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Texto con interpretación sobre una persona, que incluye declaraciones

Sofía de Borbón, la consorte ilustrada

La reina emérita cumple 80 años después de una vida de abnegación y resignación en el trono

La reina Sofía.
La reina Sofía.Luis Grañena

Sorprende que la reina Sofía haya cumplido este viernes 80 años, sobre todo porque no los aparenta. Se había instalado o se ha instalado en una suerte de intemporalidad. Nunca fue demasiado joven. Ni ahora parece mayor. Un pacto mefistofélico con el tiempo y con el espacio que predisponen el gesto de la mano saludando y la sonrisa dilatada, más o menos como si la dramaturgia personal y el mismo peinado representaran un rito contra la adversidad.

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Adversidades ha conocido en casa la Reina, desde la promiscuidad de su marido —caso Corinna— al encarcelamiento de su yerno, pero la intemporalidad de Sofía de Grecia y Hannover —he aquí sus galones— representa también la idea de estabilidad, de la constancia, cuando no de la resignación, frente a la provisionalidad de los cambios. Hija de reyes. Esposa de rey. Madre de rey. Y abuela de reina, si es que Leonor accede al trono con la inercia constitucional que le proporcionó su primer discurso público, el pasado 31 de octubre en el Instituto Cervantes.

No se le han conocido a la reina Sofía errores ni deslices. O ninguno más relevante que las discrepancias con la nuera, Letizia, en la tutela de las nietas —la tensión se hizo pública en la catedral de Palma el pasado mes de abril—, de forma que la mujer del rey Juan Carlos, en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la desdicha, ha transitado en una suerte de camino de perfección gregario. Se convirtió de la religión ortodoxa a la católica. Renunció a sus derechos dinásticos. Y adquirió una formación humanística en Alemania (Bellas Artes, Arquitectura, Medicina) como si estuviera predispuesta a un papel de consorte ilustrada. La reina Sofía es una melómana conspicua. Y ha concedido su nombre al museo madrileño que aloja el Guernica y que representa el espacio de las vanguardias nacionales e internacionales.

Es la recompensa simbólica a un papel de abnegación y de prudencia en la sombra que ha adquirido el reconocimiento y hasta la solidaridad de la opinión pública. La reina Sofía era un cuerpo extraño en una sociedad que transitó de la dictadura a la monarquía parlamentaria. Y que recelaba del proceso sucesorio que había impuesto Francisco Franco en 1969, designando como sucesor a Juan Carlos en la jefatura del Estado. Habían contraído matrimonio siete años antes en Atenas, aunque se enamoraron en otra boda, la de los duques de Kent, en 1961. Aspirantes, ambos, a la sucesión de sus respectivas coronas. Y exiliados también. Sofía de Grecia y Dinamarca tuvo que abandonar Atenas por la invasión nazi, itineró entre Egipto y Sudáfrica, y terminó instalándose con su familia en Londres, desposeída de la carrera al trono después de que su país natal se confirmase como República con un referéndum en 1974.

La reina emérita cumple 80 años después de una vida de abnegación y resignación en el trono

España terminaría siendo su territorio de adopción y el suelo donde nacieron sus tres hijos, Elena (1963), Cristina (1965) y Felipe (1968), aunque la reina Sofía no ha perdido su acento de inmigrante ni ha renunciado a los lazos estrechos con su familia de sangre: su burbuja, su corte, su remedio al destierro. Reservada, distinguida, políglota, constante, la hija de Pablo I representaba un enigma en sus pensamientos y en sus reflexiones hasta que Pilar Urbano la escrutó hace una década en un libro, La reina muy de cerca (Planeta), que la exponía al debate nacional porque abjuraba del matrimonio homosexual, del aborto y de la eutanasia. Y porque se reconocía partidaria de impartir obligatoriamente la clase de religión en todas las escuelas.

Sobrevino la reprimenda de los colectivos LGTB y de los partidos republicanos, pero fue María Teresa Fernández de la Vega, entonces vicepresidenta del Gobierno de Zapatero, quien la defendió de los ataques y quien la definió en su papel de equilibrismo personal, profesional y hasta sentimental: “La Reina es respetada y querida dentro y fuera de nuestras fronteras. Y lo es porque a lo largo de estos 30 años ha desempeñado la tarea de manera impecable”.

La “tarea” ha requerido paciencia, frustraciones y alguna que otra humillación, sobre todo cuando empezaron a amontonarse los escándalos de la familia —el divorcio de la infanta Elena y Jaime de Marichalar, el juicio y condena de Urdangarin— y cuando la inmunidad informativa que protegía al Rey se vio comprometida por el escándalo de la cacería africana a la vera de Corinna Larsen. Terminó abdicando la Reina con el Rey para ubicarse en la posición de emérita y para establecer distancias conyugales. Oficialmente juntos, oficiosamente separados, Sofía de Grecia y Dinamarca viene descrita por la periodista Carmen Enríquez como una mujer “sensible, impuntual y divertida” (Sofía. Nuestra reina, Aguilar). Y como una leona herida en la protección de sus hijos, aunque la versión más despiadada y acaso vengativa de Jaime Peñafiel en su libro Los 80 años de Sofía (Grijalbo) concluye que “Sofía ha fracasado como madre, como abuela y como mujer” por no haberse atrevido a sublevarse ante las injusticias que la rodeaban. ¿Podía haberlo hecho?

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