¿Cómo poner medida a Eolo?
Desde tiempos inmemoriales, la Humanidad ha estado ligada al manejo de la inconmensurable fuerza del viento.
El viento ha sido utilizado para propulsar navíos, como fuerza para moler granos o mover agua y, en la actualidad, para la generación de electricidad.
Desde antaño el ser humano deseaba conocer la dirección y la fuerza del aire al moverse. Mientras que la dirección de donde viene el viento resulta fácil de conocer mediante la más rústica veleta, la intensidad o velocidad no es tan sencilla de estimar. Esto ha provocado diversos métodos, directos e indirectos para medir la fuerza con la que sopla Eolo.
Desde hace años, los meteorólogos usamos anemómetros que permiten saber con qué velocidad soplan las corrientes de aire. Los más sencillos y habituales cuentan las vueltas que dan un sistema de tres cazoletas, lo que permite medir el viento medio y las rachas más intensas. Los más avanzados y más precisos anemómetros, como los sónicos, miden la perturbación que el aire en movimiento causa en las ondas generadas por el propio aparato.
El viento en capas más altas de la atmósfera puede estimarse mediante imágenes de satélite que registran los cambios de posición de las nubes. La rugosidad del mar, registrada mediante satélites de microondas, también permite conocer el viento en los océanos.
El conocimiento de los vientos y su medida siempre ha estado ligado a las actividades marinas. No es extraño pues, que una de las primeras escalas de viento se deba a un oficial naval ingles, sir Francis Beaufort, allá por 1805. Con anterioridad no existía referencia alguna y las bitácoras de los navíos ingleses reflejaban la fuerza del viento de forma muy subjetiva. La escala Beaufort describe con grados de 0 a 12 la intensidad del viento tomando como referencia el estado de la mar y sus consecuencias para la navegación. A partir de mediados del siglo XVII esta escala se asoció a comportamientos del viento en tierra y a unos intervalos de velocidad de viento obtenidos con anemómetros, lo que permitió su popularización. Actualmente sigue en uso y es de gran valor para estimar la intensidad del viento y sigue codificándose en los partes meteorológicos.
La indisoluble relación del viento y el oleaje la reflejó en 1917 el vicealmirante inglés Henry Percy Douglas siendo director del Servicio Meteorológico de la Armada Británica. La escala Douglas se adoptó internacionalmente para la descripción del estado de la mar fruto de los efectos del viento.
Tanto la escala Beaufort como la Douglas se basan en la observación de las consecuencias del viento en el mar o tierra. Posteriormente, los grados de cada una de ellas fueron acotados con valores de velocidad del viento en metros por segundo, kilómetros hora o nudos.
Esta ultima medida de velocidad, los nudos, también tiene una reminiscencia marinera. Su nombre se debe a los nudos regularmente dispuestos en un cabo que se soltaba por la popa de los barcos para estimar la velocidad del navío. En la punta del cabo había un flotador y, mediante un reloj de arena o cronometro, se contaba el número de nudos que se desplegaban por popa en un tiempo determinado. De esta manera, se obtenían los nudos a los que se navegaba. Desde 1929 se define el nudo como una milla náutica por hora, lo que equivales a 1.852 metros por hora.
A quienes nos gusta el viento y la mar, todas estas maneras de medir el viento nos hacen revivir tiempos pretéritos, donde observar la naturaleza no era un privilegio sino una necesidad.
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