpresa, incapaces aún de entender lo ocurrido, tendemos a actuar como si nuestro entorno convulso siguiera en pie, fuera el mismo. Esto puede explicar por qué estamos interpretando como una gran aceleración del mundo industrial, del modelo de sociedad en el que nos encontramos instalados, lo que está pasando.
Estamos aún en los primeros momentos, impresionados por las sacudidas y ondas de choque
Una catástrofe natural, como las que han influido profundamente en la evolución de la vida —las producidas por el fenomenal impacto de un meteorito o por una intensa actividad volcánica—, primero produce una perturbación, a la que luego le sigue una alteración. Inicialmente perturba lo establecido, como ocurre si choca un objeto de gran tamaño contra la superficie de la Tierra o explota un volcán. Pero luego viene un proceso expansivo y mucho más lento, incluso silencioso, de alteración del entorno. Por ejemplo, suben y se extienden las cenizas, cubren con un velo tupido el planeta, y se desencadena un deterioro ambiental. El ecosistema se desgarra. La vida desemboca en una encrucijada, de perdición irreparable o de superación de la pérdida con la emergencia de otras formas nuevas.
Esta interpretación de lo que nos está sucediendo, no es por un impacto exterior catastrófico ni, tampoco, por una hecatombe nuclear, aunque sí la ha producido el ser humano; la atmósfera del planeta ha empezado a cubrirse ya no de cenizas ni de partículas radiactivas, sino de ceros y unos, algo mucho más intangible. La Red tiene más de nube envolvente y planetaria que altera las condiciones del ecosistema, y que, por eso, comienza a deshilacharse. La Red no es así vista como una malla que nos ciñe y da más consistencia y fortaleza a lo que envuelve, sino como capa que termina desmoronando lo que cubre, y que hasta entonces se mostraba vital y bien instalado.
Ahora estamos aún en los primeros momentos, impresionados por las sacudidas y ondas de choque. Pero el fenómeno no termina con ellas. Queda por delante un largo e incierto proceso de alteración, un progresivo desgarro de nuestro ecosistema cultural (en su sentido globalizador e inclusivo de todo lo humano). Y con este deterioro, tan crítico, de lo establecido aparece también la posibilidad de nuevos trenzados que tejan otro ecosistema humano (artefactos, organización social, política, educación, mentalidad…). Todo se irá rehaciendo, tejiendo con un nuevo equilibrio y nuevas formas, sobre los vacíos del ecosistema estragado.
Así que es inevitable que, sorprendidos por lo que está sucediendo, nos dividamos entre quienes interpretan que esto pasará y que la transición fortalecerá la sociedad existente y quienes presienten que esto es el comienzo y los indicios de un largo proceso crítico. (Los alefitas, que dan nombre a esta serie de artículos, se preparan para esta larga marcha).
Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid
La vida en digital es un escenario imaginado que sirve para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
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