_
_
_
_
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Políticas sin futuro

Europa debe buscar impulsos para crecer si no quiere morir de inanidad

Josep Ramoneda

Los primeros nombramientos de Rajoy, en especial el de Jesús Posada como presidente del Congreso, confirman que, por encima de todo, no quiere salidas de tono ni osadías. Oyendo a la gente de bien, de Rajoy se espera que siga la política que inició Zapatero el infausto 10 de mayo de 2010 (y que el PP rechazó en aquel momento) pero que la lleve a las últimas consecuencias; es decir, hasta donde mande la señora Merkel. Y que consiga para España un papel de protagonismo en la escena internacional que con Zapatero se ha perdido por completo. La democracia española ha tenido dos presidentes de consumo interno, Suárez y Zapatero, y dos presidentes de consumo internacional, González y Aznar. Falta saber dónde la historia ubicará a Rajoy. Desde luego, mientras la austeridad alemana sea el dogma incuestionado que aglutina Europa es difícil ser alguien sin plantar cara a la canciller. Y si Sarkozy se ha estrellado en el intento, Rajoy lo más probable es que ni lo pruebe.

El dibujo que se va imponiendo en los medios de comunicación apunta a un 2012 extremadamente duro. En recesión, por lo menos durante los dos primeros trimestres, algunos anticipan un otoño conflictivo si, como es previsible, el paro alcanza incluso cuotas superiores a las actuales y la economía sigue estancada. De ser así, se confirmaría la dificultad que tiene la política para seguir el ritmo de los acontecimientos. Europa sigue pegada a la austeridad y ha convertido en reunión histórica —alguien me decía que es ya la cuarta jornada para la historia de la Unión Europea desde mayo de 2010— la cena en que se decidió imponer la mordaza de una regla de oro constitucional al gasto público de los Estados. Sin embargo, cada día son más las voces que dicen que Europa tiene que buscar impulsos para crecer si no quiere morir de inanidad.

De los furores del converso Zapatero pasamos a la discreta administración de las cosas de Rajoy. En el actual clima de pesimismo, todo el mundo se resigna, pensando que ya vendrán tiempos mejores. Pero tengo la sensación de que estamos perdiendo de vista las profundas transformaciones que el mundo está sufriendo. Encallados en la crisis de la deuda, no nos damos cuenta de lo que se mueve. De que las primaveras árabes han robado a Europa la vitalidad política y están produciendo efectos interesantes en el mundo globalizado, hasta el punto de que los contagios han puesto de los nervios a los autócratas como Putin y los déspotas chinos que parecían ser los grandes beneficiarios de la crisis financiera. Europa, que tradicionalmente era la que removía el mundo, se encuentra que otros le están desbordando en atrevimiento, y que los ciudadanos de países sin tradición democrática ponen en evidencia a líderes autoritarios ante los que los dirigentes europeos se han inclinado mil veces.

No se toma conciencia de que la democracia está en juego en la medida en que la gestión de la crisis ha hecho más evidente que nunca que nuestros gobernantes se mueven entre dos servidumbres: la del dinero y la de sus intereses por la conservación del poder. Y que, como escribe André Glucksmann, “la corrupción mundializada es un peligro mayor que el nuclear”. El empeño en plantear la crisis como una cuestión de expertos bloquea la confianza de los ciudadanos en la política y desdibuja la democracia.

Como tampoco se quiere ver que las relaciones sociales cambian con las innovaciones tecnológicas. La política sigue ajena a la horizontalidad que emana de las redes. Y nadie se preocupa de ver si hay enseñanzas posibles de los modos en que las personas se organizan en sus ámbitos de influencia directa para afrontar las dificultades.

De modo que unos siguen confiando en que los expertos desanuden el conflicto, y otros, como Sarkozy, siguen soñando en la autoridad incontestada que rompa el nudo gordiano con un golpe político maestro. Me temo que ni una ni otra opción llevan a ninguna parte en los tiempos que corren. Falta lo contrario de lo que se vislumbraba: osadía para volver a poner la política democrática en primer plano. Gente capaz de ir algo más allá del análisis. De hacer una síntesis integradora. Análisis quiere decir también disgregación. Y eso probablemente exige una revisión profunda de los instrumentos, empezando por los propios partidos. Los socialistas que están de congresos, con la ventaja de morar en la oposición y con la necesidad de refundarse, podrían ser pioneros. Sin embargo, no emiten ningún signo que permita confiar en que se den cambios de calado.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_