El mundo en red es la oportunidad de un profundo cambio
La vida en digital es uno de esos posibles escenarios para reflexionar sobre la alteración del mundo que nos espera
Tendemos a interpretar el mundo digital que se está conformando como un fenómeno —impreciso, pero penetrante— que, a pesar de todas las perturbaciones que pueda provocar en lo establecido, supondrá no obstante una potente amplificación del modelo de sociedad que tenemos.
Se habla así de otra etapa de la sociedad industrial; de que la producción, el comercio, las finanzas, crecerán de manera muy superior a los empujes que produjeron los escalones anteriores de la industrialización. Desde las ciudades —como máximo exponente de la civilización— hasta las vidas particulares, desde la sanidad hasta la defensa armada, desde la educación al entretenimiento, todo se amplificará. Es decir, lo que tenemos ya, pero más (más eficiencia, más rentabilidad...). Un proceso, por tanto, de inflación.
Esta percepción general explica que resulte atrayente volcarse en esta línea por la que se espera que vaya el mundo con la tecnología digital y, por contra, provoque rechazo, vértigo, a quienes no aprueban el modelo que tenemos.
Cuesta, en cambio, más trabajo disponerse a vivir un fenómeno que no va a amplificar, sino a alterar el escenario en que estamos instalados. Esto significa que hemos entrado en un proceso crítico: el mundo que tenemos se nos reblandece (es el efecto de la niebla de ceros y unos del entorno digital: entra por todos los resquicios de lo establecido), así que ni siquiera se agrieta, sino que se deshace, por lo que ni podemos apuntalarlo. Tenemos, por consiguiente, que desprendernos de lo que ya está afectado irremediablemente, y que muestra disfunciones, sin tener aún trazas del nuevo escenario. Y ante esta incertidumbre hay que imaginar posibles escenarios; una forma de que decrezca, sin disiparla, la incertidumbre.
La vida en digital es uno de esos posibles escenarios para reflexionar sobre la alteración del mundo que nos espera. Y los alefitas (por eso de que la Red no es una malla, sino un Aleph como el de la ficción de Borges, una contracción, un espacio sin lugares), sus pobladores.
Irán apareciendo de manera difusa y lenta. Cada vez mostrando mejor sus rasgos diferenciadores. Serán manifestaciones reducidas de grupos sociales con formas de vivir distintas a la mayoría. Hay que evitar creer que esta transformación resultará masiva en sus comienzos e idéntica en todos sus casos. Y es que también nos confunden hoy la extensión y la homogeneidad de la mancha digital por el planeta. Porque nos hacen pensar que nos deslizamos hacia una uniformidad global en todo aquello que alcance la expansión. Pero esta envoltura es más bien el inicio, el sustrato para emergencias muy numerosas y diversas que alteren el mundo que ahora cubre.
De igual modo que el paso de la caza y la recolección a la domesticación y la agricultura proporcionó las condiciones para la formación de las ciudades, así podrá suceder en el mundo digital con los que hemos llamado, en el escenario imaginado, alefitas. Personas que, como los urbanitas, comenzarán a tener unos valores, unas formas de vida particulares.
Ciudad y campo han mantenido siempre una tensión, dinamizadora para ambas partes, de manera que es posible que en este mundo digital haya también esta dinámica transformadora a partir de la tensión que se cree entre los alefitas y el resto de un mundo en red.
Y la más alteradora aportación que pueda traer esta tensión será la de una revolución cultural. Si la cultura es la forma de mirar el mundo e intervenir en consecuencia, hemos desarrollado un mundo sobre el que estamos actuando e intentando conducir con una mirada —es decir, unos valores— muy distorsionada. De seguir así, los errores de nuestras actuaciones serán cada vez más críticos.
Estamos en un momento en que la tecnología nos empuja a insistir en esta mirada obcecada, pero a la vez nos ofrece la posibilidad de utilizarla como palanca para remover este mundo. Es cuestión de hacerse con ella.
Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático en la universidad Carlos III de Madrid.
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