Dos campechanos en el pedestal político
Garitano e Izagirre han renegado de las formas de los políticos profesionales
Martin Garitano le ha quitado la tilde a su nombre para poner el acento en su versión más abertzale. Juan Karlos Izagirre era Juan Carlos cuando hasta hace un año recetaba medicamentos en el ambulatorio. Ambos, diputado general de Gipuzkoa y alcalde de San Sebastián, respectivamente, son los dos representantes de la izquierda aberztale con el mayor poder institucional que ha tenido nunca esta coalición. Llegaron al ruedo político de sopetón —Sortu, la última marca de Batasuna, estaba ilegalizada y hubo que convencer a candidatos limpios de los aledaños—, pero tomaron mando en la plaza muy rápido. Lo primero fue cubrirse las espaldas con asesores pata negra de la izquierda abertzale, como Josetxo Ibazeta (exedil de EH) y Aitor Ibero (abogado independentista) en el caso de Izagirre, y de los exalcaldes de Azpeitia y Hernani, Iñaki Errazkin y Marian Beitialarrangoitia, respectivamente, siempre a la vera de Garitano.
En su primer acto público oficial como diputado general, Garitano fue a abrazarse con familiares de presos de ETA. A Izagirre le dio por la faceta más folclórica y quiso estrenarse recuperando la danza de San Juan, que protagonizó bailando frente a los carteles con los rostros de los reclusos de la banda. El regidor pretendía trabajar a tiempo parcial en el Ayuntamiento y compaginar este desempeño con su labor como médico, pero enseguida cayó en la cuenta de que eso no era posible.
Venían con una visión idílica de la cosa pública, renegando del profesionalismo de la política: reducción de sueldos, lo justo en coche oficial, poco protocolo, adiós a las corbatas. Con otras vestiduras —Izagirre, que iba en sandalias al Ayuntamiento, ha aceptado comprarse cuatro americanas—, también han marcado su impronta en las formas. El euskera, o lo vasco, lo impregna todo, tanto las intervenciones como las decisiones. Garitano concedió “orgulloso” una subvención de 24.000 euros para una ikastola navarra y activó un censo de euskaldunes de la provincia. Izagirre ha puesto en riesgo la ilegalización de Bildu por dar pábulo económico a un filme sobre cinco presos de ETA, entre otros motivos, porque está hecho en euskera.
El mandatario foral comparece muy ufano ante los fotógrafos vestido con la camiseta de la selección vasca como anfitrión de una recepción a mujeres futbolistas. En cambio, niega la presencia gráfica cuando recibe en el palacio foral a la patronal.
“No han pasado de las musas al teatro”, afirma un dirigente socialista para resumir este mandato. Garitano tardó casi un año en presentar su programa de gobierno ante el Parlamento provincial. Tuvo que hacerlo, aunque no pasó de exponer generalidades, obligado por todos los grupos de la oposición. Los adversarios de Garitano le reprochan que “le importa un pimiento los problemas reales” de la ciudadanía, porque “está a lo suyo”, en la fábrica de ideas para lograr la independencia vasca más pronto que tarde.
De ahí se entiende su resistencia a pedir públicamente el desmantelamiento de ETA y, sin embargo, repita a menudo la exigencia de que se excarcele a “todos” los reclusos de la banda. Garitano solo ha participado una vez en un acto específico de recuerdo a las víctimas, en noviembre pasado en las Juntas Generales de Gipuzkoa. Pero lo hizo para criticar esta celebración y, a la vez, reivindicar el recuerdo de “todas las víctimas”. Ese día, Garitano y los junteros de Bildu fueron los únicos que no depositaron rosas blancas ante el monolito en memoria a los fallecidos por el terrorismo.
La “nueva forma de hacer política” que quería instaurar Izagirre ha seguido el mismo derrotero. Mucha distancia con las víctimas —esta misma semana ha evitado apoyar un homenaje público a la primera víctima del terrorismo— y continuos guiños al mundo radical. Era el representante del barrio de Igeldo, que pedía segregarse de la ciudad que ahora preside. Desmanteló los servicios de seguridad que había para acceder al Ayuntamiento y fue muy complaciente, según sus contrincantes políticos, con un grupo de okupas afines a la izquierda abertzale que tomó, sin permiso y ante la presencia del secretario personal del alcalde, un edificio de la Parte Vieja.
El alcalde va en moto o en autobús a su despacho. Le gusta cultivar la huerta y salir al monte en sus ratos libres, mientras el diputado general lleva a gala ir de poteo (de bares) con los amigos. Son rasgos de la bonhomía que quieren trasladar a la gente. Tratan de mostrarse cercanos con la calle y en sus círculos les ven “llanos, majos y salados”. En la acera contraria admiten ese aire “jatorra” (campechano) que esconde un “talante sectario”.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.