La naranja electoral sudafricana
Las importaciones del cítrico a la UE sacuden la campaña si bien los partidos y las organizaciones de agricultores apuntan más causas para explicar la nefasta temporada de la fruta en Valencia
“Nefasta”. “Horrorosa”. “Hacía décadas que no veía nada peor”. Las expresiones de los que tienen algo que decir sobre el sector naranjero apuntan en una dirección: la campaña, que ya encara la recta final, ha sido muy mala. Las pérdidas se cifran en 250 millones, según la Unió de Llauradors. Eso en año electoral en la Comunidad Valenciana convierte a un producto agrícola identitario y con peso económico (cuatro millones de toneladas producidas y 2.100 millones de euros exportados) en motivo de contienda política y a quienes lo trabajan, a tiempo completo o parcial, en objeto de deseo.
La cosa ya empezó mal. En otoño, unas lluvias torrenciales provocaron que en octubre y noviembre no se pudiera entrar al campo. Eso coincidió con un momento en el que la naranja sudafricana aún entraban al mercado europeo con un arancel reducido. Desde 2016, por un acuerdo comercial con siete países africanos, entran con esa tasa del 16 octubre al 30 de noviembre y sin aranceles entre el 1 de junio y el 15 de octubre. Antes solo había un periodo sin restricción plena: en verano, hasta el 31 de agosto.
A partir de ahí, las naranjas de Sudáfrica se metieron en un saco para golpearlo. Para unos, con bastante razón: en la Unió de Llauradors, Carlos Peris cifra en 135 millones las pérdidas por el solapamiento. Igual piensa Jordi Sebastià, que votó contra el pacto en el Europarlamento y candidato de nuevo por Compromís. Cita un estudio de la Universitat Politécnica de València que concluye que un 10% de las variedades valencianas tempranas se ven afectadas. No lo ignora el PSOE, aunque matiza su importancia. “En octubre-noviembre bajó la entrada de cítricos sudafricanos un 37%”, señala la eurodiputada Inmaculada Rodríguez-Piñero. Subraya la mayor exigencia de la UE con fitosanitarios a la producción valenciana como un lastre. Ahí dispara también Emigdio Torno, de Ciudadanos. Todavía pone menos culpas en las importaciones la Asociació Valenciana d’Agricultors (AVA). “Es un error centrar toda la crisis en Sudáfrica. Sí, han llegado más naranjas que el año anterior, pero son 13.000 toneladas más solo, que eso para toda la UE, no es nada”, analiza Juan Salvador. Otras fuentes del sector calculan que llegaron 412.000 toneladas a Europa, récord histórico.
Sí hay consenso en que Sudáfrica “es un factor, pero no el factor”, enfatiza Elena Bastidas, del PP. “En elecciones, Sudáfrica sí ha sido señalado como el problema. Pero no es el único”, apunta una voz entre los exportadores que prefiere no dar su nombre. “Si hubiera un ránking de problemas, probablemente no sería el primero”, abunda Ricardo Bayo, de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA).
Muchas de esas causas las enumera con prudencia la consejera de Agricultura, Elena Cebrián, de Compromís. “Sudáfrica es la punta del Iceberg. El mercado del cítrico de la UE, al que exportamos el 90% de lo que vendemos fuera, está muy maduro y si no crece el consumo pero sí la competencia…”, empieza. Y además: explotaciones pequeñas (0,5 hectáreas de tamaño medio), parálisis en los últimos 10 años de la organización interprofesional del sector —“la del limón y el pomelo funciona, y no han notado tanto la crisis”—, pocas organizaciones de productores que canalicen las ayudas europeas en situaciones de crisis, altas temperaturas en invierno (el frío alienta el consumo de naranjas…). La letanía prosigue en UPA: tamaños pequeños, una de las mayores producciones, variedades antiguas —“las que se pagan mejor vienen de Marruecos, Estados Unidos o Israel y al plantarlas hay que pagar royalties”—, otras importaciones de Egipto o Turquía…
En medio de esta “tormenta perfecta” han llegado las elecciones. Así ha crecido el protagonismo de un sector que supone el 4% de la economía valenciana, según la Generalitat calculando todo el valor de la producción, transporte, industria y distribución.
Las propuestas nutren los programas, los mítines, las entrevistas. Para encarar el asunto de Sudáfrica, Compromís defiende en Bruselas una cláusula de salvaguarda que demore estas importaciones dos años o la consideración de un producto protegido, como el plátano de Canarias. “Hay que incidir en por qué la naranja no se considera un sector sensible; es un error haber incidido tanto en la cláusula”, apunta Rodríguez-Piñero. “Hay que renegociar para mejorar la situación de la naranja”, incide Tormo, de Ciudadanos. El PP carga contra lo hecho en los últimos cuatro años. “La ley de estructuras agrarias se ha aprobado al final de la legislatura y exige 35 trámites a los agricultores. Por qué no se dice que el CETA ha permitido aumentar un 34% las exportaciones a Canadá”. En las antípodas está Podemos, que carga contra los tratados de libre comercio por no ser sostenibles medioambientalmente y porque “los pequeños agricultores siempre salen perdiendo”, apunta Beatriu Gascó.
Hay más coincidencias en impulsar la organización del sector (cooperativas, organizaciones de productores) para aminorar las pequeñas explotaciones, aumentar su presencia en Bruselas o vigilar la cadena de distribución para evitar la venta a pérdidas. Pero Rodríguez-Piñero advierte que el sector también “tiene que hacer sus deberes”, algo que también sugiere, con prudencia, Cebrián: “La Administración puede tirar del carro, pero el sector debe organizarse”. Algo que se antoja clave, porque en el futuro hay más Sudáfrica: la reducción paulatina de aranceles llega a cero en 2026.
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