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Calma tensa en los hoteles de la policía

Un millar de agentes vuelve a alojamientos costeros catalanes, vacíos fuera de temporada y convertidos en cuarteles improvisados, tras la tensión en algunos pueblos en 2017

Furgonetas de la Policía Nacional aparcadas este sábado en un hotel de la zona de Salou, en Tarragona. En vídeo, eefuerzo de la seguridad en Cataluña por la publicación de la sentencia del 'procés'.Foto: atlas | Vídeo: José Luis Sellart / atlas
Íñigo Domínguez

Los pueblos veraniegos son tristes sin verano, lugares fuera de lugar, y quien cae en ellos, por error o destino, ya cae mal, muy desubicado. Pero todavía más si es un policía de Sevilla, por ejemplo, enviado esta semana a un desangelado hotel de tres estrellas de una localidad playera de Cataluña, donde le miran raro, a esperar si se lía con la sentencia del procés. Un millar de policías, según fuentes del cuerpo, ya están volviendo desde el jueves a donde a muchos les echaron en 2017, y a nadie le apetece: ellos no hubieran querido volver, y muchos vecinos también prefieren que no aparezcan. “Espero que esta vez no vengan, la verdad, se reabrirían viejas heridas”, dice la recepcionista de uno de los hoteles de Calella y Pineda de Mar donde se hospedaron hace dos años y se registraron los incidentes más graves. Al final tuvieron que irse.

Aunque los destinos se mantienen secretos, en la mayor parte de los casos, según fuentes policiales, ahora se han elegido municipios más empáticos, por así decirlo. Con alcaldías no independentistas o partidos constitucionalistas bien implantados. También localidades más grandes, donde la llegada sea más anónima. Salou, por ejemplo, donde se han instalado en varios hoteles, o Castelldefels, con alcaldesa socialista. La otra novedad es una ausencia muy presente y presentable: no hay barcos. “Esta vez el Piolín no lo vamos a consentir”, asegura un portavoz del sindicato Jupol, el mayoritario en la Policía Nacional. Llegan de Málaga, Granada, Zaragoza, Valencia, Vigo... En principio, se quedan hasta el día 25, pero todo se verá.

En todo lo que pasó en octubre de 2017 también tuvo su parte el malestar interno de las fuerzas de seguridad por la precariedad de algunos alojamientos, sobre todo el famoso buque atracado en el puerto de Barcelona. Con la experiencia, esta vez se ha podido preparar mejor, aunque los sindicatos siguen acusando a Interior de “falta de planificación”. También, apunta un representante de la Guardia Civil de la asociación AUGC, “si comparas la situación con la de hace dos años esto no es nada, hay expectación, pero menos tensión… de momento”. La Guardia Civil ha enviado otro millar de agentes, pero se basta por ahora con los cuarteles e instalaciones militares, no van a hoteles. El grueso de los efectivos está en la gran comandancia de San Andrés de la Barca, cerca de Barcelona.

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Para la Policía Nacional sus cuarteles de invierno son los hoteles fuera de temporada, vacíos y baratos. “De momento, calma chicha. ¿Qué pasará? No lo sabe nadie”, dice uno de ellos. Los agentes que ya viven en Cataluña lo llevan peor. Uno destinado en Barcelona denuncia que sufren “escraches y acoso a nivel personal y familiar”. “Aquí ha habido una sangría de agentes que se han ido, los que estamos aquí es contra nuestra voluntad, los que no tenemos puntos para el traslado y los que vienen de las nuevas promociones”, comenta. Refiere que este mes se han registrado tres protestas ante instalaciones de Guardia Civil y Policía. “Sobre todo impresiona que ya no son solo jóvenes, ves gente mayor gritando 'Pim pam pum, que no quede ninguno', se están radicalizando”.

Justo en el límite entre Calella y Pineda de Mar, a una hora al norte de Barcelona, donde en 2017 hubo más tensión con los policías hospedados, hay un cuartel de la Guardia Civil. Es uno de los lugares donde el pasado día 3 se organizó una de esas protestas. Más de un centenar de manifestantes que gritaban “Fem-los fora! (¡Echémoslos!)”, y enfrente otro grupo que defendía a los agentes coreando “¡No estáis solos!”. Los agentes del puesto ponen cara de circunstancias y prefieren guardar silencio. Con la sentencia se esperan, como mínimo, este tipo de movilizaciones. En la plaza del mercado de Calella la gente tampoco tiene muchas ganas de hablar del tema, pero no creen que los policías vayan a volver a sus hoteles. “Después de la que se armó no tendría sentido, sería venir a provocar”, dice una señora, que prefiere no dar su nombre.

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En Pineda de Mar, el hotel donde se alojaron en 2017 unos 300 agentes, está en pleno centro. Al lado de una gran plaza donde el jueves por la tarde jugaban los niños, mientras sus padres se tomaban algo en las terrazas. “Mira qué tranquilos estamos, ¿te imaginas que ahora llegan dos autobuses con 100 policías? ¿no te chocaría?”. Sí se ve un buen grupo de turistas del este de Europa. La recepcionista de uno de los hoteles de la zona explica que nadie quiere que se repitan las escenas de hace dos años. Como otros vecinos, entiende que los policías hacen su trabajo, pero asegura que su presencia crearía problemas. ¿Qué cree que pasará? “Dependerá de ellos”, de los policías, razona. “Es que con lo de cantar 'A por ellos' y lo que se vio…”. Recuerda que a un lado de la calle estaban los independentistas y en el otro sus contrarios: “Fue difícil. Es que esto es un pueblo, si vienes de Madrid no lo puedes entender”.

Los policías están llegando de forma escalonada y discreta, por la noche, para no dar el cante. En este establecimiento no saben si vendrán o no, pero esperándoles y pasando la noche allí se pueden comprobar las sensaciones de algunos de estos hoteles de invierno. Son instalaciones de la primera oleada turística de hace medio siglo, que han envejecido mal. Menos de 50 euros con desayuno. Cuartos sin calefacción, sin wifi, de higiene mejorable, tele diminuta. Te viene la depresión, ya sin ser policía. Pasa la noche y los policías no vienen. “Te dije que no venían”, dice al día siguiente el del bar, como contento.

Están, por ejemplo, a 80 kilómetros al sur, en un hotel de Castelldefels. Entran y salen a dar un paseo, a hacer deporte. Opinan que en esta zona los hoteles están mejor, que han salido ganando. En un restaurante cuatro policías esperan que les sirvan el primer plato del menú del día. Dos de ellos ya estuvieron en Cataluña hace dos años, y uno de ellos, precisamente en Calella. “Me fui decepcionado”, recuerda. No por lo que pasó, que también, es que en realidad él, como muchos otros compañeros, llevaba años yendo a este pequeño municipio. No fueron marcianos que aterrizaron en el pueblo para el referéndum ilegal, estos hoteles eran destino habitual del cuerpo en sus rutinas operativas. “Íbamos muchas veces al año y estábamos muy a gusto, conocías a la gente, en los bares, en los restaurantes, y no había ningún problema. Pero de repente se rompió esa convivencia”. Opina que quienes protestaban eran “200 exaltados, pero hacían mucho ruido”. Pero el caso es que esta vez, en principio, parece que ya no vuelven por allí. Es otro pasito del procés: volver donde se ha liado no se puede, se consideraría hostil. Si estas excursiones comienzan a ser periódicas hay un aspecto logístico que quizá deberá ser resuelto.

En Castelldefels la diferencia se nota. “Aquí no hay ningún problema, esto es tranquilo, por aquí pasan a tomar café policías, guardias civiles y mossos, todos se llevan bien”, cuenta el dueño de un gran bar del paseo marítimo. En la calle trasera del hotel de los policías hay solo una estelada, y dos banderas de España.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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