Las consecuencias de la migración digital del libro no han concluido
El tránsito de la cultura escrita a la digital está siendo una perturbadora migración, con abandono de objetos, prácticas y valores que funcionaban, explica el catedrático Universidad Carlos III de Madrid
El libro electrónico, el e-book, es la añoranza del libro que se dejó sobre el papel durante la migración digital. Si la memoria es el espejo en donde nos vemos a nosotros mismos reflejados entre los recuerdos, el e-book es la imagen especular del libro de papel. Sin volumen ni peso, mantiene el recuerdo de las páginas…, pero sin hojas.
Consigue, sin embargo, propiedades turbadoras como la de no tener copias, tan solo reflejos. La Red se convierte para el libro en un facistol inimaginable. Leemos todos el mismo ejemplar, reflejado tantas veces como lectores en el juego de espejos de las pantallas. Así que el libro digital reverbera en el espacio sin lugares de la Red.
Las migraciones, aun las impulsadas por causas dolorosas, son siempre un motor de la evolución humana. Suponen un desprendimiento de objetos y destrezas bien adaptados al entorno original, pero que hay que dejar atrás.
El e-book es un libro en el espejo. Es una ilusión óptica la posesión del texto. Las palabras están tan solo sostenidas, no están impresas en la pantalla, así que una vez leídas no quedan en el reverso de la hoja (un libro sin hojas, pero con páginas), sino que se diluyen en nube de ceros y unos a la espera de otro lector. Por eso parece que adquieren calidades sonoras, pues las palabras se desvanecen como las habladas, como las hechas con ondas de aire.
¿Y si la reverberación, entonces, no fuera solo de luz, sino sonora? Volveríamos a escuchar los libros. Como se hacía cuando eran manuscritos y la lectura se podía así compartir. O cuando, siendo impresos, eran escasos y costosos. O cuando en las escuelas había ejercicios de lectura en voz alta. O cuando se lee al niño el cuento antes de dormir…
De ser así, el texto no se queda sostenido brevemente en la frontera de cristal de la pantalla, sino que se derrama y consigue lo que el sonido puede hacer: envolverte. No se pone delante —como aquello que se tiene que ver—, sino a tu lado.
Los audiolibros están en distintos soportes desde casi los primeros ingenios para registrar y reproducir el sonido. Pero en este escenario imaginado de la vida en digital sus protagonistas, los alefitas, se encuentran en conexión continua con el Aleph -la Red- y la relación se realiza cada vez más a través de la comunicación oral, ya que es la forma de que tal conexión constante no interfiera en el entorno. Así que los alefitas tienen más predisposición y medios para escuchar un texto, porque en esta vida en digital se da mucha mayor interacción a través de la palabra hablada que con las interfaces en una pantalla (como vimos en un anterior artículo, "Oye, Siri").
Por eso los lectobots —así los llamaremos provisionalmente— serán una asistencia valiosa para la audición de los libros. De palabra se pedirá al lectobot que seleccione un título; que interrumpa o reinicie la lectura; que «hojee» el libro en busca de una palabra o de un pasaje; que anote un comentario, no en margen alguno del libro, sino en su memoria; que subraye —también en su incansable memoria— tal frase que se acaba de leer, para cuando se le solicite un repaso de lo resaltado o que localice un determinado subrayado. El lectobot proporcionará hipertextualidad a la obra, respondiendo a las cuestiones que se le plantee sobre significado de palabras, más información acerca de cualquier referencia que se haga en el texto, etc. Y, como hasta ahora, al texto le dará voz un intérprete, el propio autor o el lectobot.
Esta mediación cada vez más eficaz puede que tenga consecuencia en la composición de la obra. Pues se compondrá atendiendo a que esta relación de palabra va a desembocar en una interacción más propia de la oralidad, es decir, más conversacional. Se escribirán los textos para ser escuchados y para una práctica lectora en la que media un asistente robot muy experto.
Las migraciones, aun las impulsadas por causas dolorosas, son siempre un motor de la evolución humana. Suponen un desprendimiento de objetos y destrezas bien adaptados al entorno original, pero que hay que dejar atrás; y, a su vez, lo que llega al nuevo entorno tiene la necesidad de transformarse para responder a las condiciones distintas. Un proceso crítico, arriesgado, pero también una situación para que emerjan capacidades que permanecerían sofocadas en el territorio de origen.
El tránsito de la cultura escrita a la cultura digital está siendo una perturbadora migración, con abandono de objetos, prácticas y valores que funcionaban satisfactoriamente, pero que no responden igual en el nuevo ámbito, mientras que los ensayos innovadores no dan aún con los cambios necesarios para esta vida en digital. Y es que acabamos de llegar.
Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid
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La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.
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