La valla invisible en la frontera de Irún
Cientos de subsaharianos se quedan atrapados en la localidad guipuzcoana ante la presión de la policía francesa
Denis no se da por vencido. Después de tres largos y duros años de viaje desde Sierra Leona, de la dureza del Mediterráneo y de superar la valla de Ceuta, el paso de Hendaya, Francia, hacia el tren que le llevará a París le parece sencillo, pero es la tercera vez que lo intenta. Las dos anteriores la policía francesa le devolvió al extremo español del puente de Santiago, que une la localidad francesa con Irún. Esta vez vigila la estación con dos amigos de viaje de Camerún. “La police” dice uno de ellos tras preguntar la hora, -son las 10 y 25 de la mañana- y desaparecen.
La localidad fronteriza se ha convertido en una tela de araña para cientos de jóvenes como Denis. Se chocan contra una valla formada por patrullas de la gendarmería que han intensificado su labor, cambian de lugar y hora con rapidez, y son capaces de interceptar, incluso Francia adentro, a los grupos de subsaharianos que han conseguido burlar su control en la frontera. “Han reforzado mucho los controles” lamenta Jon Aranguren de SOS Racismo de Irún, la asociación de ayuda a los migrantes que denuncia la actividad de Francia incumpliendo los acuerdos con España, y la pasividad de las autoridades españolas que "miran para otro lado".
A las 10 y 25 de la mañana de este sábado una patrulla de la gendarmería francesa, que tiene su base en el extremo francés del puente de Santiago, aparca en la estación de Hendaya. Acaba de llegar un tranvía de España. Donde hasta el verano solo había un torno para alcanzar la estación francesa, ahora hay un torno y dos agentes. Un migrante subsahariano que intenta llegar a los andenes es interceptado. Poco después el coche patrulla lo devuelve al extremo español del puente sin ninguna garantía. A las 10 y 45 el problema estaba resuelto. En Irún empieza otro. No hay cifras oficiales, pero las asociaciones de ayuda estiman que solo este verano se acercan a mil los que se han quedado atrapados y demandan estancias superiores a las que ofrecen las instituciones. El Gobierno vasco y las diputaciones, en colaboración con Cruz Roja Euskadi, han atendido desde el pasado 28 de junio a un total de 3.204 personas migrantes en tránsito, que han realizado 3.465 pernoctaciones.
“Hace unas semanas dos ciclistas se encontraron a un hombre tirado en una carretera de Irún”, relata Ana Oñatibia. Tenía problemas de corazón y estuvo a punto de morir cuando le devolvieron en la frontera. Ahora está medicado y bajo control. Ana es una de las voluntarias que forma parte de la red ciudadana de acogida que está evitando un grave problema humanitario en la localidad guipuzcoana. Ya son unos cien en el grupo de whatsapp que han creado y dedican el tiempo del que disponen y a veces del que no, a hacer batidas por las estaciones y puntos de devolución para recoger a los subsaharianos, la mayoría de ellos de Mali, Camerún, Guinea Ecuatorial y Guinea Conakri que se encuentran a diario deambulando por sus calles y plazas, a veces con niños y con enfermedades, y siempre con muchos problemas. A partir de ahí improvisan para atender sus necesidades.
En Irún su presencia es evidente desde el inicio del verano, y también en Bilbao y San Sebastián, donde los recursos públicos para hacer frente a estancias superiores a los tres o cinco días que tienen conveniados para los migrantes en tránsito, y para atender sus primeras necesidades no solucionan el problema. Euskadi cuenta con 213 plazas de acogida temporal de emergencia de las que 88 plazas se encuentran en Bilbao, 35 en Vitoria, 30 en San Sebastián, más 70 en Irún. De la localidad guipuzcoana se les traslada a donde los puedan acoger, si se trata de menores no acompañados o de mujeres con niños. También en Bilbao y en San Sebastián son las asociaciones vecinales las que se encargan de hospedarles y darles servicios cuando se les acaba el tiempo en los albergues oficiales. La presión de los gendarmes, sin embargo, no se rebaja. “Y no es solo en el tren, yo venía en autobús desde el sur de España cuando nos pararon”, explica Émile, que inició su viaje en el Congo.
Red ciudadana de apoyo
La red ciudadana ha creado un grupo específico para lavar sus ropas y conseguir otras limpias que ponerles; otro para conseguir comida, y otro de salud, para ayudarles con sus enfermedades. “Acabamos de crear otro grupo para enseñarles español”, dice Oñatibia, que ayuda como puede con su hermana Ainara: "Tengo amigos que ofrecen sus huertos para suministrar alimentos frescos a los migrantes", explica. Algunos de los voluntarios se reunieron este sábado en una casa ocupada desde hace años en Irun, “lakaxita”, que SOS Racismo y los voluntarios de la red utilizan como recurso de excepción para quienes ya no tienen cabida en el único oficial que existe en la localidad guipuzcoana, un colegio en cuyo polideportivo dan cabida hasta a 70 migrantes por un plazo máximo de 5 días. Pasado ese tiempo se van a la calle, tengan o no donde ir o qué comer, pese a que casi siempre hay plazas libres.
Medio centenar de subsaharianos asistían expectantes a la reunión, mientras en su fuero interno diseñaban el próximo asalto a la “valla” de Irún. Muy pocos piensan en quedarse en el País Vasco. “Lo que vive esta gente es muy duro”, describe Íñigo Olaizola, otro de los voluntarios de la red, “por eso si quieren quedarse hay que buscarles oportunidades”. Olaizola, el director de la Donosti Cup, el cuarto mayor torneo de fútbol infantil en el mundo por su nivel de participación, cuenta como un día escuchó en una de las reuniones que había un futbolista entre los refugiados. “Se trata de Romeo, un chico de 22 años de Costa de Marfil, al que le ha costado 4 llegar a Irún”. Olaizola le conoció e inmediatamente después le puso a entrenar. “Jugó dos partidos de entrenamiento con el Real Unión de Irún, con unas zapatillas dos números menos. Es un luchador. Ahora entrena con el Landetxa. Tiene materia prima y mucha actitud”, describe Olaizola.
“Hay mucho prejuicio con los perfiles de la gente que pasa por aquí. Hemos ayudado a dos periodistas que estaban perseguidos en sus países y entre mucha gente que no tiene nada hay otras personas con estudios y profesiones”, describe un portavoz de Ongi Etorri Errefuxiatuak (Bienvenidos refugiados).
Para los que piensan en seguir su ruta las cosas están cada vez más difíciles, describen desde SOS Racismo. “La gendarmería está controlando la frontera por todos los medios, desde el transporte por carretera hasta el ferrocarril y en todos los pasos, los dos puentes de Irun y Behobia y la autopista. También controlan las líneas de autobús entre Bilbao, Donostia y Baiona” describe Aranguren. Los registran y a quienes no disponen de pasaporte o visado les meten en una furgoneta y los devuelven a España. “Eso son rechazos sin garantías” denuncia. “Da igual que sean menores, que mayores, o que cumplan las condiciones para solicitar asilo o que no”, completa un policía nacional español que trabaja en la frontera y prefiere mantenerse en el anonimato. “Los que nos entregan los franceses en la frontera son una pequeña parte de todos los que devuelven a territorio español”, asegura. “Este año está siendo terrible, y no hemos visto lo peor”, augura el agente.
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