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El orgullo de los trabajadores locales

280 personas están en el nuevo centro de Médicos sin Fronteras en Sierra Leona

Los hermanos Haja, Abivatu and Lamphia Ngegba con la enfermera Sallia Swarroy celebran que han superado el ébola en el nuevo centro de MSF en Bo (Sierra Leona)
Los hermanos Haja, Abivatu and Lamphia Ngegba con la enfermera Sallia Swarroy celebran que han superado el ébola en el nuevo centro de MSF en Bo (Sierra Leona)Natasha Lewer (MSF)

Hace unas semanas esto era un campo de mandioca. Hoy es una reluciente ciudad llena de tiendas de campaña. Cuando miro todo lo que hemos construido, no puedo evitar pensar que en el fondo resulta tan incongruente como lo sería una nave espacial en mitad de la selva. Dominan el entorno cuatro enormes carpas blancas, rodeadas de tiendas más pequeñas y edificios de ladrillos. Todo ello dividido por vallas de plástico naranjas y un montón de sillas moradas. Estoy en el nuevo centro de tratamiento de ébola de Médicos sin Fronteras, cerca de la segunda ciudad más grande de Sierra Leona: Bo. Construido con gran esfuerzo por varios equipos que estuvieron trabajando en turnos de día y noche durante cinco semanas, abrió sus puertas el 19 de septiembre. Y a pesar de que seguimos trabajando incansablemente para ampliarlo, el primero de sus centros de tratamiento, que cuenta con 34 camas, ya está lleno.

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Los primeros pacientes fueron transportados en ambulancia desde un centro de tratamiento de ébola no muy lejano, construido de manera temporal por MSF cuando la enfermedad mortal llegó por primera vez al distrito de Bo. Ahora el ébola se ha extendido desde el remoto este de Sierra Leona, cerca de la frontera con Guinea, a todos los distritos del país, y los pacientes llegan desde lugares tan lejanos como Port Loko o la capital, Freetown. El viaje desde esos puntos hasta Bo solía durar unas cuatro horas, pero ahora - con cinco de los 12 distritos del país bajo cuarentena y con controles de policía en todas las carreteras principales – se alarga mucho más.

Entre los primeros pacientes en llegar había tres hermanos: Haja, Abivatu y Lamphia, de 26, 17 y 24 años respectivamente, que venían del distrito de Moyamba, uno de los lugares donde la enfermedad ha golpeado más fuerte. Su hermano mayor, un médico, cayó enfermo tras tratar a un paciente de ébola. Cuando murió, la familia fue puesta bajo cuarentena y la policía se apostó en la puerta de su casa para impedirles que salieran. Uno tras otro, todos fueron cayendo enfermos. Cuando finalmente llegaron al centro de tratamiento en Bo, su padre - el subdirector de una escuela secundaria local – ya había muerto, al igual que cinco de los ocho hermanos. Y los tres que quedaban estaban tan enfermos que nadie esperaba que sobreviviesen.

Contra todo pronóstico, el estado de salud de los tres fue mejorando con el paso de los días. Abivatu fue el primero en dar negativo en el test de ébola, seguido rápidamente por Haja y Lamphia. Los tres fueron dados de alta al mismo tiempo, como si hubieran aunado sus fuerzas para salir juntos de esta dura prueba a la que el destino les había sometido. No me olvidaré de aquel momento: uno a uno se fueron lavando en agua clorada y salieron de la ducha, con los ojos entrecerrados por las molestias que les causaba la luz del sol, vestidos con ropa nueva. Médicos, higienistas, el personal que se dedica a desinfectar los materiales que utilizamos, enfermeros y promotores de salud salieron a despedirles: todos cantando, aplaudiendo y bailando juntos a ellos, rebosando de alegría.

A pesar de haber perdido a la mayor parte de su familia, los tres hermanos están dispuestos a volver a casa para reanudar sus vidas: Abivatu quiere estudiar contabilidad en la universidad “cuando vuelvan a abrirla”; Lamphia, estudiante de medicina, tiene que terminar su último año de estudios antes de convertirse en personal sanitario; y sólo Haja, cuyo trabajo había sido hasta entonces cuidar de sus hermanos menores, no está seguro de qué hará a partir de ahora.

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La instalación está diseñada para durar un año, lo que indica que la epidemia va para largo

Hasta la fecha, más de 25 personas han superado el ébola en el nuevo centro. Y esto es importante para todos. Sabemos que cada persona a la que damos de alta sirve de refuerzo moral para los otros pacientes y para las 280 personas que trabajan aquí. La mayoría —260— son de la propia Sierra Leona, y un gran número de ellos trabajaba previamente en el hospital materno infantil que MSF tiene cerca de aquí.

Los demás vienen de lugares muy diversos, pero todos comparten el mismo entusiasmo por unirse a la lucha contra una enfermedad que ha cerrado escuelas y universidades en todo el país, provocado un aumento exponencial en el precio de los alimentos, cancelado viajes, infundido miedo y que amenaza con destruir el tejido social. Entre nuestros trabajadores están las nueve mujeres locales que preparan el menú para los pacientes en una cocina recién alicatada - hoy toca pasta y pescado -, el profesor de filosofía que rellena los libros de anotaciones en la tienda de suministros y un ex pastor que ahora trabaja como asesor de salud mental.

James Caizer Lamina se ofreció a trabajar para MSF cuando vio que sus habilidades para escuchar y asesorar a los demás podrían servir para ayudar a los pacientes y familiares de los afectados. "Dicen que la unión hace la fuerza", explica James. “Así que estoy ayudando a las enfermeras a luchar contra ébola. Tenemos que hacer todo lo posible para acabar con esta pesadilla”.

A pesar de la dureza de la situación y de las tragedias que vivimos cada día, el personal está altamente motivado y el estado de ánimo que reina en el centro es de verdadero optimismo. A todas las dificultades que nos encontramos cada día, tenemos que añadirle el estigma al que se enfrentan muchos de nuestros trabajadores locales en sus propias comunidades. “No siempre es fácil explicar que trabajas cuidando a enfermos de ébola y que la gente entienda que no por eso tienes el virus o vas a contagiarles”, me dice James. “Sí, esa es la parte más complicada, pero es verdad que hay una energía muy positiva entre el personal local”, añade la doctora Mónica Arend-Trujillo. “El ambiente es de optimismo. Yo no veo a nadie estar asustado, preocupado o deprimido. Reconozco que antes de llegar aquí no me lo podría haber imaginado, pero lo cierto es que el trabajo en el centro te levanta el espíritu", prosigue la doctora.

El personal está altamente motivado y el estado de ánimo que hay en el centro es de verdadero optimismo

El nuevo centro de tratamiento ha sido diseñado para que trabajar en él sea lo más sencillo posible y así minimizar el riesgo de que el personal cometa errores y de que se expongan, o de que expongan a otros, a una posible infección. Sin embargo, todos saben que tratándose de ébola nunca se puede estar al 100% libre de riesgos. Amplia y meticulosamente organizada, la estructura del nuevo centro es más permanente que la de los otros cinco centros de tratamiento de ébola que MSF tiene en África occidental. Tiene un suelo de cemento liso en lugar de estar construido directamente sobre la tierra, y las tiendas de campaña son lo suficientemente gruesas como para soportar los siete meses de lluvias que hay cada año en Sierra Leona. Podría decirse que su propia arquitectura ya está reconociendo de alguna manera que son muy pocas las posibilidades de que la epidemia se termine en un futuro próximo. “Está diseñado para durar un año”, cuenta el coordinador de logística Michel Geilenkirchen – “aunque podría durar diez veces eso”, le responde el logista Pietro Curtaz.

A pesar de toda la motivación y del orgullo que sienten nuestros compañeros, hay que recordar que estamos ante una epidemia que ya ha matado, oficialmente, a más de 5.000 personas, y que probablemente vaya a matar a muchos más. “Sí, me siento orgulloso de que hayamos logrado construir este centro tan rápidamente y con tanta calidad”, afirma Michel Geilenkirchen, “pero no me olvido de que seis de cada diez de nuestros pacientes morirán aquí. Hay una gran sombra que se cierne sobre todo. O quienes tienen la capacidad de hacerlo dan un paso al frente y asumen de una vez el compromiso que les exige la ONU, montando hospitales, enviando ambulancias y haciendo llegar más personal sanitario a los países afectados, o estamos perdidos”.

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