Ben Tarnoff, escritor de tecnología: “La gente necesita participar en lo que más les afecta, y esto es imposible en un Internet con ánimo de lucro”
Colaborador de medios como ‘The New York Times’ o ‘The Guardian’ publica ‘Internet para la gente: la lucha por nuestro futuro digital’, un análisis con perspectiva histórica del modelo económico de la red en busca alternativas más democráticas
“Si Internet está roto, ¿cómo lo arreglamos?”. Es lo que se pregunta el escritor especializado en tecnología Ben Tarnoff, (San Francisco, 1985), en Internet para la gente, un ensayo editado en 2022 que ahora ve la luz en castellano de la mano de la editorial Debate. Se trata de un esfuerzo historiográfico sobre los orígenes de Internet que pone el foco en la propiedad de la infraestructura que lo hace posible. De manera divulgativa y con espíritu crítico, Tarnoff realiza un repaso desde los albores de esta tecnología como un proyecto financiado por el gobierno de Estados Unidos, a la realidad de hoy, protagonizada por los gigantes tecnológicos, deteniéndose en el análisis de sus principales problemáticas.
Pero, al mismo tiempo, el libro actúa como manifiesto de defensa de las alternativas a este modelo oligopólico, experimentos y laboratorios en los que se ensayan otros tipos de diseño, propiedad y gobernanza de las redes. Iluminando un camino todavía poco explorado en el que las propias personas que utilizan a diario esta tecnología participan activa y democráticamente en su gestión y desarrollo.
Pregunta. El título de su libro habla de “la gente”. ¿Gente en lugar de usuarios ayuda a reclamar un cierto sentido de ciudadanía?
Respuesta. Como usuarios, nuestras competencias en Internet se conciben desde un rol pasivo. Esto constriñe nuestra capacidad de imaginar qué relación podríamos tener con la esfera digital. Hablar de gente en lugar de usuario suscita el concepto de una ciudadanía digital, pero también evoca una colectividad política. Lo plural frente a lo individual. A menudo, Internet nos interpela como individuos aislados en casa, con nuestras pantallas, pero esta no es la única manera en la que debemos abordarlo. La mayoría de las palabras que empleamos para describir nuestro entorno digital (nube, plataforma, inteligencia artificial) nos las proporciona la propia industria, que politiza el lenguaje a su favor. Me pregunto qué pasaría si nosotros hiciéramos lo mismo desarrollando metáforas diferentes.
P. Comienza empleando la metáfora de las tuberías, la infraestructura que hace posible internet. ¿Por qué apenas hablamos de ellas pese a lo cruciales que son?
R. Simplemente asumimos que funcionan. Permanecen casi invisibles hasta que llega la factura mensual y entonces te preguntas por qué es tan cara la conexión a internet. En Estados Unidos tenemos algunas de las tarifas más altas del mundo para uno de los peores servicios de banda ancha, por lo concentrado que está el mercado. Necesitamos prestarle más atención porque facilita importantes concentraciones de poder. Existen oportunidades para realizar intervenciones constructivas a este nivel que impulsen Internet hacia una alternativa más democrática.
P. ¿El Estado debería garantizar el acceso universal?
R. Desde luego. Parece un debate con muchas aristas, pero al discutirlo te das cuenta de que depende de cuestiones incluso más relevantes. Por ejemplo, el significado de democracia. Puede parecer fuera de lugar, pero los argumentos no se deben orientar hacia cuál es la mejor política intervencionista, sino hacia qué valores morales tenemos presentes cuando pensamos en la gobernanza de Internet. La democracia, entendida como la posibilidad de que el pueblo se gobierne a sí mismo, necesita de dos principios. El primero es que la gente disponga de los recursos para vivir una vida autónoma. No es posible si pasas hambre, estás enfermo o no tienes donde vivir. Aplicando esto a Internet, una conexión segura de alta calidad y de alta velocidad es una condición básica para poder participar en la sociedad moderna. Durante la pandemia, en Estados Unidos hubo personas conectándose a la red en aparcamientos de edificios públicos para que sus hijos hicieran los deberes, para solicitar subsidios de desempleo o para que los abuelos hicieran Skype con los nietos.
P. ¿Y el segundo principio?
R. La gente necesita tener un grado de participación en aquellas decisiones que más les afectan, y esto es imposible en un sistema privatizado con ánimo de lucro. Aquí es donde comienza la discusión sobre la democratización de las tuberías de internet.
P. ¿Apostando por un modelo de infraestructuras comunitarias?
R. En Estados Unidos tenemos cientos de redes comunitarias de propiedad pública o cooperativa, como las cooperativas rurales de Dakota del Norte. Estas redes logran proveer mayor velocidad a menor coste que los gigantes monopolísticos. Pero, sobre todo, consiguen introducir la participación democrática en sus operaciones diarias. Surgieron como cooperativas rurales de electricidad durante el New Deal, cuando Estados Unidos intentaba llevar la electricidad a las partes más pobres del campo, y se beneficiaron de una exención de impuestos cumpliendo algunas condiciones, como organizar elecciones internas. En todo el mundo existen ejemplos de entidades democráticamente gobernadas que proveen de conexión a Internet a sus miembros, como Guifi.net en Cataluña.
P. ¿Cómo impacta el paisaje político de Estados Unidos hoy, con esa asociación entre el presidente Donald Trump y las grandes tecnológicas?
R. La compra de Twitter por parte de Elon Musk ilustra los peligros de que nuestro ecosistema informativo sea tan vulnerable a las presiones del mercado. Pero con Internet, la tendencia es a aceptarlo sin más. La propia naturaleza del algoritmo convierte estas plataformas en mecanismos de difusión informativa. El panorama actual es desolador en muchos sentidos. Crece la percepción de que el Internet contemporáneo está descuidado y lleno de información falsa. Nuestra experiencia online se ha degradado en los últimos años, en parte por la proliferación de los vertidos de IA. No me siento optimista sobre las perspectivas de que se de una movilización en torno a Internet, pero tampoco sobre el futuro de la movilización social en Estados Unidos. El primer mandato de Trump logró ser un vector politizador para muchas personas, pero la atmósfera es muy diferente ahora.
P. Compara las grandes plataformas con un centro comercial online. ¿Tenemos noción de ser consumidores al utilizarlas?
R. El aspecto arquitectónico inspira esta metáfora. Los centros comerciales están diseñados para hacerte comprar, y hay ciertos aspectos del diseño de las plataformas que fomentan comportamientos concretos que pueden ser monetizados por estas compañías. Pero el centro comercial es también un lugar en el que las personas gozan de un cierto grado de libertad, y eso es importante. Estas plataformas se presentan a veces de manera un poco conspiranoica, como máquinas de lavado de cerebros, y no es así como funcionan. La sensación de autonomía es clave en una experiencia placentera. Todo aquel que haya crecido acudiendo a centros comerciales sabe que en estos entornos hay espacios de libertad. Hay chicos practicando skate en lugares prohibidos, adolescentes pasando el rato sin comprar nada y consumiendo drogas en los servicios. También en estas estructuras digitales hay rincones y recovecos en los que es posible una cierta agencia y creatividad que habría que celebrar. Cabría preguntarse cómo se pueden desarrollar arquitecturas alternativas que desplacen estos centros comerciales o les hagan menguar el espacio que ocupan.
P. ¿Cuál es la dificultad para hacer que funcionen estos espacios digitales más horizontales?
R. Existen problemas muy profundos de base. En el caso de Estados Unidos, la dificultad de construir espacios online democráticamente gobernados tiene que ver con el ocaso de la vida asociativa, los clubes, la vida cívica, la caída de los sindicatos, de las asociaciones de vecinos… Hay un vacío creciente en la sociedad, parejo a un aumento del aislamiento social, que hace difícil que ciertas formas de asociación cohesionen de la forma en la que lo hicieron en el siglo XX.
P. ¿Qué papel desempeña la regulación del sector en este internet democrático?
R. La regulación de internet puede producir efectos muy diferentes, por lo que debemos ser precisos con los objetivos. Para mí, el objetivo sería la creación entidades de propiedad pública o cooperativas que incluyan los principios de la participación democrática en sus operaciones diarias y comiencen a asumir ciertas funciones de nuestra esfera digital que actualmente desempeñan grandes grupos con ánimo de lucro. Tanto en lo que se refiere a las tuberías de internet, los servicios que hacen posible el acceso, como en lo que afecta a la manera en la que se organizan nuestras actividades online de toda índole al nivel de las plataformas. Esa sería mi declaración de intenciones. La implantación de políticas públicas podría impulsar el desarrollo de alternativas y, quizás, abastecerlas de recursos extraídos de las grandes firmas. Estoy a favor de esa clase de redistribución. Pero, por ejemplo, la regulación europea toma como punto de partida que Internet siga siendo un negocio lucrativo, dirigido por actores privados, en el que el objetivo es simplemente establecer las normas del juego y castigar a las corporaciones que las violan. No niego que podría tener algunos efectos positivos, por ejemplo, en la protección de datos. Pero tenemos que expandir nuestra imaginación respecto a cómo utilizar las palancas del sector público para conseguir presupuestos, subsidios, reducciones de impuestos y demás con las que cultivar la proliferación de este sector alternativo. Ese otro internet posible no va a suceder por sí solo, necesita de apoyos.
P. ¿Arreglar los problemas de Internet es un reto de imaginación?
R. Creo fervientemente en el poder político de la imaginación, pero esta no ocurre dentro de la mente de un individuo aislado en su habitación. En su mayor expresión, la imaginación es una práctica colectiva. Eso es lo que necesitamos para desarrollar una alternativa a las instituciones de nuestra esfera digital. La privatización de internet que ocurrió a mediados de los 90 y dura hasta hoy requirió poner una red financiada por el gobierno de Estados Unidos al servicio de la maximización de beneficios. Así que si queremos desarrollar otro internet que no sea privado, o desprivatizar un segmento de internet, ese proceso necesita ser también creativo y con mucha experimentación. No se trata de encontrar el modelo correcto de negocio, sino las formas de organización de la vida social apropiadas para gobernar democráticamente internet.
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