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El acusador de Fabra se arrepiente

Vilar mantuvo una estrecha relación con el exdirigente popular pero vio traicionada su amistad Diez años y muchos documentos después, se desdice

María Fabra

“Todo empezó porque un día aparecí con una brasileña”. Vicente Vilar, el único hombre que ha logrado poner en jaque al todopoderoso Carlos Fabra, expuso el jueves sus penurias durante el juicio al expresidente de la Diputación de Castellón y del PP provincial, que se sienta en el banquillo de los acusados por tráfico de influencias, cohecho y fraude fiscal, delitos por los que Anticorrupción pide 13 años de cárcel.

El acusador, el industrial que presentó la querella que ha llevado a Fabra hasta el banquillo, cambió su versión y pretendió reducirlo todo a un ataque de celos, a una rabieta descontrolada, o, en todo caso, a un asunto de “mujeres codiciosas”. Nada de meter al dirigente del PP “en un lío que no se merece”, tal como dijo ante el juez.

Pero Vilar, el acusador arrepentido, lo hizo un poco tarde. Cambió su relato después de casi diez años manteniendo que Carlos Fabra le había cobrado “cantidades millonarias a cambio de favores políticos”, gestiones para tratar de agilizar las autorizaciones para los productos fitosanitarios que fabricaba. Pero en el proceloso caso Fabra ya se han incluido documentos, informes periciales y testimonios que respaldan su primera versión. Y es un caso en el que la justicia no se ha implicado durante diez años por su testimonio, que sí que lo originó, sino por los documentos e indicios que daban veracidad a su relato, del que se desdijo este jueves, cuando, quienes en otro tiempo fueron sus amigos, ya lo habían presentado como un mentiroso.

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Todo indica que el cambio de estrategia del acusador de Fabra se debe a una maniobra de su defensa, en un intento de, exculpando a Fabra, tratar de exculparse a sí mismo de los delitos de cohecho y tráfico de influencias de los que está acusado. Vicente Vilar está en la cárcel desde hace seis años. Fue condenado en 2007 por agresión sexual, secuestro y robo a la que entonces era su esposa, Monserrat Vives. Desde entonces, ha estado en la prisión de Zuera (Zaragoza) y, ahora, en la de Castellón. En ambas ha tenido una actitud activa, participativa y solidaria, lo que le ha procurado informes favorables. Así, su tercer grado podría estar cerca. Una nueva condena le dejaría privado de libertad unos años más.

Vicente Vilar inició su amistad con Carlos Fabra en 1999. Se conocieron a través de sus esposas, que coincidían en el puesto de fruta en el Mercado Central de Castellón. Hasta de la compra de frutas tropicales le dejó hablar el tribunal durante el juicio. Para entonces, el empresario había logrado levantar una fábrica de productos fitosanitarios en Artana, un pueblo de apenas 2.000 habitantes al suroeste de la provincia de Castellón. Su vida era la planta, donde pasaba horas y horas trabajando, sintetizando productos químicos contra los males del campo. Tantas eran las horas que acabó utilizando parte de la fábrica para convertirla en vivienda, adonde trasladó también a su familia.

Mientras, Vives y la esposa de Fabra empezaban a congeniar. Tomaban café juntas tras la compra. “Tenía la edad de mis hijas y con ella hablaba de todo”, relató durante su interrogatorio María Amparo Fernández, la exmujer del dirigente del PP. La relación fue a más. Los maridos se conocieron. Fernández llegó a ser madrina del hijo menor del matrimonio Vilar-Vives. Y el industrial comenzó a contarle a Fabra los problemas que tenía para conseguir la autorización de sus productos de Naranjax en los ministerios de Agricultura y Sanidad.

En medio de esa relación fluida y en 1999, las esposas montaron una empresa, Artemis 2000. Según Vilar, para que ambas familias obtuvieran beneficios por la comercialización de los productos que se le autorizaban a Naranjax y, así, además, evitar la “sangría” de dinero negro que le pagaba al dirigente del PP, en maletines y bolsas de plástico, según ha contado en numerosas ocasiones. Según Fabra, Vilar únicamente se ofreció a compartirla para que uno de los hijos del dirigente del PP tuviera una salida profesional.

Entre 2000 y 2001, la relación traspasó también lo personal. Carlos Fabra facturó a la fábrica de fitosanitarios más de 72.000 euros en concepto de asesoramiento. El empresario siempre dijo que los informes no existían y el dirigente del PP presentó en el juzgado, cuando le fueron requeridos, unos documentos que transcribían parte de un trabajo que se podía encontrar en internet y la guía de prevención de riesgos laborales de una mutua.

“Es una persona a la que he apreciado mucho, en momentos, hasta muchísimo. Hubiera dado la vida por él, pero el concepto de la amistad entre nosotros es distinto. Él es muy ambicioso y la amistad para él no tiene ningún valor”, contó Vicente Vilar sobre Carlos Fabra el 18 de diciembre de 2003, el día que presentó la querella contra él.

“Le pagaba y le pagaba a gusto. Lo hacía de una manera gustosa”, afirmó.

“Hoy en día le considero una mala persona. Es el culpable de mi destrozo familiar. Intenté que todo esto no pasara. Le avisé, pero ha pasado del tema porque está emborrachado de poder y se cree el zar de Castellón”, sentenció al explicar su denuncia.

El cambio de la amistad al odio se produjo en abril de ese mismo año. La esposa de Vilar presentó una denuncia acusándole de agresión sexual. El matrimonio Fabra-Fernández la apoyó. “Ni me llamó, ni me pidió una explicación, eso no lo hace un amigo”, dijo entonces. “No lo denuncié por venganza sino porque no me llamó ni me apoyó cuando mi mujer me denunció por violación”, volvió a repetir el jueves en el juicio. “Está movido por el rencor, no está bien de la cabeza”, contaba Fabra a sus allegados. “Me odia porque declaré contra él”, sostuvo esta semana.

Vicente Vilar aseguraba que el apoyo de Fabra a su exmujer solo perseguía hacerse con las empresas del grupo: “Tanto él como su mujer le metieron pájaros en la cabeza a la mía, que procede de una familia muy humilde, y le decían que le correspondía otro tipo de vida, con viajes... Ella bebió de unas aguas que le gustaron y él se convirtió en el cerebro de un montaje para apoderarse de las empresas del grupo y después venderlas”.

El caso es que aquel punto final en la relación entre Fabra y Vilar supuso que tanto el empresario como su entonces esposa comenzaran a citar a los medios de comunicación para sacarse todo tipo de trapos sucios, informes psicológicos, fotografías del pasado...

Vilar hablaba de sí mismo, en muchas ocasiones, en tercera persona. No tuvo reparo en exhibir los álbumes familiares en los que destacaba las fotos con el matrimonio Fabra-Fernández. Invitaba a su fábrica a todo aquel que quisiera escucharle. Financió la grabación de un cd parodiando el personaje de Fabra. Y, mientras, aportaba al juzgado documentos. Facturas de joyas supuestamente regaladas a “sus amigos”, faxes enviados y recibidos de diferentes cargos públicos en los que se hablaba de sus productos y fechas concretas de reuniones en los ministerios. “A La Moncloa vino porque le hacía ilusión ver el palacio”, aseguró Fabra esta semana durante el juicio.

Vicente Vilar fue consciente, desde el principio, de que la querella contra el todopoderoso Fabra le suponía su propia inculpación. No hubo abogado capaz de convencerle de que las acusaciones se volverían contra él. Se mantuvo en su empeño.

Esta semana, casi diez años después, se desdijo. El empresario se sienta, en el banquillo de los acusados, en el lado opuesto al dirigente del PP. Ni se miran. En medio están sus mujeres y el quinto imputado en la causa que, de vez en cuando, intercambian opiniones. Pese a la petición de su abogado, ahora de oficio, Vilar ha permanecido esposado, incluso, durante su declaración.

“Nunca se le dio dinero a Carlos. Vino Mampa (esposa de Fabra) y mi mujer le entregó 30 millones de pesetas (180.000 euros)”. El industrial dijo en el juicio que después hubo otro pago, acordado entre ambas mujeres, de otros 150.000 euros. Así ha intentado reducir diez años de investigación a un pacto entre “mujeres codiciosas”. Todo porque “un día aparecí con una brasileña”.

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