De vocación, en funciones
Rajoy sabe que cualquier intento de coalición con posibilidades de éxito pasa por su retirada
Con la consigna de que en los tiempos que corren es difícil construir proyectos políticos y lo mejor es “estar por ahí”, Mariano Rajoy consiguió que Aznar le nombrara heredero y acabó llegando a presidente del Gobierno. “No nos precipitemos, esperemos a ver en qué termina esto”, “no hay alternativa”, “un vaso es un vaso y un plato es un plato”, “a veces la mejor decisión es no tomar decisiones”, son algunas de las máximas que han orientado su acción política y han marcado un mandato con prórroga de seis meses.
Durante estos años, las tramas de corrupción han emergido en casi toda la geografía del PP, sin que Rajoy haya asumido ninguna responsabilidad como mando supremo de la organización ni preparado la renovación del partido (para él siguen siendo casos aislados, aunque ya se ha perdido la cuenta); el independentismo catalán ha triplicado sus expectativas, sin que Rajoy haya dado respuesta política alguna; y el presidente ha eludido de una manera indignante la crisis de los refugiados. Ante un conflicto político que puede llevarse a Europa por delante y una tragedia humanitaria que no ha hecho más que empezar, España solo ha acogido a 18 sirios de los 16.000 a los que se comprometió. Y el Gobierno pone todo tipo de trabas —con cínicos argumentos competenciales— a las comunidades (la Generalitat de Cataluña estaba dispuesta a acoger a 4.500 personas) y Ayuntamientos que toman iniciativas.
Son tres ejemplos, podrían ser mucho más, del esencialismo conservador del presidente: las cosas son como son, tratar de cambiarlas es inútil, no se metan ustedes en política, de un modo u otro siempre se sale adelante.
Cuando la realidad se ha puesto fea para tanta gente, instalarse en el nunca pasa nada acaba obligando a un ejercicio permanente de arrogancia y desdén. Tanto es así que el presidente y sus ministros se consideran autorizados a boicotear al Parlamento, alegando que un Gobierno en funciones no es susceptible de ser controlado. Un Gobierno irresponsable, según la interpretación de su vicepresidenta y primera abogada del Estado del Reino. Un Gobierno legitimado para obedecer a lo que a Rajoy le sale del alma: mejor no tomar decisiones.
No es raro que no haya dado un solo paso para buscar una mayoría parlamentaria y ni siquiera haya aceptado el encargo del Rey para poner en marcha el reloj y abreviar la interinidad. Gobernar en funciones es un regalo, es la vocación oculta del presidente: ni siquiera hay que dar explicaciones.
Rajoy sabe, además, que cualquier intento de coalición con posibilidades de éxito pasa por su retirada. Y lo suyo es seguir estando ahí. El PP pagará caro el inmovilismo de Rajoy, su imagen es la de un partido paralizado.
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