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Tribuna
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Rajoy y la prima Merkel

La prima de riesgo, que parecía tener puestas en el PP sus complacencias, amaneció con pérdidas

Estábamos advertidos por el propio Mariano Rajoy, en vísperas de asomarse al balcón, cuando ardían los presentimientos presidenciales y cundía el vértigo de la victoria de que carecía de varita mágica, de pócima milagrosa o de bálsamo de fierabrás. Cuando andábamos ya con un pie en el estribo, listos para arrojar nuestra papeleta al desespero de las urnas, nuestro líder tuvo el coraje de disipar cualquier encantamiento. Prefirió disipar los equívocos y dejó claro que estaban fuera de su alcance los poderes taumatúrgicos que venían atribuyéndole los entusiastas de última hora, los enganchados a la tarifa de último recurso. Las salvas de salutación disparadas por la prima de riesgo y las bolsas han venido a confirmarlo.

La prima de riesgo ha subido en relación con el bono alemán y la bolsa, que parecía tener puestas en Rajoy todas sus complacencias, amaneció registrando pérdidas. Todo se decía ser un problema de falta de confianza provocada por los desmerecimientos del Gobierno de Zapatero. Se anunciaba la llegada del remedio adecuado. A Rajoy nos lo vendía y se vendía él mismo como la encarnación de la confianza. Pero la venida nocturna de Mariano tampoco ha proporcionado alivio al amanecer y continua inalterado el asedio que nos tienen puesto partos medos y elamitas, agencias de rating, tenedores de bonos y analistas mercenarios.

Así que con todo el pescado vendido y cobrado en forma de escaños al portador tuvimos enseguida la impresión de que la victoria de Rajoy además de obedecer a sus propias causas resultaba del hundimiento paralelo de los socialistas. El PSOE daba muestras de haberse convertido en una máquina infernal de promover la desafección de propios y extraños. En el último año y medio había pasado a ser visto como la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno. En particular, la trayectoria del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero había logrado labrarse un desapego generalizado en el que parecía imposible que llegara a caer. Sobre todo si se hubiera de juzgar a partir de los afectos iniciales que suscitaba en los bares de Malasaña.

Entonces, los palmeros de ZP —los Migueles, Barroso y Contreras, Javier de Paz y demás compañeros de trote corto— buscaban contentar a esa clientela y se orientaban con esa brújula para recomendar los pasos a dar por La Moncloa en armonía preestablecida con el zahorí de cabecera, Pedro Zerolo, ahora felizmente desposado y desaparecido por completo, sin haber sido hallado en combate alguno. Súmense las frivolidades del optimismo antropológico, añádanse los nombramientos ministeriales insustanciales, que combinan dosis venenosas de incompetencia y voluntarismo, pónganse unas cuantas ideas de bombero, especialidad de Miguel Sebastián, asústese inútilmente a la Iglesia antes de colmarla de dádivas y privilegios y se tendrá una idea del cóctel que ha causado la descomposición del 20-N.

El caso es que muchos vencimientos que estaban aplazados se han girado de modo fulminante todos al mismo tiempo el pasado domingo para producir los resultados que acaban de registrarse. España se libra de ZP pero quien toma su relevo lo hace con la misma carencia de idiomas y de rodadura internacional. Ya fue preocupante el advenimiento de un Rodríguez Zapatero, que malversó sus cuatro años de líder de la oposición, de 2000 a 2004, en cuanto se refiere al cultivo de afinidades con quienes habrían de ser sus socios en la Unión Europea y sus colegas en Iberoamérica y en el Mediterráneo Sur. Pero lo es aún más que en momentos donde se requiere la máxima soltura, por ejemplo en Bruselas, Mariano Rajoy se haya mantenido fuera de esos focos y de esos contactos que son los que proporcionan entendimientos decisivos. Allí es donde hay que lucir el talle porque el conchabamiento comienza cuando terminan los servicios de traducción simultánea y empiezan las conversaciones de pasillo o sobremesa.

Subrayaba un buen amigo el prestigio que adorna a Mario Monti y cómo puede hablar con Merkel con una gravitas y una autoritas que nadie tiene en la UE. Condiciones que suponen un valor añadido para Italia, sin que parezca claro cómo compensarlas por nuestra parte. Ayer hemos sabido que la señora canciller de Alemania —madre nuestra que estás en los cielos del ciclo económico— llamó al victorioso Rajoy. Habría el minuto de enhorabuena pero la conversación se centró en los males de España. Cuánto daríamos por saber qué se ha dejado decir Mariano por parte de su prima Ángela. Porque en la UE ni Alemania es la hormiga ni los demás una plaga de cigarras del dolce far niente. Todavía nos queda la paz social y ni siquiera por complacer a Berlín deberíamos arriesgarla.

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