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Caso Cifuentes
Crónica
Texto informativo con interpretación

Cifuentes boxea sin escrúpulos

La presidenta colgó hace una semana una foto de dos guantes de combate con el lema "Sin Remordimientos" y hoy se los ha puesto

Íñigo Domínguez
Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, en la rueda de prensa que ha celebrado tras su comparecencia.
Cristina Cifuentes, presidenta de la Comunidad de Madrid, en la rueda de prensa que ha celebrado tras su comparecencia.Luis Sevillano

Cristina Cifuentes colgó hace una semana una foto suya en Instagran de unos guantes de boxeo rojos, made in hell, hechos en el infierno, con su nombre encima y una frase en mayúsculas: “No Remorse”, Sin Remordimientos. O sin escrúpulos, se podría añadir. También es un disco de Motörhead y una canción de Metallica, concretamente de su disco Mátalos a todos. Y así más o menos ha salido hoy a la Asamblea de Madrid, podía haber sido la banda sonora. Ya suele avisar de que es hija de militar y no se rinde. Suyo ha sido el papel macarra, no de Podemos, cuya portavoz, Lorena Ruiz-Huerta, se ha puesto literaria y, muy en el tema del día, empezó plagiando nada menos que a Shakespeare, el monólogo de Marco Antonio en Julio César, y acabó parafraseando sin rubor a Cicerón, en su primera catilinaria. Ángel Gabilondo, del PSOE, con su pinta de buenazo de tensión bajísima, hizo todo lo posible por enfadarse y logró sonar severo. Ignacio Aguado, de Ciudadanos, solo fue de boquilla, y de nariz, con la continua alusión olfativa de su grupo, también shakespeariana, de que hay algo que huele mal en esto. Poca chicha para Cifuentes, que ni les miraba y simplemente hacía como que no estaba allí, o como en clase, que viene a ser lo mismo: repasaba papeles, subrayaba cosas, comentaba con su colega de pupitre. Cuando alzaba el rostro tenía colocada una máscara con una sonrisa.

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Que iba a repartir, no a recibir, quedó claro a los dos minutos: ya estaba presumiendo de Tolerancia Cero, su perfume de siempre. Iba sobrada y hasta echó en cara con todo su morro que la comparecencia iba contra el reglamento de la Asamblea. Insistió en ello el portavoz de su grupo, que en un notable momento de delirio, llegó a comparar la situación con la de los independentistas catalanes, que se saltan las reglas e el Parlament. “¡Y tienen la desfachatez de pedir explicaciones!”, acusó a la oposición. Cifuentes se hizo la víctima divinamente (“¿No me puedo poner enferma tres días?"), incluso dio a entender que el máster le sobraba, que no le aportaba más nivel académico del que tenía (fue pasión por el derecho autonómico, ese planazo). Improvisó un intento de exclusiva con una carta del profesor Chico, que parecía sacado de Plumas de Caballo, la película de los hermanos Marx sobre la universidad en la que Groucho, apenas nombrado rector, propone demolerla. En toda la parafernalia de certificados Cifuentes no dijo dos frases sencillas, y por eso queda la sospecha de que las evitaba. Una: asistí a las clases. Dos: hice el trabajo. Solo repetía que tenía los papeles que decían que lo había hecho. En el clímax llegó a decir "en política, como en la vida en general…", puro Mariano. Está casi a su altura en pruebas de resistencia, pero con el estilo contrario, al ataque. Ya lanzada, se pasó tres minutos del límite, con los guantes puestos, berreando en el bullicio, y la presidenta de la Cámara, de su propio partido, no apretaba el botón para cortarle el micro, arrastrada por el momento. Cifuentes boxeaba incluso después de la campana, fuera de tiempo, con su sombra.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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