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“No mienta”, la política española se ‘trumpifica’

Casado recupera terreno a costa de profundizar la fisura con su socio en Andalucía

Los cuatro candidatos, antes de comenzar el debate en Atresmedia. En vídeo, los mejores momentos del debate.Vídeo: ULY MARTíN / EPV
Claudi Pérez

Un buen político es aquel que afronta un problema complejo, lo reduce a sus líneas esenciales y lo resuelve por la vía más rápida, a ser posible sin vociferar. Los candidatos a la presidencia del Gobierno que aparecieron en el archidebate de anoche, el debate final que estaba llamado a ser la madre de todos los debates, no encontraron más vías que la descalificación apocalíptica: los grandes asuntos de los próximos tiempos, desde el papel de España en la UE a la lucha por la hegemonía entre EE UU y China, no están en el radar de la política española; los problemas más cercanos (la crisis territorial y la desaceleración) apenas sirven para tirarse los trastos a la cabeza. El primer asalto ya fue una formidable bronca. Solo hubo un perdedor claro: el popular Pablo Casado, condicionado por los ataques de su competidor en la derecha, Albert Rivera (Cidadanos). Casado recuperó este martes algo de terreno, pero a costa de profundizar las fisuras en el bloque conservador y de elevar el tono. Su contrataque fue una sucesión de martillazos en el mismo clavo: embestidas constantes y un aire de plaga de úlceras que contagió al resto (con la excepción de Pablo Iglesias) y que si se traslada al Congreso anticipa una legislatura imposible, a falta del tribunal de última instancia que será el 28-A.

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Hace 10 meses, la moción de censura que descabalgó a Mariano Rajoy de La Moncloa e hizo presidente a Pedro Sánchez sirvió para cerrar cicatrices en la izquierda, que ha podido gobernar durante 300 días con una mayoría precaria. Pero la moción abrió también una lucha descarnada por la hegemonía de la derecha, con el PP muy debilitado por la sentencia de la Gürtel (que acredita un “sistema de corrupción institucional”, nada menos) y una lucha por ese espacio con los autoproclamados liberales de Ciudadanos y con la extrema derecha de Vox. El segundo debate consolidó esa tendencia. A día de hoy, Sánchez e Iglesias, con diferencias y matices, parecen capaces de pactar sus desacuerdos. Ese tándem está más asentado, a pesar de que los socialistas siguen siendo deliberadamente ambiguos con las futuras coaliciones de Gobierno. Pero el debate fue sobre todo una pelea sin cuartel por el liderazgo en el flanco del centroderecha.

En ese lado, la brecha entre Casado y Rivera se agrandó anoche. Se hizo más visible. Los líderes del PP y de Ciudadanos estuvieron más incisivos. O más broncos: tanto con Pedro Sánchez, el enemigo a batir (de “sucedáneo de presidente” le tildó Casado; “trilero” le llamó Rivera), como también entre ellos.

Sánchez empezó flojo pero se entonó después del descanso, especialmente con su dureza en los asuntos relacionados con la violencia de género y con una firmeza sorprendente respecto a Cataluña. Acumula así tres horas de televisión sin errores graves, ayudado por el viento de cola de las encuestas y con ese tono entre presidencial y medio aburrido que se ha autoimpuesto. Frente a ese perfil del candidato socialista, Rivera y sobre todo Casado pecaron de eso que los griegos solían llamar hybris y que se puede traducir como desmesura. Ausente el estilo paranoide de Vox, que ayer llenó la plaza de toros de Las Rozas, en Madrid, Casado multiplicó por 10 la dureza exhibida en el primer debate y atacó desde el principio a Iglesias, a Rivera y sobre todo a Sánchez. “Nunca han mandado tanto en España los batasunos y los independentistas”, dijo a una pregunta sobre el desempleo. Sí, sobre el desempleo.

Los datos son testarudos. España duplica la tasa de paro europea en épocas de bonanza; cuando llegan las crisis graves se va por encima del 25%: récord mundial. Preguntados por ese problema, casi la única respuesta fue una y otra vez un cruce de acusaciones por la crisis catalana. Casado percutió repetidamente por ese flanco: “Sánchez es el candidato favorito de los enemigos de España”. Rivera hizo lo mismo: “Usted es un fake, pactó con los independentistas”, fue el análisis del líder de Ciudadanos, que le sacó a Sánchez su polémica tesis doctoral cuando el asunto seguía siendo el desempleo, quizá el mayor problema económico de España desde la Transición. De paro, en fin, se habló poco. De Cataluña muchísimo, pero más con zarandeos que con propuestas. Buena parte del debate fue como un partido de la liga inglesa hace 10 años: todos a correr y a dar patadas. “Estamos en las primarias de la derecha: a ver quién dice la mayor barbaridad”, zanjó un Sánchez más expuesto que el pasado lunes, y que esta vez no se sacó frases redondas de la chistera.

Con una catarata de insultos y un puñado de medias verdades, el último debate antes del 28-A acerca a la política española a una suerte de trumpificación. En el mercado de compraventa de ilusiones políticas, los dos debates organizados para las elecciones generales de 2019 vienen a cristalizar la degradación de la vida pública de los últimos meses: “No mienta”, pronunciada por unos y otros, fue la frase más repetida de la noche. Eso dificulta la gobernabilidad: el noble arte de gobernar depende hoy más que nunca de la habilidad de formar y mantener coaliciones, y esas alianzas no son siempre posibles. Holanda pasó cuatro meses sin Gobierno en 2010. El caso de Bélgica fue aún peor: 541 días de parálisis. En España van tres elecciones generales en cuatro años. “Un poco menos de sobreactuación y un poco más de sosiego”, pidió un Iglesias que fue, de largo, el más templado de la noche.

Aquella final del Mundial de 1974 entre Alemania y Holanda demostró que el fútbol es como la vida: casi nunca gana el mejor. El segundo y definitivo debate —desde las 10 y hasta pasada la medianoche: España sí es diferente— demostró que en política casi nunca gana nadie. Al menos hasta la noche electoral. Y a veces ni eso.

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Sobre la firma

Claudi Pérez
Director adjunto de EL PAÍS. Excorresponsal político y económico, exredactor jefe de política nacional, excorresponsal en Bruselas durante toda la crisis del euro y anteriormente especialista en asuntos económicos internacionales. Premio Salvador de Madariaga. Madrid, y antes Bruselas, y aún antes Barcelona.

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