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Una encina tarda 40 años en florecer; este hongo la puede secar en días

El calentamiento global fomenta el crecimiento de fitóftora, patógeno que ataca las raíces de los árboles de cuyas bellotas se alimenta el cerdo ibérico

VÍDEO: LUIS M. RIVAS / PABLO LEÓN
VÍDEO: LUIS M. RIVAS / PABLO LEÓN
Pablo León

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“Oh...ooo. Oh...ooo. Oh...ooo”. Este curioso sonido sale de la boca de Antonio Ponce Limón, un ganadero en la zona del Andévalo de Huelva. Se pasea por una dehesa haciendo este ruido para atraer a un grupo de cerdos ibéricos. “Los animales lo conocen y vienen”, cuenta, “son asustadizos, pero en el fondo, muy curiosos”. Ponce llevaba un rato buscando a los puercos, pues la piara recorre a su antojo la propiedad, hozando el terreno en busca de bellotas. Este fruto es el alimento principal de los cerdos ibéricos, negros y de patas alargadas, una especie genuina del suroeste peninsular y origen de tesoros gatronómicos como el jamón ibérico de bellota. La estampa del ganadero rodeado de animales es idílica y bucólica, pero Ponce Limón lleva un tiempo preocupado: “Hace cuatro o cinco años comenzaron unos brotes de seca muy agresivos”, explica. La seca es el nombre que le han dado a los efectos que produce Phytophthora cinnamomi, un pseudohongo que ataca a las raíces de los árboles. En pocos meses, en ocasiones en días, es capaz de secar completamente un ejemplar de centenares de años y aunque afecta a muchas especies arbóreas, es especialmente agresivo con la familia de las encinas (con los Quercus).

“Esta es la encina dulce”, señala el ganadero a un árbol, cuyo nombre proviene del dulzor de sus frutos. Los cerdos adoran sus bellotas y además es el emblema de la finca: lo plantó su bisabuelo en 1850. Hace tres años, sus ramas comenzaron a mostrar los primeros síntomas de la enfermedad. “Nos dolía mucho perderla y pusimos todos los medios para intentar curarla”, explica Ponce Limón. Tras tres años de sucesivos y variopintos tratamientos lo consiguieron. “Nos hemos gastado 1.000 euros al año en solo una hectárea, una cantidad que no podríamos invertir en toda la zona afectada”. Una bonita historia de éxito que no es la norma: este año, en su finca ha tenido que cortar 400 encinas. “Hemos perdido hasta el 30% de los ejemplares”, apunta el ganadero, “y nos está generando un grave problema económico”. 

Ejemplar de encina atacado por la seca en la zona del Andévalo, en Huelva.
Ejemplar de encina atacado por la seca en la zona del Andévalo, en Huelva.Paco Puentes

En el Andévalo de Huelva, la fitóftora se identificó por primera vez en 1986. Poco a poco se fue extendiendo por el territorio y ha provocado que en Andalucía en los últimos diez años hayan desaparecido casi medio millón de encinas. Una situación que se repite en Extremadura, donde se pasó de 450 focos en el año 2000 a casi 10.000 este año. “Llevamos décadas hablando de este patógeno, pero realmente no se ha hecho nada serio hasta ahora”, opina un técnico de la Junta de Andalucía que prefiere no identificarse. “Como la dehesa está a caballo entre agricultura y medio ambiente no ha habido coordinación entre administraciones. Ahora, cuando el problema ya es grave, el gobierno andaluz acaba de anunciar la inversión de 32 millones de euros hasta 2020 para asegurar el futuro de la dehesa”, explica.

En España hay, según los cálculos del Ministerio de Agricultura, en torno a 3,5 millones de hectáreas de dehesa que se concentran principalmente en las regiones de Extremadura y Andalucía. Este ecosistema no es natural sino que tiene origen humano: nació en la Edad Media fruto de la interacción del hombre con el bosque mediterráneo. Y se ha mantenido durante siglos gracias a un complejo y delicado equilibrio. La Phytophthora —cuyo nombre proviene del griego y significa destructora de árboles está alterando gravemente ese sutil balance. Este patógeno se identificó por primera vez en Europa a finales del siglo XIX y desde entonces se ha extendido por todo el mundo. De hecho, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la considera una de las especies invasoras más dañinas del planeta. Pero el pseudohongo, de tamaño microscópico, no solo ha colonizado el territorio sino que además se ha vuelto más agresivo en su ataque a las raíces de los árboles.

“La seca se ve agravada por el cambio climático”, explica Raúl Tapias, ingeniero agroforestal que lleva décadas investigando esta enfermedad en la Universidad de Huelva. “El patógeno se hace más virulento en situaciones de temperaturas elevadas del suelo. Como los escenarios de futuro del cambio climático predicen un incremento de la temperatura, el área afectada por fitóftora tenderá a incrementarse”, agrega. “Además, se mantiene en el suelo durante largos períodos de tiempo por lo que su erradicación es casi imposible”, continúa el experto. 

En las investigaciones de Tapia colabora María Castro, bióloga y trabajadora de Cinco Jotas: “Nuestros jamones se exportan a 37 países. Se trata de un producto conocido internacionalmente y muy apreciado. La dehesa es clave para poder hacerlo pues dependemos totalmente de las bellotas”, cuenta Castro. Los animales, que luego convierten en jamones, se alimentan durante una época —la llamada montanera— exclusivamente de este fruto que solo producen los árboles del género Quercus (encinas, los quejigos o los alcornoques). “Sin encinas ni alcornoques no habría dehesa, ni bellotas, ni un jamón como el nuestro”, continúa la bióloga. 

La amenaza de la seca ha provocado que administraciones, ganaderos, empresas e investigadores unan sus esfuerzos. Hasta hace poco, intentaban erradicar la enfermedad, pero ya han asumido que lo que hay que hacer es convivir con ella. “Intentamos aislar el código genético de los árboles que aguantan el envite de la enfermedad”, explica el ingeniero Tapia, que escribió sobre este tema su tesis doctoral (Selección de progenies de encina y alcornoque tolerantes al patógeno Phytophthora cinnamomi). La finalidad es plantar ejemplares resistentes para repoblar la dehesa. La idea funciona, pero el tiempo acecha: una encina necesita unos 40 años desde que se planta para producir su primera bellota. En ese tiempo, la temperatura seguirá subiendo y la seca aumentando su área de influencia. 

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Sobre la firma

Pablo León
Periodista de EL PAÍS desde 2009. Actualmente en Internacional. Durante seis años fue redactor de Madrid, cubriendo política municipal. Antes estuvo en secciones como Reportajes, El País Semanal, El Viajero o Tentaciones. Es licenciado en Ciencias Ambientales y Máster de Periodismo UAM-EL PAÍS. Vive en Madrid y es experto en movilidad sostenible.

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