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Fernando Morán, hombre de Estado, vocación cívica universal

El exministro de Asuntos Exteriores, fallecido a los 93 años, tuvo una vocación integradora hacia el interior y una proyección europea

Fernando Morán, en una imagen de archivo de 2003.
Fernando Morán, en una imagen de archivo de 2003.ricardo gutiérrez

A lo largo de los últimos 40 años, Fernando Morán siempre trató de elevarnos a sus amigos a la condición de interlocutores suyos. La contradicción residía en que en conocimientos, en actitud de servicio, en audacia, en disciplina y diligencia, incluso en naturalidad, frente a él era imposible quedar bien, hacer una buena figura.

De su legado para el ejercicio de la función pública y de la política subrayaría un par de sus muchas ideas y creencias. Para empezar, su idea de España. Vocación integradora hacia el interior y una proyección europea e internacional soberana, que concurrían con las respectivas concepciones, en los años veinte y treinta, de Manuel Azaña, Fernando de los Ríos y José Ortega y Gasset, y en la transición, de Manuel García Pelayo, Francisco Tomás y Valiente, Landelino Lavilla y Luis Gómez Llorente.

En segundo lugar, su idea del Estado, próxima a la de la Generación de 1914 y, especialmente, de Manuel Azaña: literalmente, “el Estado, en general, pero, indispensablemente en el caso concreto de nuestra España de la monarquía parlamentaria, es un ente moral”.

Pero sea su visión de y su amor a España, sea su idea del Estado, habrían quedado en mero idealismo de no haber corporeizado como pocos políticos la virtud pública. Inspirándose en la historia de la antigüedad grecolatina, Montesquieu y los padres fundadores de la Constitución de Estados Unidos enfatizaron la importancia decisiva de la virtud para la forma republicano-democrática de gobierno. Los políticos griegos que se habían dotado de un gobierno popular no reconocían otra fuerza mayor que la virtud para sostener su república: cuando la virtud cesa, la ambición entra en los espíritus y la codicia se adueña de todos los ánimos, “la República se convierte en un puñado de despojos, y su fuerza deviene el poder de algunos y la licencia de todos”. Pues bien, la biografía de Fernando nos ha legado, así, una brújula de especial relevancia para este desnortado país nuestro de los últimos años.

Este es el hombre de Estado, socialista, de vocación cívica universal que en Josep Borrell ha encontrado, hasta ayer en el ministerio y, actualmente, como Alto Representante de la Unión Europea para la Política Exterior y de Seguridad, su digno sucesor, al que rendir homenaje, y con él, a España, a nuestra democracia representativa, nuestro Estado de derecho y nuestra Constitución. 

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