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‘Tromp’, tocado y hundido

Un equipo de buceadores descubre el posible casco casi intacto de un mercante holandés de 100 metros de eslora atacado en 1917 por un submarino alemán en la costa de Lugo

Vista parcial del casco del 'Trump', en una imagen tomada por el equipo de buceadores gallegos.
Vista parcial del casco del 'Trump', en una imagen tomada por el equipo de buceadores gallegos.

El marisco dio la primera pista. En aquel lugar a nueve millas de la costa, relativamente cerca de tierra firme, pero alejado si se tiene en cuenta lo pronto que se encabrita mar adentro el Cantábrico, los crustáceos salían manchados de óxido y los aparejos de los pescadores se enganchaban en el fondo. Hacía tiempo que los marineros sabían que abajo, muy abajo, tenía que haber algo sumergido. Podría tratarse del contenedor lleno de frigoríficos que hacía años había perdido un carguero, o cualquier otro vestigio humano con componentes de hierro del que no había recuerdo.

El pasado sábado, aprovechando las buenas condiciones, un equipo de ocho buceadores del Centro de Actividades Subacuáticas de Viveiro (Lugo) y Divemanía de A Coruña se echaron al mar en una expedición que habían bautizado y preparado como La Inmersión de las Neveras. Pero lo que se encontraron a 94,8 metros bajo el nivel del mar, envuelto en las tinieblas, protegido de los saqueos durante todo un siglo por la difícil accesibilidad, fue el pecio del vapor Tromp, un mercante holandés sin más daño aparente que el orificio limpio de un bombazo en el costado de babor.

Fotografía antigua del 'Trump'.
Fotografía antigua del 'Trump'.

Tromp, era el nombre de una de las embarcaciones que el fatídico 4 de mayo de 1917 tuvieron la desgracia de cruzarse con un submarino de guerra alemán frente a la costa de punta Roncadoira (Xove, Lugo). En esa misma jornada, aquella sombra oscura de la Gran Guerra que se deslizaba bajo el agua buscando presas como un tiburón se anotó tres tantos en su juego de guerra. Tocado y hundido. Tocado y hundido. Tocado y hundido. Los submarinos llevaban una relación de los barcos que caían en sus redes. La exploración del grupo de buceadores no ha hecho más que empezar, y ya manejan unas supuestas coordenadas de otros dos cascos sumergidos, posiblemente los compañeros de desventuras de Tromp.

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A bordo de la lancha, para alcanzar el lugar exacto, los acompañó el pescador que les había contado lo del marisco oxidado y les había transmitido todos los rumores que circulaban entre los marineros de la comarca. Javi de Portocelo, como todo el mundo lo llama, es todavía joven pero conoce el mar como pocos. Y con él como guía tuvieron tanta suerte que, cuando tiraron el cabo de fondeo para iniciar el descenso, "se metió en una bodega" del barco hundido. Una extraña puntería a ciegas en un espacio tan inmenso.

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La del sábado pasadas las tres de la tarde, en un punto a nueve millas de la costa lucense, fue una inmersión de 121 minutos. "Pero solo 11 en el fondo", lamenta Anxo González Roca, vicepresidente del centro de buceo de Viveiro y miembro de la expedición. "Los 110 restantes fue necesario emplearlos en paradas", en las que hay que ir cambiando las botellas, con diferentes mezclas, a medida que se desciende y asciende. En esos 11 minutos, cargados con todo su equipo, iluminándose en la completa negrura, pudieron ver "la mitad del barco". Calcularon que el buque mide entre 80 y 100 metros de eslora. Comprobaron que se mantiene un siglo después en posición de flotación sobre la arena. Y advirtieron que la distribución de las bodegas coincide con la de aquel mercante holandés de carga general del que conocían alguna referencia por un libro de naufragios y del que ahora han obtenido más información gracias a las pesquisas del historiador naval Fernando Patricio Cortizo.

Manuel Ouro, a la izquierda, y Anxo González Roca, dos miembros de la expedición.
Manuel Ouro, a la izquierda, y Anxo González Roca, dos miembros de la expedición.

"Tenemos la certeza, casi al 100%, de que es el Tromp", afirma González Roca. "Ahora vamos a informar a Patrimonio, pero planeamos regresar para recuperar alguna pieza de la vajilla que nos pareció ver" en un camarote, "por si lleva escrito el nombre del barco". El casco, en razonable buen estado pero completamente colonizado por algas y moluscos, no ayuda en el intento.

Desde Ribadeo (Lugo) hasta A Guarda (Pontevedra), frente a la sinuosa costa gallega algunos registradores de naufragios llevan cuenta de más de mil barcos hundidos desde la antigüedad; al menos 300, según la Xunta, considerados pecios de interés histórico. También "hay aviones y submarinos", cuenta Anxo González. Los miembros del equipo que localizó el Tromp sospechan que en aquel hundimiento ocurrido durante la I Guerra Mundial no hubo víctimas mortales. "Por lo que sabemos, era habitual que los atacantes, al interceptar los cargueros extranjeros, no los torpedeasen directamente, sino que hiciesen bajar a la tripulación y colocasen luego en el casco una bomba magnética", comenta el buzo. El Tromp tiene "un agujero de tres o cuatro metros de diámetro" en el lado de babor. La supuesta herida que lo mandó a pique frente a Galicia y acabó para siempre con su vida viajera.

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