Lo llaman dictadura y no lo es
La posverdad es eso: convertir lo que no es en lo que es. Las mentiras las carga el diablo
La dictadura gris de Franco está enterrada. La resurrección programada para que estallara el 1 de octubre, el viejo Día del Caudillo, ha tenido sus etapas. Una alcaldesa lo dice, Rufián lo proclama, y al final unos manifestantes confrontan a la policía y lo gritan, y lo cantan, en Barcelona, en Madrid...
En Madrid ha sido en la Puerta del Sol, junto a las comisarías donde Franco, esta vez sí, arrojaba a sus detenidos, para simular casualidad y suicidio. Pablo Iglesias, líder de Podemos, avanza lo que pasará ahora que la policía, la Guardia Civil, que ya no son ni grises ni verdes, lleva el papel del juez para decir aquí está la ley: él anuncia presos políticos.
Dictadura, presos políticos. Franco. El lenguaje lo carga la voluntad del que lo dice. Una vez escrito ya parece verdad. La posverdad es eso: convertir lo que no es en lo que es. Las mentiras las carga el diablo, siempre las cargó; nace de la voluntad expresa de engañar. Esto es una dictadura. Y, hala, todo el mundo a cantar: “¡Dictadura!”
La dictadura es otra cosa, los presos políticos son otra cosa, Franco era otra cosa. Los que recuerdan el sonido de la dictadura pueden distinguir aún las sirenas, los taconazos, el despótico grito de los comisarios. Te hacían callar con la pelota de goma, la tortura era real, no era una película que veías luego en los cine clubes. Había otras formas de la dictadura: la burla del detenido, la burla del rojo, la burla, el bofetón, la ira, la vena hinchada del torturador, su mano abierta, la sangre. La difusión de falsedades sobre los rojos, la persecución burlona de los enemigos de la Patria, esa era la secuencia feroz de la dictadura. Enemigo de la Patria lo podría ser cualquiera. Lo era Juan Marsé, por cierto, que ahora aparece pintado por otros patriotas que cantan que este lugar donde ellos hacen cosas así y se ríen de la policía y además gritan, que esto es una dictadura… Que esto que es despreciable y nada, un país de mierda, es una dictadura.
No lo es. Y no hay presos políticos, aunque lo digan con letras de molde en el Parlamento. Ni siquiera Otegui, que fue preso y que ahora convoca manifestaciones y celebra la Diada allí donde también duele, fue un preso político. Si se estudia su historia, la suya y la de los suyos, si se fuera al hueco mismo, tan oscuro, del origen y el objetivo y los modos, y los documentos, y las capuchas, y las torturas, de la que vienen Otegui y los que ya abandonaron el reglamento del secuestro y de la burla, saben que no hay presos políticos. Ni hay Franco, ni hay dictadura. Ni hay sangre, no la hay, que no la haya. Que nadie haga sangre sobre el caballo de las mentiras.
Las mentiras son ahora tan suculentas y tan arbitrarias. Basta decirlas para que alcancen la velocidad del Twitter, se derramen en la calle como gasolina, alcancen los titulares predispuestos de los medios que quisieran que lo peor venga para que de nuevo se riegue el suelo y no sea agua.
No es dictadura, que no lo sea nunca. No jueguen con la palabra, muchachos, no jueguen. La vida es mejor que mentir. Y es mejor no cantar mentiras.
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