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Las otras voces de una sociedad fracturada

Entre la duda de abandonar Cataluña o quedarse, los ciudadanos no independentistas empiezan a expresar una opinión hasta ahora callada

Juan Carlos de Miguel, Elena Ibor, Germán Fernández-Moreno y José Fontelo en la azotea del hotel Ayre en Barcelona
Juan Carlos de Miguel, Elena Ibor, Germán Fernández-Moreno y José Fontelo en la azotea del hotel Ayre en BarcelonaLUIS SEVILLANO ARRIBAS (EL PAÍS)

A la cita para hablar de lo que está pasando en Cataluña falta una persona. Es un alto funcionario del Estado que ha pasado la noche en vela pensando en si debía dar la cara. En la batalla del insomnio, ha vencido el miedo. “Tengo cuatro hijos y temo represalias en el trabajo. Mi mujer me ha dicho, pero ¿cómo vas a ir?”, se disculpa por teléfono con extrema educación.

Los que sí han accedido a hablar de la situación empiezan a charlar nada más encontrarse. Ninguno es nacionalista. No se conocen. No opinan igual de todo, pero al menos, en esta azotea sobre la Sagrada Familia, pueden exponer su visión sin que se les acuse de nada.

Elena Ibor trabaja en la Agencia Tributaria. “He llamado a varias personas para que estuvieran aquí. Y no querían venir. Y las entiendo perfectamente”, dice. “Gente que trabaja en la Generalitat, gente que tiene negocios de cara al público, profesionales, médicos… que son catalanes y hablan catalán. Y se tienen que callar porque no se puede dar la cara. La gente está deprimida”.

"Mi marido y yo consideramos que esta es una sociedad rota y por eso hemos decidido buscar otro sitio"

Es el caso de Candela, que no se llama Candela. Y que aunque quiere contar lo que está viviendo no se atreve a pasar de la llamada telefónica. Economista de 46 años lleva diez en Cataluña. Su marido y ella decidieron instalarse aquí después de una temporada en Escocia. Nunca imaginaron que una década después en el vecindario les iban a llamar fachas. Candela habla de un agobio que se hace ya insoportable. “Mi marido y yo consideramos que esta es una sociedad rota y por eso hemos decidido buscar otro sitio”.

Y no es la única que está pensando en hacer las maletas. Benjamín López vive en Tarragona hace 42 años, pero siente que su ciudad ya no es la misma. Ni le gusta enfrentarse con sus vecinos ni con sus amigos, ni el clima enrarecido con el que se encuentra cada día. Por eso su mujer, que es funcionaria de la Generalitat, y él ya han decidido empezar una nueva vida en Almería, donde tienen algunos familiares. Es el mismo camino que eligió Alba Estela, que habla con seudónimo a pesar de que ya no vive en Cataluña. Esta funcionaria de 56 años soñaba con jubilarse en Madrid y regresar a casa, pero las relaciones con su familia se han tensado tanto que ahora tiene dudas. Dice que desde que su hermana se hizo independentista, todo ha cambiado. “Es un sufrir muy grande”, se lamenta.

Familias que no se hablan, amigos que se retiran el saludo, grupos de WhatsApp donde se desata la guerra y batallas en las redes sociales

En la azotea sobre la Sagrada Familia, las cuatro personas que sí se han atrevido a hablar y a que su cara aparezca en una foto coinciden en cómo la presión se ha agravado hasta lo insoportable. Familias que no se hablan, amigos que se retiran el saludo, grupos de WhatsApp donde se desata la guerra y duras batallas en las redes sociales. Dos son catalanes, los otros dos llevan años viviendo en Barcelona. Juan Carlos de Miguel, un directivo de banca prejubilado, llegó a la ciudad en 1978. “Llevo aquí 39 años y nunca he notado un sentimiento de proximidad. Vivo fenomenalmente, pero nunca he visto que hacia España hubiera cercanía. Siempre es: España, bah…” – y mueve la mano como quien espanta un insecto molesto- “Hasta la palabra España noto que suena mal en mi entorno”. Él no se plantea marcharse, pero algunos amigos suyos ya han tomado la decisión. “Tengo un amigo que la mujer es de origen sevillano y el otro día después de lo que pasó en el Parlament, me dijo: vendo todo y me voy a Sevilla. Y es catalán pero catalán, catalán”.

No tiene tanto que ver el origen ni la postura política, como la posición que se ha adoptado con respecto al ‘procés’. Ese artefacto de metamorfosis que lo primero que ha cambiado han sido las relaciones familiares. Germán Fernández-Moreno, guionista y escritor con una doble titulación en la Pompeu Fabra y una beca Fullbright, ha regresado a su ciudad después de una temporada trabajando en Los Ángeles. En su casa han llegado al punto de que todo se desborda no ya cuando hablan de la situación, sino simplemente cuando se preguntan cómo van a tratar lo que está pasando. “Ni siquiera planteamos un debate de fondo sobre la cuestión, planteamos cómo vamos a abordar el debate sin que haya un cisma. El otro día a mi padre casi le da un infarto”. Germán no es independentista, pero su hermana política sí. “Es una de las personas que está en el Govern organizando todo esto y yo la quiero mucho, pero ¿cómo vamos a estar bajo la premisa de no poder hablar de nada?”. Y aunque él se debate entre la posibilidad de marcharse de nuevo a Estados Unidos y quedarse para contar lo que está viviendo como mejor sabe –escribiendo obras de teatro y guiones- su madre ya tiene en la cabeza cambiar Barcelona por Málaga.

José Fontelo, jubilado, es el otro catalán del grupo. En cuanto empiezan a hablar de abandonar Cataluña, asiente con cierta pena “Yo me lo estoy planteando”. Si no se ha marchado ya es porque su hijo vive y trabaja aquí. Aquí tiene a sus nietos y por ellos está preocupado. De momento se ha conformado con abandonar el grupo de wahstapp que compartía con la familia porque era el único que se sentía español y lo decía.

Cuenta Elena Ibor que esa gran diáspora se está viviendo ya en la Agencia Tributaria. Ella lo llama la estampida.

Cuenta Elena Ibor que esa gran diáspora se está viviendo ya en la Agencia Tributaria, donde trabaja. Ella lo llama la estampida. Le basta con un ejemplo: a las clases gratuitas de catalán que se imparten en horario laboral, este curso no se ha apuntado nadie. “El año pasado había ciento y pico personas para estudiar. Y este año han tenido que suspender hasta el panel de traslados, que salía esta semana… porque como salga no queda un funcionario en Barcelona. Gente que lleva aquí quince o veinte años está pensando en marcharse. Ha llegado el momento en el que la gente ha dicho basta”.

Ésa es otra de las cosas que han cambiado después del uno de octubre. Que han empezado a hablar los que estaban callados.

- “Los españoles hemos salido del armario”, afirma contundente Germán.

- “Es totalmente verdad”, dice Juan Carlos impactado por la frase.

- “Es que fractura social es como la homosexualidad, que ya estaba. Ahora por lo menos se reconoce”.

La escenificación de esa salida del armario ideológico de Juan Carlos de Miguel se ha producido esta misma semana. Siempre ha expresado lo que sentía a pesar de encontrar la resistencia de sus interlocutores. Ahora, ha ido por primera vez a una manifestación, “a favor de los españoles que vivimos aquí”. Juan Carlos y Germán tienen previsto repetir en la gran concentración que se ha convocado hoy en Barcelona. Germán, tirando de humor, cuenta que la grieta en el muro del silencio se ha visto hasta en el bazar oriental de debajo de su casa. Hasta hace unos días sólo vendían esteladas y senyeras, pero ahora se han dado cuenta de que también hay otros clientes potenciales. “El otro día le dije a la china, oye pon una bandera de España. ‘No vender banderas de España, no vender’. Y ahora la bandera de España está al lado de las otras. ‘Sí vendo bandera de España’ El chino siempre marca la temperatura”, bromea.

Frente al relato mítico independentista -ideal, utópico, soñado- no se ha sabido vender una imagen atractiva de España

Todos comentan que apenas en unos días, han aparecido más y más banderas españolas en las calles. Hace justo una semana, eran poco más que un reducto de resistencia en los balcones de unos pocos. Una declaración de intenciones que podía traer problemas en el vecindario. M.P.C. no quiere que su nombre aparezca publicado. Y tiene motivos. Ni siquiera hizo falta que colgara la bandera en sus ventanas. Ha bastado con que corra la voz de que no es independentista para que tiren huevos contra la fachada de su casa. Ahora tiene miedo de aquellos con los que comparte escalera desde hace años. Tanto que ya ha decidido probar suerte en otra ciudad y buscar otro trabajo. “No se puede ser español en Cataluña”, concluye.

Opina Germán Fernández-Moreno que eso es lo habría que cambiar, que frente al relato mítico independentista –ideal, utópico, soñado- no se ha sabido vender una imagen atractiva del país. “Nadie ha hecho un trabajo de cuidar a España. La derecha se ha apropiado de una España que aquí no gusta y en la izquierda nadie ha dicho, chicos…” y remata la frase con un gesto con el que parece animar a un movimiento que echa de menos. Coinciden los cuatro en que la batalla de los símbolos la ha ganado el independentismo.

- “Es que aquí los independentistas se han adueñado de la tradición catalana”, se queja Elena Ibor, ”y la tradición catalana es de todos los catalanes seas o no seas independentista. Pero todo movimiento nacionalista necesita símbolos atrayentes

"La tradición catalana es de todos los catalanes, seas o no seas independentista"

- “Si una cosa saben hacer los regímenes es eso: eventos multitudinarios bien organizados. Todos”, añade Germán. “Dime cuán malo es el régimen y te diré cuán excelentes son sus coreografías. Como las de Corea del Norte, maravillosas. Pero el peor régimen de la humanidad. Lo que pasa es que dices esto y te llaman fascista”.

Por eso han pasado todos. Por el insulto. La mala mirada. Por escuchar una palabra que tienen que soportar sin que nadie tenga en cuenta ni a quién han votado: facha. Juan Carlos cuenta que su hija, que estudia medicina, le confesó el otro día que está harta de oír como se lo dicen sus compañeros. “Me dijo, papá es que estoy hasta el gorro de que me llamen facha. Y le contesté: yo creo que es al revés, hija mía… creo que fascista es el que te quiere imponer algo”.

"La DUI puede ser un excelente revulsivo para encontrarse con la realidad. Diez minutos de DUI, la clase política en la cárcel, siete empresas fuera. Bievenido al caos catalán"

Cuando miran hacia el futuro no lo ven nada claro. Angustia es la palabra que primero aparece en la conversación. A Elena Ibor le preocupa que las empresas se vayan de Cataluña. Juan Carlos de Miguel apunta que la salida de dinero es ya un hecho. Este directivo de banca a punto de jubilarse, comenta que sus compañeros en el sector le han contado que “la salida de fondos estos días es espectacular”. Para Germán en el problema puede esconderse al final la solución: “Desde un punto de vista muy maquiavélico mío pienso que la DUI puede ser un excelente revulsivo para encontrarnos con la realidad. Diez minutos de DUI, la clase política en la cárcel, siete empresas fuera. ¡Bienvenidos al caos catalán! Pero eso tiene un riesgo muy real, que muchos jóvenes se sentirán traicionados”.

- “Ya pero cuando un niño te pregunta: mamá, ¿estamos en guerra?”, le dice Elena que se ha tenido que enfrentar a esa situación con su hijo.

- “Pues le dices: no, no estamos en guerra; estamos en bronca”, contesta Germán- Esto es España, aquí la gente es tertuliana. Hace cincuenta años habríamos salido a la calle con fusiles. Ahora nos matamos por el Facebook. Hemos evolucionado.”

- “Y mira que se vivía bien aquí”, dice Juan Carlos con una sonrisa que es una sonrisa nostálgica.

- “Y se vivirá”, afirma Germán, “y mejor, porque habremos pasado todo esto”.

Y los cuatro desconocidos, que ya no lo son tanto, sonríen ahora, sino con esperanza, al menos, buscándola. No han terminado de decidir si se quedarán en Barcelona o se irán. Pero de una cosa están seguros: eso que muchos no han podido hacer durante tanto tiempo, expresar sus opiniones, es necesario. Será por eso que se despiden como sin ganas de despedirse, mientras de camino a la calle se resisten a terminar la charla.

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