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El ébola en España
Columna
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No una equivocación, sino varias

Dadas las características de esta enfermedad, sorprende que el control del personal sanitario que atendió a los enfermos haya sido tan laxo

Milagros Pérez Oliva

Aunque no se haya podido determinar con exactitud dónde se produjo el fallo, es evidente que los protocolos aplicados en la atención de los dos enfermos de ébola repatriados en agosto y septiembre pasado no han funcionado correctamente. Una auditoría clínica debe determinar lo más pronto posible dónde se ha producido el error que ha permitido el contagio de una auxiliar de enfermería para evitar que se repita. Pero lo que sí sabemos ya es que ese no ha sido, en todo caso, el único fallo. Y probablemente ni siquiera el más grave. En toda actividad humana, y mucho más en la atención sanitaria de alto riesgo como es el cuidado de este tipo de pacientes, por estrictos que sean los protocolos, el error humano y el contagio accidental no son nunca del todo descartables. Pero lo que resulta incomprensible es el periplo que ha seguido la auxiliar infectada, porque revela que el seguimiento ha sido, cuando menos, muy deficiente.

Dadas las características de esta enfermedad, sorprende que el control del personal sanitario que atendió a los enfermos haya sido tan laxo: la toma de temperatura dos veces al día, dejando a su criterio la evaluación del estado. Los protocolos parten del criterio de que el virus no es contagioso hasta que no aparecen los síntomas de la enfermedad, es decir, fiebre alta, cefalea, vómitos, etcétera. Pero si se tiene en cuenta que el periodo de incubación va entre 2 y 21 días, nadie puede asegurar en realidad en qué momento se puede iniciar la fase infectiva. Y lo que resulta absolutamente incomprensible es que cuando cuatro días después de haber estado por última vez en la habitación del enfermo, la auxiliar llamó al Servicio de Prevención de Riesgos del Carlos III refiriendo algunos síntomas, no se tomara la decisión de ingresarla y aislarla. Es decir, que tenemos los protocolos, los medios y los profesionales, y a la hora de la verdad, no se aplican correctamente. Los seis días que transcurrieron desde el 30 de septiembre y el 6 de octubre, fecha en la que ya acudió a urgencias con todos los síntomas, han dado al virus una ventana de oportunidad para crear un posible foco que hubiera podido evitarse.

La crisis es fenomenal y su gestión requiere, además de la máxima capacidad técnica y científica, de una dirección política sólida, de la que lamentablemente carecemos. La ministra Ana Mato es seguramente la titular menos competente que ha tenido la cartera de Sanidad. Su comparecencia en rueda de prensa no solo no sirvió para tranquilizar, sino que fue un factor de alarma adicional. No es la primera vez que puede observarse el escaso dominio que tiene la ministra de la materia de la que ha sido nombrada máxima autoridad política. Y si en todas resulta grave, en un asunto como el ébola, que puede desencadenar una crisis sin precedentes y de proyección internacional, mucho más. La gestión de esta crisis exige una autoridad indiscutible y solvente que genere confianza. Y eso no se improvisa. El riesgo, ahora, se llama Ana Mato.

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