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DIARIA DE CAMPAÑA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La campaña de la vergüenza

La obsesión hacia rival, la frivolidad y la desatención al votante definen la carrera del 28A

Una simpatizante de Ciudadanos pega un cartel del candidato de su partido a la presidencia del Gobierno, Albert Rivera, durante el unicio de la campaña electoral en Valladolid.
Una simpatizante de Ciudadanos pega un cartel del candidato de su partido a la presidencia del Gobierno, Albert Rivera, durante el unicio de la campaña electoral en Valladolid. EFE (EFE)

Al sosiego de la sociedad española le hubieran convenido dos semanas de reflexión y un día de campaña, entre otras razones porque la recta final hacia el 28A  ha explorado todas las fronteras de la mediocridad y de la vergüenza. No es fácil fomentar entre los ciudadanos el entusiasmo hacia la política cuando los partidos y sus líderes, cada vez más identificados en el modelo cesarista y en los criterios de supervivencia particular, se han obstinado en degradar el hábitat de la cosa pública hasta transformarlo en irrespirable.

Puede comprenderse así la pujanza de antipolítica y el revanchismo de Abascal, aunque ha sido precisamente Vox el movimiento que más ha profanado la campaña electoral. No solamente desde la víscera, el crucifijo justiciero y la ebriedad patriotera, sino jactándose de amordazar a los medios informativos con el recurso totalitario de las listas negras. Vox quiere devolvernos la libertad y las libertades, pero sus costaleros zarandean la Constitución cuestionando la libertad de prensa y de opinión en volandas de la turbamulta y de sus profetas mediáticos.

El extremismo de Abascal requería un ejercicio de responsabilidad y de mesura entre las fuerzas “convencionales”, pero tan evidente ha sido el esfuerzo de Sánchez por cebar al monstruo de la ultraderecha -que viene, que viene- como desconcertante ha resultado la estrategia mimética de Pablo Casado en la asimilación de los mensajes oscurantistas.

El nuevo PP de Casado es más retrógrado y anticuado que el viejo. Y más radical. Casado se había puesto las cosas muy difíciles a sí mismo cuando vinculó a Pedro Sánchez con las manos ensangrentadas de ETA, aunque ningún episodio de bochorno y de blanqueo puede equipararse a la impostura de Otegi como expresión de concordia, llevando en su regazo la serpiente de la paz.

El fantasma del terrorismo forma parte de las extravagancias de una campaña que se ha centrado en lo superfluo -la conquista de México, los neandertales, las mascotas- y que ha subordinado la sensibilidad al ciudadano al desprecio de rival. Se diría que los candidatos conocen mejor el programa ajeno que el propio.

Semejante crispación dialéctica se expuso en el barrizal de los debates televisados. Una conspiración contra el silencio del que salieron homologadas la mansedumbre pastoral de Iglesias y la agresividad de Albert Rivera en la apología del teatro de variedades.

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Ciudadanos ha descompuesto la campaña. Ha agitado el sprint final con la declaración de guerra al PP y con el secuestro consentido de Ángel Garrido. No es fácil proyectar el efecto electoral del sabotaje. De hecho, la gran incógnita de carrera a las urnas consiste trasladar a la frialdad del marcador la inquietud y el desasosiego de las sensaciones.

Porque la campaña la ha ganado Vox. No cabe mejor ni peor manera de definirla.

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