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Columna
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Cospedal

La secretaria general del PP exhibe una patente temeridad política y una oratoria desestructurada

Enrique Gil Calvo

Una vez más, el mes de agosto está teniendo un trasfondo político mucho más interesante de lo que se esperaba. Es verdad que el nivel del interés mediático no ha llegado al extremo del año pasado, cuando la prima de riesgo reptaba desbocada por encima de los 500 puntos creando una crisis de ansiedad, mientras que ahora se aletarga perezosamente casi por la mitad. Pero a cambio en este agosto también han surgido otras cuestiones no menos críticas, que superan con creces la convencional serpiente de verano para erigirse en monstruosas criaturas auténticamente terroríficas. Es el caso de la nueva crisis del Peñón por antonomasia, y también el de las masacres perpetradas por los pretorianos egipcios, asuntos estos que no comentaré aquí por salirse de mi competencia. Y sí lo haré con el tercer lugar en el top ten de agosto, ocupado por las declaraciones como testigos de Páez, Cascos, Arenas y Cospedal ante el juez que investiga el caso Bárcenas.

La cosa no prometía mucho porque todo parecía indicar que los testigos citados a declarar seguirían la táctica de Mas o Rajoy: culpar de todo al tesorero infiel y negar bajo juramento cualquier responsabilidad personal y partidaria. Es lo que hicieron, en efecto, Cascos y Arenas, que siguieron al pie de la letra el guion previsto por Moncloa y Génova. Pero desmintiendo tales expectativas, al final surgió la noticia. En contra de lo que se esperaba, y a juzgar por los comentarios de los abogados personados en la causa, las declaraciones de Páez y Cospedal resultaron ser particularmente jugosas, erigiéndoles casi en auténticos testigos de cargo. Y ello hasta el punto de que a partir de ellas deberían producirse, si así lo decidiera el juez instructor, apasionantes careos judiciales entre los principales protagonistas del drama.

El caso más atractivo es sin duda el de la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, que exhibe una patente temeridad política camuflada por una oratoria desestructurada. Tras su célebre “que cada palo aguante su vela”, y el epíteto de “cobardes” que lanzó contra los dirigentes que “se desentienden” del caso, ahora parece que señala directamente a Rajoy y Arenas como los contratantes del “finiquito en diferido” destinado a sellar la boca de Bárcenas. Es verdad que al final todo puede quedar en agua de borrajas, pero lo cierto es que de no ser por los aciertos o los errores de Cospedal, quizás hoy no existiría el caso Bárcenas, pues parece haber sido ella, en definitiva, quien defenestró al tesorero infiel, impidiendo el éxito de su chantaje. Así que quizás habría que hacer un monumento a esta mujer. Aunque todo queda pendiente de que se celebren o no los careos de marras.

En cualquier caso, y sea cual fuere el curso judicial de los acontecimientos, lo cierto es que las declaraciones testificales de agosto han profundizado mucho más agudamente la crisis del partido en el poder. Incluso se dice que en su seno se ha abierto una grave fractura interna, intensificada por la propia actitud de Cospedal, entre quienes desean taparlo todo como hasta ahora con el rodillo parlamentario de su mayoría absoluta y quienes plantean la conveniencia de aprovechar la oportunidad para proceder a renovar en profundidad la cúpula dirigente, sustituyendo por sangre fresca inmaculada a todos los que se han ensuciado las manos o se las han quemado encubriendo a quienes las tenían manchadas. Y sin duda es verdad que hay que proceder por múltiples razones a una limpieza a fondo de la élite que dirige a ambos partidos de poder, lo que incluye tanto a Rajoy y Arenas en el PP como a Rubalcaba y Griñán en el PSOE. Pues si este Gobierno puede hacer oídos sordos impunemente al caso Bárcenas es porque la actual oposición socialista carece de la más mínima credibilidad.

Pero no es solo cuestión de personas. En realidad, lo que hay que cambiar es el hábitus político que impera en nuestro país: el know how, la manera de hacer las cosas. Y para ello no basta con sustituir al personal por otro nuevo equipo dirigente, que amenaza con incurrir en los mismos vicios del anterior. Véase lo que pasó con Zapatero cuando procedió a una renovación generacional del PSOE que al final se reveló puro efecto Lampedusa (“es preciso que todo cambie para que todo siga igual”). Y lo mismo ocurrió cuando, tras el trauma del 11-M, el equipo de Rajoy sustituyó al equipo de Aznar. Pura continuidad histórica del mismo repertorio de idénticas prácticas procedimentales. No, mientras no cambien las perversas reglas de juego, de nada sirve que se cambien los equipos de jugadores por otros nuevos. Lo que aquí hace falta es una verdadera reforma estructural. Pero no una de esas reformas neoliberales que recomienda el FMI sino una auténtica reforma institucional que regenere las reglas del juego de poder.

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