La tele de Polo
El reto de Leopoldo González-Echenique, candidato del Gobierno para reestructurar RTVE, es ganarse la confianza general
Hasta hace seis días era un perfecto anónimo. Un hombre de esos que acuden al trabajo encorbatado, embutido en trajes hechos a la medida y con camisas claras con las iniciales bordadas en el pecho. Un ejecutivo con posibles que probablemente se va con su mujer y su prole de niños a pasar los fines de semana en una casa de campo y que, a veces, le entran unas enormes ganas de comerse el mundo. Una de esas personas de aspecto intachable de las que se supone que han estudiado una carrera y que, probablemente, han hecho oposiciones para ser abogado del Estado.
Seguramente, él habría querido otra cosa. Pero el lunes pasado, cuando Leopoldo González-Echenique Castellanos de Ubago, Polo para los amigos, llegó temprano a las oficinas de NH en Madrid, donde ejerce de secretario general, sabía que su vida estaba a punto de dar un vuelco trascendental y que su nombre iba a embadurnarse en la polémica. El Gobierno iba a anunciar esa mañana que le proponía a él, un abogado del Estado anónimo, para presidir Radio Televisión Española (RTVE) y recortar un agujero de 204 millones de euros.
Y la polémica saltó de forma inmediata. El Gobierno, rotas las relaciones con el PSOE para consensuar un candidato, cortó por lo sano. Mariano Rajoy se lo encargó a Soraya Sáenz de Santamaría y decidió el dedo de esta. Su entorno se vanagloriaba de haber llevado el asunto con absoluta discreción. Tanta que altos responsables del PP, de los que se supone que tienen que estar enterados, no pudieron dejar de mostrar cierto desconcierto al enterarse como cualquiera de los mortales. Mientras, en el PSOE empezaban a indagar las virtudes y, sobre todo, los defectos de un candidato desconocido, cuyo nombramiento está asegurado por el rodillo parlamentario del PP.
El futuro presidente de RTVE tiene un perfil dialogante y disfruta de la buena vida: golf, tenis y veranos en Sotogrande”
El candidato resultó ser un abogado del Estado, como la vicepresidenta, y compañero de promoción del marido de esta (Iván Rosa), nacido hace 42 años en Madrid, de familia de abogados (su padre ejercía en un despacho y su abuelo fue abogado del Estado como él). Sus progenitores le llevaron al colegio del Pilar —cantera de políticos con pedigrí—, de donde salió con una pátina que luego modeló tras pasar por las manos jesuitas de la Universidad de Comillas, donde estudió Derecho y Empresariales. La impronta le cundió, y lo prueba que lleva a sus cuatro hijos a un colegio de la Compañía.
Pertenece a la promoción que se graduó en 1996 y en la que salió con el número 19, un puesto discreto en el escalafón de estos amos del universo administrativo. A esa promoción, llamada la Gloriosa, pertenece también Jaime Pérez Renovales, secretario de Estado de Presidencia, que fue su principal mentor. El número dos de Sáenz de Santamaría fue testigo de la boda de González-Echenique y Mónica López Monis, también de la promoción y hoy responsable de la asesoría jurídica de Banesto. Tras ejercer en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña y en Interior, Renovales le fichó para los servicios jurídicos de la CNMV y, posteriormente, se lo llevó a Economía, que entonces regía Rodrigo Rato. Después estuvo en la Sociedad de la Información con Josep Piqué como ministro del ramo. Esa es la relación más cercana con las comunicaciones y, según ha confesado, donde más ha disfrutado, pese a que solo duró 10 meses.
Debió transmitirlo con euforia a sus compañeros de profesión en las cenas de cuadrilla que suelen hacer. Así que, llegada esta oportunidad, su amigo no ha desaprovechado para recomendarle. Pero antes de volver a la esfera pública, ha pasado casi un decenio en la parte privada, repartidos entre Barclays y NH. Allí seguía el viernes a la espera de acontecimientos y guardando silencio. Le han dicho en La Moncloa que no hable con nadie y que no se deje hacer fotos hasta nueva orden, y él cumple. No coge el teléfono ni a los amigos.
De la Gloriosa, llamada así por la cantidad de altos cargos que ha dado al Gobierno de Rajoy, están, además de Renovales, su mujer e Iván Rosa, Miguel Temboury (subsecretario de Economía), Lourdes Centeno (secretaria general técnica de Economía), David Villaverde (director general de Deportes), Luis Aguilera (subsecretario de Interior), Marta Silva (abogada general del Estado) y José Miguel Alcolea (servicio jurídico de Iberdrola), entre otros. Esta vocación por lo público choca con el éxodo al sector privado de etapas recientes. Parece que la llegada de Santamaría y el PP ha vuelto a crear una conciencia de Estado, aunque él, que solo se reconoce monárquico, no milita en el partido.
Con muchos de ellos disfruta jugando al golf y al tenis. En ese círculo de amigos, donde todos le llaman Polo, se mueve con cercanía. Le gusta cultivar las amistades desde los tiempos del Pilar. Sus allegados destacan que hay que valorar el sacrificio, ya que pierde más de la mitad del sueldo. “Forma parte de esa especie de funcionarios que piensan que el dinero no es fundamental”, asegura uno. Pero el cargo al que va tiene tirón y abre muchas expectativas. La merma de caudales puede afectar el alto tren de vida al que está acostumbrado, en el que se priva de pocas cosas, una pequeña casa cerca de Madrid y los veranos en la selecta urbanización gaditana de Sotogrande.
Todos hablan maravillas de Polo. Detrás de su aspecto de fino señorito se guarda una persona dispuesta y simpática. Las apreciaciones se extienden fuera del círculo de íntimos, donde vuelve a ser Leopoldo. Compañeros de trabajo, jefes y subordinados, encadenan calificativos elogiosos: afable y abierto, leal por encima de todo, de risa fácil, nada arrogante y muy dialogante, modesto, no es trepa ni tiene dobleces.
Pero hasta ahora nunca ha tenido el mando, y menos de una institución como en la que está a punto de aterrizar. Y el mando, que tendrá que ejercer con firmeza, imprime carácter. Dicen que una de las cosas que aprenden los abogados del Estado es a superar obstáculos, pero de cómo acceda al cargo y de cómo desarrolle su mandato va a depender que todos los calificativos que ahora le caen como pétalos de rosas no se conviertan en lanzas. “Se llevará bien con la oposición y con los empleados”, aventura uno de sus jefes en estos años. “Va a suponer un soplo de aire fresco”, añade otro.
Falta le va a hacer. En este instante de su biografía le llega una reválida vital. Tiene la oportunidad de colocar el cum laude a su graduación. Pero sabe que se va a sentar en una silla eléctrica a la que llega con la idea preconcebida por el PP de reestructurar a cualquier precio. Tendrá que decidir si vuelve a recurrir a la publicidad para financiarse ante la reducción del presupuesto y si debe enfrentarse a recortes de plantilla. Y todo eso le va a colocar en el centro de la diana de la izquierda y de los sindicatos, mientras la derecha ya le guarda como uno de los suyos y La Moncloa confía en haber acertado.
Con información de Anabel Díez.
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