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Tribuna
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Rajoy y Mas, con y sin prensa

Muchas comunidades se preguntan cuánto deben amenazar para que Montoro les afloje el déficit

Que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, se hayan encontrado en La Moncloa, residencia del primero, el jueves 21 de marzo para conversar sobre asuntos de primer interés para ambos y para el conjunto de la nación así como para compartir un almuerzo servido allí mismo, es una noticia que hemos conocido en diferido, con una semana de retraso. Que al día siguiente, viernes 22, en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, se preguntara si el Gobierno consideraba que en las últimas semanas se estaba creando un clima más propicio al diálogo con la Generalitat, después de algunas decisiones, como las de la víspera adoptadas por el Consejo de Política Fiscal y Financiera, y sobre si así podría celebrarse a corto plazo la reunión pendiente entre los presidentes Rajoy y Mas, era una cuestión redundante desde hacía meses.

Que la vicepresidenta, ministra de la presidencia y portavoz del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaria, respondiera con el lanzamiento de un bote de humo diciendo eso de que “nosotros siempre hemos mantenido el diálogo con todas las comunidades autónomas, también con Cataluña; que queremos preservar la obligación de cumplir y hacer cumplir la ley, pero dentro de lo que está en la ley este Gobierno dialoga sin ningún problema”, suponía jugar al despiste, fuera de las pautas obsesivas de la transparencia, que la hubieran obligado en buena ley a cantar la gallina y dar cuenta de lo sucedido la víspera. Más aún, después de alancear moros muertos con citas a la Ley de Transparencia, que sigue durmiendo el sueño de los justos desde que el Gobierno depositara el proyecto, el 8 de septiembre, en el Congreso de los Diputados.

Otra cuestión es que, llegados aquí, tenga interés analizar por qué, frente a lo que es habitual, el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, y el presidente de la Generalitat, Artur Mas, hayan preferido encontrarse el jueves 21 de marzo en La Moncloa para conversar y almorzar, sin dar tres cuartos al pregonero, sin citar siquiera a fotógrafos y cámaras de televisión, excluyendo por completo a la prensa en cualquiera de sus modalidades. Recordemos que los dos interlocutores, desde antes de las elecciones catalanas del 25 de noviembre de 2012, se han estado diciendo de todo en las páginas de los periódicos, utilizadas como reclamo para enardecer a las propias huestes, siempre deseosas de que su líder dé más caña al adversario, en especial cuando gana fuerza la elementalidad de los planteamientos. Una toma de distancia dialéctica carente de sentido cuando cualquier salida, incluso la más abrupta de las imaginables, pasa necesariamente por el diálogo. Una preparación artillera solo al servicio del calentamiento popular cuando se sabe que la elevación de la temperatura de los antagonismos hará más difícil y costosa la tarea inevitable de reconducirlos hacia el enfriamiento que permita recuperar el mínimo de racionalidad en las embestidas.

Porque en política sucede como en química, hay determinados procesos o reacciones que solo se verifican en presencia de unos cuerpos que funcionan como catalizadores, es decir, que tienen la capacidad de producir la transformación catalítica sin alterarse ni entrar ellos mismos en el resultado del proceso o de la reacción de que se trata. De modo que en general los políticos siempre quieren prensa, como si solo en su presencia se sintieran anclados en el mundo real y pudieran desencadenarse determinados procesos. Por eso la costumbre de aplazar el inicio de cualquier convocatoria hasta que hubiera llegado la prensa. Un proceder que solo cambia cuando la situación resulta poco propicia, porque entonces se prefiere prescindir de la prensa o, si fuera irremediable, su presencia se la reduce al silencio bajo la fórmula del sin preguntas, es decir, limitada a una estricta función ornamental, como las plantas de interior.

Pero también hay procesos cuyo desencadenamiento requiere del oficio de tinieblas. Las reuniones de Oslo nunca hubieran podido suceder si la prensa hubiera estado al corriente. Por eso la necesidad más acuciante del Gobierno no es más transparencia sino más opacidad. Sucede, cuando la prensa aguarda a la salida, que el tiempo de la reunión se agota en pactar qué se les va a decir a los periodistas, en qué se va a coincidir y en qué se va a discrepar, si se utilizará la sala de prensa de La Moncloa o un lugar de ocasión y si las comparecencias serán simultáneas o sucesivas. Preguntó en una ocasión el presidente Pujol cuántos muertos había que poner para que se tuviera a Cataluña tan en cuenta como al País Vasco. Ahora en otras comunidades autónomas se preguntan cuántas amenazas deben formular para que Montoro, el de la curva de Laffer, les afloje las exigencias del déficit.

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