Connivencia en la sala, ruptura en la calle
La puesta en escena estuvo orientada a ser una representación dramática : el pueblo catalán contra sus opresores
El soberanismo catalán se está empleando a fondo para convertir el juicio a Mas, Ortega y Rigau por la consulta del 9-N en un juicio político. Tanto las declaraciones previas como la manifestación que acompañó a los acusados tenían por objeto presentarlo como una causa contra unas ideas políticas (la defensa del derecho a decidir), un país (Cataluña) y la misma democracia, pues se juzga según ellos a unos dirigentes por haber actuado en defensa del principio democrático. Toda la puesta en escena estuvo orientada a configurar una representación dramática —el pueblo catalán contra sus opresores— cuyo destinatario era tanto el tribunal como la opinión pública.
No es la primera vez que el nacionalismo catalán recurre a esta estrategia para convertir su defensa en un ataque. Ya lo hizo Jordi Pujol con ocasión de la querella de Banca Catalana. Hay una distancia sideral entre el juicio que ahora se sigue contra Mas y el que entonces juzgó al heterodoxo gestor de un banco quebrado, pero aquella estrategia le dio a Pujol un excelente resultado electoral y ahora se busca el mismo efecto. “Nos querían de rodillas y con la cabeza baja y nos encontrarán de pie y con la mirada firme”, ha dejado dicho Mas para la posteridad. Los estrategas del independentismo saben que mantener viva una causa requiere mucha épica y alimentar el sentimiento de comunión. El juicio, retransmitido en directo, lo proporciona a raudales. Quienes plantearon las querellas debieron prever estos efectos, especialmente después de que la Junta de Fiscales del Tribunal Superior de Cataluña no apreciara delito.
Pero más allá de la retórica, el juicio muestra de nuevo el punto de ambigüedad en que se mueve el soberanismo. En las facultades de Derecho se estudia una obra clásica —Estrategia judicial en los procesos políticos— del controvertido penalista francés Jacques Vergès. En ella se analizan diferentes procesos de este tipo, desde el juicio a Sócrates al caso Dreyfus. El autor distingue dos tipos de estrategia: la de connivencia y la de ruptura. La primera rechaza la acusación, pero acepta el marco legal y la legitimidad del tribunal. La segunda impugna el orden jurídico y niega al tribunal el derecho a juzgar los hechos. Pues bien, la estrategia de Mas, Ortega y Rigau dentro de la sala es de total connivencia. Tratan de demostrar que no desobedecieron al Constitucional. En la calle en cambio, se plantea una estrategia de ruptura. ¿Preludio de lo que vendrá? Nadie se atreve a vaticinar. Lo que si parece claro es que, tanto si condena como si absuelve, la sentencia reforzará al independentismo.
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