Poeta en la debacle
García Montero aguardó hasta última hora el veredicto de las urnas
Elisa García Grandes, 18 añitos, medio moño rojo, medio negro, una ceja negra, la otra roja, orgullosa estudiante de Bachillerato rama de Artes, estrenó este lunes derecho al voto. Y votó por su padre, Luis García Montero, por pura lealtad a la familia, aunque su corazón revolucionario le pedía darle más caña al sistema. Sus compañeros de instituto, de generación, de ideario, no tenían tamaño cordón umbilical ni con el candidato poeta ni con sus siglas y votaron a otros por razones más prosaicas. Por todo eso, por los errores propios y ajenos, y porque ninguna guerra fratricida es gratuita, Elisa no dejó de morderse el pirsin de los labios a la vera de su padre y de su madre, la escritora Almudena Grandes, hasta saber si su viejo lograba o no salvar de la debacle a IU en la capital del reino. Al final fue que no. Y Elisa aguantó el tipo.
García Montero aguardó hasta última hora el veredicto de las urnas como aguarda un tenista de élite el dictamen del juez de silla para apuntarse el punto de partido. Desahuciada desde los primeros sondeos su compañera de tique electoral al Ayuntamiento, Raquel López, al no llegar ni de lejos al 5%, las únicas bolas con posibilidades de entrar en pista eran las suyas. O el 5%, o cero. O cinco diputados, o el abismo. Montero se lo tomó deportivamente. Había llegado con la sonrisa puesta, y nada, ni nadie, iba a quitársela. Ni siquiera las caras de funeral de López. Ni la de Paco Frutos, único exmascarón de proa de IU presente en la sala, absolutamente solo mirando la tele como quien mira el fondo de un barranco. No estaba el horno para bollos, estaba claro. “Periodistas, mercenarios”, le espetó a la cara Frutos a esta cronista por atreverse a sugerirle, cretina, que era la viva imagen de la desolación de la jornada.
Las noches electorales de IU llevan años sin ser una juerga flamenca, pero la de anoche, en Madrid, estaba menos animada que el tanatorio de la M-30. Había, de hecho, una candidata, López, de cuerpo presente, llorando por la herida y acusando al “enemigo de dentro, Alberto Garzón, ese miserable” y a la “desmemoria de la clase trabajadora” de la propia derrota. El candidato poeta parecía más templado. Sabía, como saben todos en IU, que la tarea era titánica. Que, a veces, un torniquete no es capaz de contener una hemorragia en la aorta. Y, sobre todo, creía haber hecho su parte. “Prefiero negociar conmigo mismo el trago amargo del fracaso que haberme quitado de en medio”, dejó dicho en una atmósfera de cabezas rodantes y cuchillos asesinos. “Lo de Caín y Abel fue un berrinche de críos al lado de lo nuestro”, admitían algunos en algunos corrillos. Elisa, muerde que te muerde el pirsin, tomaba nota.
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