Inmovilismo en tiempo extraño
Vivimos en tiempos excepcionales. Y por eso la escena pública está llena de excepcionalidades. Si el martes asistíamos a la semidesimputación exprés de la infanta Cristina, ayer el Congreso de los Diputados vivió la transfiguración del Gobierno, del reconocimiento de fracaso al triunfalismo en menos de 10 días. Cosas raras para tiempos extraños.
Los tres principales ministros, Saénz de Santamaría, Montoro y De Guindos, sorprendieron al mundo en un acto de autocrítica sin precedentes en la historia de la política. Solemnemente anunciaron que la legislatura (y todavía no hemos alcanzado la mitad) había fracasado, que no se conseguiría a lo largo de ella el principal de los objetivos, para el que el Gobierno fue elegido: la reducción del paro, y que no podrían cumplir ninguna de las promesas con que llegaron a La Moncloa. Diez días después, el presidente del Gobierno se presenta en el Parlamento con un discurso triunfalista, coronado con un “Eso empieza a funcionar”, tan contradictorio con la percepción de la realidad reinante que los ciudadanos solo pueden asumir como un acto de fe. Para generar adhesiones incondicionales se necesitan credenciales de autoridad y carisma, de las que el presidente no va sobrado.
Dos ideas básicas en el discurso de Rajoy: la reducción del déficit —es decir, el instrumento, no el fin— como horizonte absoluto de la acción gubernamental y la ratificación de la estrategia seguida hasta ahora, sin aceptar la más mínima rectificación. Para argumentarlo, dos razones: 6,2 millones de parados y los resultados objetivos conseguidos. Parece humor negro: después de haber batido el triste récord histórico de paro, el presidente asegura que mantiene sus políticas porque vamos por el buen camino. ¿Qué políticas? Se supone que el dogmatismo de la austeridad que emana de Bruselas. Desde Europa ya se ha advertido que la moratoria en el cumplimiento del déficit ha de venir acompañada de nuevos recortes en los territorios más sensibles: pensiones, seguro de paro, educación y sanidad.
Un pacto para activar una política de cambio en Europa sería el único que tendría sentido
El problema de fondo es siempre el mismo: muchas cifras, muchos elogios al esfuerzo de los españoles, mucho repetir que las cosas mejorarán, pero ni un esbozo de proyecto político. Y esta es la cuestión por la que intentó entrar Alfredo Pérez Rubalcaba. Rajoy perdió el programa el día después de ganar las elecciones. Y desde entonces no lo ha encontrado o, por lo menos, no ha contado nada que dibuje un horizonte de futuro que oriente a la ciudadanía. ¿Por qué? ¿Porque no lo tiene y sigue simplemente a golpe de impulsos externos o porque es inconfesable? ¿Cuál es el final del recorrido? ¿Una competitividad conseguida a costa de los salarios y de las condiciones laborales, unos servicios públicos más debilitados, una educación a la baja, como muestran los recortes de este año, una sanidad que ya no es universal y cada vez más privatizada, una sociedad en la que hay dinero para rescatar a los bancos pero no para los parados? Si este es el objetivo, se entiende el miedo a explicarlo y el mantenimiento obsesivo de unas políticas liquidacionistas. Y se explicaría también la incapacidad para desplegar cualquier señal de empatía y complicidad con la ciudadanía. El malestar es grande, los síntomas de descomposición del sistema político también, y el presidente del Gobierno no quiere enterarse. Todo lo fía a su mayoría absoluta parlamentaria, sin querer darse cuenta de que hace meses que dejó de ser mayoría social.
Alfredo Pérez Rubalcaba apostó por los acuerdos de Estado, con lo que dio perspectiva a su discurso. Rajoy los rechazó desde el minuto uno. El único acuerdo que el presidente está dispuesto a aceptar es la adhesión plena a sus políticas. Los grandes consensos solo son para situaciones excepcionales. Esta lo es, pero no están claros los objetivos a compartir, por discrepancias sobre el modelo de sociedad. Cabría, sin embargo, un pacto de las principales fuerzas para dar una batalla de verdad —junto con los Gobiernos y los partidos de otros países— por el cambio de política en las instituciones europeas. Dani Cohn Bendit decía en este periódico que la fuerza de Merkel es la debilidad de los demás dirigentes europeos. Aún es hora de que alguien ponga sobre la mesa y defienda una estrategia alternativa a la austeridad salvaje. Merkel va a lo suyo, trabaja para su país. Los demás no van a nada, incapaces de mover a su favor a las instituciones europeas. Un pacto para activar una política de cambio en Europa sería el único que realmente tendría sentido. Pero para ello deberíamos saber cuál es el proyecto político de Rajoy, porque quizás ya le está bien como van las cosas. Por eso no quiere cambiar.
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