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Tribuna
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Defendámonos

Josep Ramoneda

Quizás ha llegado a la hora de atender la interpelación de Max Otte, en su panfleto: Frenad el desastre del euro. El profesor alemán escribe: “No permitan que nos desconcierten, que hagan de nosotros sujetos resignados y que una y otra vez tengamos que responder por crisis que no hemos causado: ¡Defendámonos!”

Los datos del paro del mes de septiembre son demoledores. Preludian un inminente regreso de España a la recesión, porque la situación social se sigue deteriorando, la demanda interna sigue por los suelos, el crédito no fluye y todas las esperanzas están puestas en la exportación, en un momento en que nuestro entorno europeo —nuestros principales compradores— está peor que nunca.

Confirman los muchos indicios acumulados que la condición de vida de los ciudadanos ha empeorado y el proceso de empobrecimiento continúa. Alimentan las dudas ya existentes sobre la eficacia de las políticas de austeridad radical. Aumentan el desconcierto y la confusión de la ciudadanía, que no ve señales que permitan pensar que saldremos de esta. Desde el punto de vista político, acrecientan el desprestigio del Gobierno que, una vez más, ha errado en sus pronósticos, y sigue empeñado —en boca de la vicepresidenta económica— en un voluntarismo patético. ¿No saben, los dirigentes socialistas, que la negación sistemática de la realidad ha sido la causa principal de su desgracia?

La situación extrema coincide con una campaña electoral. La respuesta resignada es asumir la crisis como una catástrofe natural, considerar estas elecciones como un simple trámite para cambiar un gobierno quemado, y prepararse para sacrificios mayores, como dejan entender algunos dirigentes del PP que no tienen el autocontrol que se ha impuesto Mariano Rajoy para no asustar al personal.

El equilibrio entre poder político y económico se ha roto, inclinándose a favor de este último

El miedo y la resignación han hecho que parte de la sociedad llegara a asumir el discurso que dice que tocan años de penitencia para pagar los excesos cometidos en el pasado reciente. Explotar el sentimiento de culpabilidad de la ciudadanía ha sido siempre un eficaz instrumento de todo poder. Y más en un país católico, donde la culpa reina desde la más tierna infancia. Pero realmente es de un cinismo considerable que se acuse a la ciudadanía de una especie de orgía del dinero, cuando la gran mayoría de los habitantes de este país tienen sueldos inferiores a los 20.000 euros anuales. ¿Alguien me puede decir qué despilfarros y qué excesos se pueden cometer desde este punto de partida? ¿Querer tener un piso en propiedad? Es lo que machaconamente se les aconseja día tras día. Y los bancos no han tenido escrúpulos en estimular la imprudencia.

Todo conduce al 20-N por la vía de la resignación: los silencios de Rajoy, la dificultad de Rubalcaba para ganar credibilidad desmarcándose de un Gobierno del que formó parte, la larga agonía de un Gobierno cuyo tiempo pasó hace meses. Sin embargo, el momento merecería más. Merecería que la política luciera con todo su esplendor, porque en el fondo el camino que las cosas tomen ya no solo para España, sino para Europa entera, dependerá de la recuperación de la política, de que la política vuelva a ejercer su primacía. No puede ser que falte dinero para las cosas elementales, pero se encuentre siempre el dinero necesario para reflotar bancos o cajas. No puede ser que se sigan alimentando ficciones para no afrontar la realidad: Grecia no puede ni podrá pagar.

Se puede decir de muchas maneras. Se puede decir que estamos en una doble transición del capitalismo industrial al capitalismo financiero y de las economías nacionales a la economía global. Se puede decir que desde primeros de los 80 se fue construyendo una hegemonía del capital financiero, cuyos efectos se avisaron en repetidas burbujas, y que nos ha llevado a la situación actual. Y se puede decir, como Max Otte, que “un complejo de poder de conocimiento y dinero” —la oligarquía financiera— con enormes conexiones con los Gobiernos es “el centro del poder” y “determina nuestra vida cotidiana de una forma mucho más directa de lo que nunca pudo hacerlo el complejo militar-industrial” que en su día denunció el presidente Eisenhower.

Pero cualquiera de estas fórmulas lleva al mismo punto: el equilibrio entre poder político y poder económico que dio estabilidad y democracia se ha roto, inclinándose desmesuradamente en favor del último. Frente a ello, la ciudadanía necesita de la política para defenderse. Necesita políticos capaces de utilizar toda la fuerza de la legitimidad democrática, incluso frente al poder financiero. Y, sin embargo, entramos en una campaña que el PP se empeña en que sea lo más apolítica posible. Para que todos asumamos la crisis como una fatalidad, un destino.

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