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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Los silencios de Rajoy

El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, apareció la noche del 21 de diciembre en el salón de tapices del edificio del Consejo en La Moncloa, leyó la lista del Gabinete que había despachado con el Rey y, con el mismo ademán decidido y la misma zancada poderosa, hizo mutis sin sentirse obligado a contestar pregunta alguna. Después fue visto el día 27 en la recepción que siguió a la inauguración solemne de la X Legislatura. Dicen que cambió algunas palabras en un breve encuentro con un grupito de periodistas. Por último, del día de la Pascua Militar, 6 de enero, solo se tienen documentos gráficos relativos a un breve aparte con Su Majestad. Todo lo demás es silencio escondido, que la vicepresidenta y ministra Portavoz justifica en base a una desconocida regla de economía procesal.

Así que nada de comparecencias para explicar en primera persona la ruptura de las promesas electorales y de las del debate de investidura, que negaban hasta la saciedad cualquier subida de impuestos. Nada de asumir la defensa de la convalidación del decreto ley de medidas económicas que debe ser aprobado en el Pleno del Congreso de los Diputados de mañana, miércoles. Soraya Sáenz de Santamaría ha señalado que el presidente Rajoy no comparecerá hasta después del Consejo Europeo del 30 de enero en Bruselas. Empieza así el cumplimiento de la transparencia prometida como alternativa a las opacidades de Zapatero y de los socialistas. Mientras estudiamos “economía procesal”, cabría considerar que el silencio mantenido hacia fuera por Mariano Rajoy fuera un signo de rigor, de severidad y de solvencia para enmendar la insustancialidad del anterior Gobierno.

Es un retroceso que un ministro se sirva de un diario británico para hacer anuncios de gran calado

Pero solo tendría ese sentido si a cambio se registrara una fructífera conversación interior del presidente con los ministros recién nombrados. Entonces, el resultado afloraría en términos de esa coordinación que sigue sin atisbarse. Explicaba hace años un buen amigo diplomático sueco que en su embajada se respetaba la división del trabajo: el embajador hacía la división y él, que era el número dos, hacía el trabajo. Aquí, la observación primera sobre el Gobierno revela fallos elementales al hacer la división. Que una misma mañana comparezca el ministro de Economía, Luis de Guindos, en el programa Hoy por Hoy, de Carlos Francino, y asegure a los oyentes de la SER que el déficit de las cuentas públicas superará el 8% del PIB; que al cabo de unos minutos sea el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, quien rectifique para situarlo en el entorno del 8%, y que remate poco después el de Interior, Jorge Fernández, precisando que alcanzará el 8,2%, parece un despropósito análogo al que supondría que el ministro de Agricultura diera las cifras de los accidentes en carretera.

Porque después de los progresos tácticos que ha incorporado el fútbol es penoso el regreso a la forma de jugar que se practicaba en el patio del colegio, donde todos en todo momento van en busca del esférico, sin definir responsabilidades, ni atender a la doble velocidad hombre-balón. Porque hora es ya de reconocer que la furia española, el mero voluntarismo que todo lo fía en sudar la camiseta, fue incapaz de llevarnos a ningún sitio relevante y solo por la pendiente intelectual Del Bosque-Guardiola, con el discurso del método, ganamos la Copa del Mundo. Debe haber un cuidado equilibrio entre la libre iniciativa de los componentes del equipo ministerial y la planificación de conjunto, dado que la política es asociación como el fútbol, de manera que los talentos aislados tienen siempre un recorrido de eficacia más corto.

Sin duda, se comprende el deseo impaciente de cambiar la ambientación internacional de la economía española. Pero se impone analizar la incursión del ministro Luis de Guindos en el área del Financial Times, cuyo corresponsal en Madrid, Victor Mallet, ha sido destinatario de todas las intoxicaciones adversas al Gobierno de Zapatero que se lanzaban desde el área de los fervorosos populares. Es un retroceso que un ministro español se sirva de un diario británico para hacer anuncios de gran calado, como son los que afectan a las necesidades de nuestros bancos y a las supervisiones previas a exigir a los presupuestos de comunidades autónomas. Al menos mientras no veamos a un ministro británico acudir a un diario español con mensajes de ese mismo calibre para los agentes financieros o institucionales del Reino Unido. Pero además es ininteligible que, habiendo un ministro de Hacienda y Administraciones Públicas, competente en materia de presupuestos, sea otro, el de Economía, el que hable de competencias que le son ajenas. Cuidado, porque el silencio de Rajoy puede derivar en guirigay de los ministros y sépase que la aparición a la vera del toisonado Sarkozy el día 16 no compensa los días de escondite. Veremos.

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