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DIARIO DE CAMPAÑA
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

¿Hacia dónde “Vamos”, Ciudadanos?

El problema de Rivera no es el lema electoral, sino el rumbo de una campaña que sataniza a Sánchez

Cartel electoral de Albert Rivera para las elecciones generales. En vídeo, Rivera presenta el lema de su partido para el 28A: "¡Vamos! Ciudadanos".Foto: atlas | Vídeo: CIUDADANOS | ATLAS

El eslogan de Ciudadanos no es un eslogan porque el clamor de “Vamos” está más cerca de una interjección que de un lema. Evoca el grito de guerra de Rafael Nadal con ambiciones de proeza deportivas, aunque resulta más llamativa la estética castigadora de los carteles. Rivera parece Tom Cruise en Misión imposible. No saliendo indemne de las llamas del fuego, pero sí como héroe patriótico que se aparece justiciero, Terminator, en una combustión de banderas rojigualdas. Estética flamígera. Culto al líder. Propaganda en singular en un partido de idiosincrasia plural.

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“Vamos” no es un eslogan ni tampoco una estrategia. Es una intención, un movimiento, una alusión al lema cinético de Macron. Rivera pone en marcha la campaña de Ciudadanos. El problema es el predicado ausente. Vamos, pero ¿hacia dónde vamos? Porque conflicto del partido naranja no es la voluntad, ni la inquietud, ni la energía. El problema es la brújula, el desconcierto del timonel. El peligro de hacer agua a babor y a estribor. De naufragar por la derecha y por la izquierda en una campaña polarizada que castiga la moderación y las bisagras.

Quo vadis? ¿Cuál es el rumbo de Ciudadanos? La principal certeza consiste en la aversión a Pedro Sánchez. Ha llegado a declarar Rivera el pasado domingo que evacuarlo de la Moncloa representa una emergencia nacional. Ha trazado un dogma tan refractario al PSOE como contraproducente. No solo porque ahuyenta el caladero de votos del centro izquierda que Ciudadanos había concitado en su máxima expansión demoscópica —alcanzó un 29% de intención de voto hace 10 meses—, sino porque Albert Rivera podría arrepentirse de semejante aversión si la suma de PSOE y Ciudadanos sobrepasa el umbral de la mayoría absoluta. No tendría sentido que Rivera se opusiera a un pacto de equilibrio nacional que excluye las opciones radicales —Vox y Podemos— y que neutraliza el chantaje soberanista.

Sería una manera prudente y pragmática de concebir el patriotismo, si es que el patriotismo consiste en defender los intereses de España. Ya se pusieron de acuerdo Sánchez y Rivera en un pacto de investidura hace tres años. Prevalece diferencias de política fiscal y de sensibilidad constitucionalista, pero la convergencia —del modelo de sociedad al europeísmo— se antoja mayor que la divergencia, sobre todo si el líder socialista abjura del artefacto de la plurinacionalidad y si el líder naranja hace Photoshop con la imagen tétrica de Colón.

Las posibilidades de un acuerdo escasean. Tanto lo malogran las relaciones personales como lo contraindican la secuela de las elecciones municipales y autonómicas. Rivera no puede afrontarlas habiendo pactado antes con Sánchez, aunque mayor error que el cordón sanitario al PSOE sería conspirar con la solución política más salubre y aseada para la causa general.

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