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El periodista Pablo Ordaz presenta ‘El juicio sin final’, la colección de sus crónicas de la causa del ‘procés’

“La sentencia no puede arreglar los desvaríos de la política”, afirma el reportero

Juan Cruz
Primera sesión del juicio del procés, el 12 de febrero de 2019.
Primera sesión del juicio del procés, el 12 de febrero de 2019. EMILIO NARANJO (EFE)

A horas de que se conozca la sentencia del Tribunal Supremo sobre el procès independentista catalán que desafió al Estado español, Iñaki Gabilondo le ha preguntado esta noche a su colega Pablo Ordaz si guardaba algún deseo sobre el resultado del juicio. Ordaz ha presentado en el Círculo de Bellas Artes El juicio sin final (Círculo de Tiza), la colección de sus crónicas publicadas por EL PAÍS con todo lo que ocurrió de febrero a junio ante el Tribunal Supremo.

En ese juicio, Ordaz se sintió como el Gurb de Eduardo Mendoza, un extraterrestre obligado a entender el entramado que protagonizaban jueces, acusados, abogados e independentistas, todos en silencio ante el tribunal, lejos del ruido que dominaba el escenario adyacente, la Plaza de la Villa de París. Su papel de periodista le permitió distancia. Fue, también, un ejercicio de templanza, que obligaba a ignorar "lo caliente" que era el acto y centrarse en la "frialdad" con que deben contarse dramas así.

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En el escenario había gente que se jugaba el futuro de su vida en libertad. El presidente del Tribunal, Manuel Marchena, estaba con un ojo en la Sala y otro en Estrasburgo, consciente de que el proceso tendrá consecuencias en el nivel jurídico internacional. Y jueces y testigos, acusadores y defensores, cumplían un papel que el periodista tenía que ir narrando como quien asiste a una película… de jueces.

Iñaki Gabilondo (no es excepción en él) se sabía el proceso y también pareció un lector minucioso del libro. Así que Ordaz se debió sentir como uno de los interrogados de Marchena. Fue Marchena, en el interrogatorio periodístico de Gabilondo, el personaje que más minutos consumió. Los dos coincidieron en que el presidente del Supremo se había preparado el juicio de manera que ni los de Vox pudieran sentir que iba a dejar que se pasearan por la Sala lugares comunes programados por cada una de las partes para sentirse más cómodos ante los suyos, cualesquiera que fueron estos.

Marchena, le dijo Ordaz a Gabilondo, “está dotado para convencer, y convencer con datos”; e hizo que el juicio llegara al final “sosteniendo siempre el equilibrio”… Excepto Javier Zaragoza, al que Gabilondo y Ordaz salvaron de la quema, los fiscales estuvieron “dubitativos”. Ordaz no entendió “cómo desde el Estado se trabajó tan mal en la preparación de esta respuesta al independentismo”. Los dos coincidieron, además, en que hubo abogados “con mucha trayectoria” y otros que, como los testigos independentistas, “cumplían la tarea del activismo” también en el juicio, como si hubieran acudido a la Plaza de la Villa de París blandiendo el eslogan “la historia nos absolverá”.

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Gabilondo elogió el libro, su escritura, e hizo suyo este párrafo que Antonio Muñoz Molina le dedica a Pablo Ordaz en el prólogo de El juicio sin final: “Pablo Ordaz no ha perdido el acento que tenía cuando era un joven periodista en Sevilla, ni ha perdido la cara de atención y de algo de estupor con que miraba el mundo cuando yo lo conocí”. Fue un elogio mutuo que al final se cerró con aquella pregunta de Gabilondo a Ordaz: ¿qué guardas como deseo para la sentencia? El periodista de EL PAÍS no se guardó su sentimiento: “No se puede esperar que la sentencia del procès arregle los desvaríos de la política”. ¿Entonces? Está visto para sentencia, y esta llega ya.

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