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MEDICAMENTOS
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los nuevos fármacos antiobesidad son ciencia, no moralidad

El sambenito de “la droga de Hollywood” no implica que el Ozempic sea un cuento paranormal. No solo es útil contra la diabetes de tipo II, sino que también reduce el riesgo de infarto en un 20%

Ozempic Diabetes
Un farmacéutico muestra dos cajas de Ozempic en Provo, Utah (Estados Unidos) el 29 de marzo de 2023.GEORGE FREY (REUTERS)
Javier Sampedro

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Una de las predicciones menos arriesgadas que cabe hacer ahora mismo es que la medicina se va a centrar de forma creciente en unos fármacos de vanguardia cada vez más eficaces, pero también más caros. Esto va a enfrentar a los sistemas sanitarios públicos a un alud de dilemas extremadamente difíciles sobre la vida y el coste de salvar una, sobre la muerte y el sofisticado arte de decidir quién tiene derecho a evitarla y quién no. Los médicos llaman a esto cribaje, porque creen que así se entiende peor.

Nuestra obligación como ciudadanos del futuro, sin embargo, es entenderlo mejor, no peor. Los nuevos fármacos antiobesidad nos brindan un excelente ejemplo para ilustrar esta cuestión esencial.

Todo el mundo ha oído hablar de Ozempic, la presentación comercial más famosa de este sector farmacológico. Hay otras marcas, pero no son más que variaciones de dosis de la misma molécula u otras muy similares. No nos despistemos con los detalles. La molécula clave se llama semaglutida, y es una pequeña variación de una hormona humana natural llamada GLP1. Esta molécula natural se produce en el intestino y en el tronco cerebral cuando estás comiendo, e induce la sensación de saciedad para que dejes de comer. Además, estimula la secreción de insulina por el páncreas y, por tanto, reduce el nivel de azúcar en sangre. Todo esto convierte a su análogo, la semaglutida, en un medicamento eficaz contra la diabetes de tipo II, que es la asociada a la obesidad.

Pero la semaglutida tiene además un efecto sobre la obesidad en sí misma. Puesto que imita a una hormona natural, opera de una manera integral sobre todos los mecanismos relacionados con la gestión energética del organismo: hambre, saciedad, metabolismo, generación de grasa, gasto de energía. La gente adelgaza de una forma más eficaz y consistente que con cualquier fármaco anterior de este género. Esto la convirtió enseguida en “la droga de Hollywood”, con la inestimable ayuda de la socialité Kim Kardashian ―que la utilizó para enfundarse un traje de Marilyn Monroe―, la actriz Oprah Winfrey y el magnate Elon Musk. No hay asunto actual en el que no aparezca este hombre. El debate ha sido intenso en los medios y ha alcanzado el paroxismo en las redes sociales.

Pero el sambenito de “la droga de Hollywood” no implica que el Ozempic sea un cuento paranormal al estilo de la psicología cuántica (o cuéntica, como la llama una amiga mía). La semaglutida no solo es útil contra la obesidad y la diabetes de tipo II, sino que también reduce el riesgo de infarto en un 20% incluso en personas sin diabetes. La revista ‘Science’ la acaba de elegir como el avance científico del año.

Según los científicos conocedores del asunto, los nuevos fármacos antiobesidad también prometen avances contra las adicciones, el alzhéimer y el párkinson. El tratamiento es caro, porque consiste en una inyección semanal de 140 euros y todo indica que habrá que mantenerlo de por vida. En España se financia para casos graves de diabetes, pero es obvio que esa indicación se está quedando muy corta. He ahí el dilema.

El debate tiene un indiscutible aroma moral. Mucha gente, incluidos casi todos los gestores de la salud pública, tiene el prejuicio automático de considerar que el obeso es culpable de serlo. Si quiere adelgazar, que coma menos y se mueva más, ¿no es cierto? Pero no, no siempre es cierto. Por un lado, están los condicionantes socioeconómicos. Las familias más pobres son las que comen más hamburguesas dobles con triple de queso, bollería industrial anegada en grasas trans y pizzas de panceta con salchichas alemanas, por la sencilla razón de que su relación caloría/precio es imbatible.

Y, por otro lado, hay un montón de condicionantes genéticos que conocemos cada vez mejor, y que aumentan el hambre, reducen la saciedad, predisponen a las adicciones o, directamente, exacerban la eficacia de la adipogénesis, el proceso que convierte los alimentos en grasa corporal. Estos genes han resultado muy útiles en un pasado lleno de hambrunas y escaseces, y ahora se han convertido en enemigos en el festival de la grasa y el sedentarismo cibernético en que vivimos inmersos. Es la evolución, amigo.

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