Los sesgos distorsionan la visión que Europa tiene del resto del mundo
A menudo deformamos el análisis de otras sociedades y viciamos nuestra relación con ellas: marcamos las diferencias e ignoramos las similitudes que nos aproximan para, de este modo, colocarnos en posición de superioridad
Los expertos en marketing y la economía conductual lo tienen muy claro: al hacer juicios de valor y tomar decisiones, las personas cometemos errores sistemáticos que suelen ocurrir por debajo del umbral de la conciencia. En 2002, el psicólogo Daniel Kahneman recibió el Premio Nobel de Economía por haber integrado aspectos de la investigación psicológica en la ciencia económica y, junto a Amos Tversky, acuñar el concepto de sesgos cognitivos como “efectos psicológicos que distorsionan el análisis de la información que nos llega y generan juicios errados o interpretaciones sesgadas, incompletas”.
Se trata de un fenómeno humano, quizá universal, resultado de la necesidad evolutiva del ser humano de emitir juicios inmediatos y de evitar peligros. Ante situaciones complejas, simplificamos con rapidez sin efectuar un análisis racional. Nuestra desarrollada economía de mercado explota esta debilidad en aras de la sociedad de consumo; cualquier lector puede encontrar en internet decenas de ejemplos de esos sesgos y reconocerse en muchos de ellos.
Menos estudiados son los sesgos cognitivos que tienen dimensión sociocultural, estrechamente vinculados a las identidades de los grupos humanos, relacionados con la construcción del “nosotros” y también del “otro”, de quien nuestro grupo quiere diferenciarse para protegerse o fortalecerse. A ellos cabe añadir los sesgos ideológicos y estratégicos, que también actúan de modo inconsciente, pero que responden a elaboraciones doctrinales o intelectuales. Por lo tanto, tienen detrás una voluntad política e inversión de recursos, con el propósito de actuar de forma estructural dentro de un sistema complejo (que puede incluir lo político, económico, institucional, jurídico, mediático…).
Hablamos de “las democracias y la gobernabilidad (árabe, africana) en crisis”, pero bien podríamos decir que todos los países afrontan el reto de adaptar sus estructuras e instituciones democráticas a la globalización y responder al impacto socioeconómico de las sucesivas crisis mundiales
A todos nos afectan las tres categorías de sesgos cognitivos, pero en nuestras relaciones con otros pueblos son especialmente importantes las dos últimas. Me centraré en los sesgos europeos respecto a las sociedades y países que, sesgadamente, se denominan a menudo “el mundo musulmán” y “el África negra”. Respecto a ellos se han construido imágenes e ideologías más poderosas que con otros pueblos, más alejados. Son nuestros “otros” más cercanos: hemos construido esa otredad. Nos hemos construido en oposición a ellos y también les hemos construido a ellos en nuestras mentes. Esta creación de identidades y su traslado a la relación con esas sociedades incorpora varios de nuestros sesgos tradicionales, que se mantienen muy vigentes:
Marcamos las diferencias e ignoramos las similitudes que nos aproximan para, de este modo, colocarnos en posición de superioridad (lo cual no solo resulta autocomplaciente, sino que contribuye a legitimar el propósito de dominación o de imposición). Por ejemplo, hablamos de “las democracias y la gobernabilidad (árabe, africana) en crisis, o en peligro”, pero bien podríamos decir que todos los países afrontan el reto de adaptar sus estructuras e instituciones democráticas a la globalización y responder al impacto socioeconómico de las sucesivas crisis mundiales; o analizamos la igualdad de género en el marco del islam y al hacerlo destacamos el uso, o imposición, del pañuelo o hiyab, pero no mencionamos que compartimos la violencia de género y los feminicidios, las limitaciones al derecho al aborto, la discriminación salarial y el techo de cristal, el injusto reparto de tareas domésticas…
Generalmente, comparamos lo mejor de lo nuestro con lo peor del otro. Ignoramos que prácticamente todas las sociedades tienen en su historia luces y sombras, y podríamos leer tesis doctorales sobre los descubrimientos científicos africanos, sus eficaces mecanismos de gobernanza y resolución de conflictos, etcétera; o simplemente podríamos tener presente los nada remotos genocidios europeos cuando nos lamentamos de los sucedidos en África.
Generalmente, comparamos lo mejor de lo nuestro con lo peor del otro. Ignoramos que prácticamente todas las sociedades tienen en su historia luces y sombras
Tenemos profundamente enraizada la construcción ideológica de la evolución aplicada a las sociedades humanas (creada por la Ilustración europea, en contraste con la previa visión renacentista de retorno al mundo clásico). Manejamos ese enfoque evolutivo al compararnos con otros pueblos y calificar los fenómenos que se dan en ellos, de modo a situar a los otros pueblos en una fase histórica muy anterior o primitiva: afirmamos que “todavía no están preparados”; al mencionar los conflictos, con facilidad se califican de “tribales” y no entre pueblos o naciones (no estatales), aparentemente inconscientes de que “tribu” es un concepto de nuestra prehistoria; respecto a la gran mayoría de los países al sur del Sáhara, de modo engañosamente paternalista los consideramos naciones jóvenes, como si su historia y pasado se iniciaran con la colonización y haber transcurrido poco tiempo desde su independencia.
Cuando determinamos el déficit de gobernabilidad en África, incluido el norte del continente, borramos el legado dejado por la ideología institucional decimonónica (alto-burguesa y elitista, explotadora de la clase obrera, su moral cristiana y la discriminación de las mujeres) y lo reemplazamos completamente por la pervivencia de las “tradiciones africanas” (que ignoramos y más bien construimos a nuestra medida, es decir, limitándolas a lo negativo) o por “el peso de la religión”.
Los europeos llevamos muchas generaciones viendo el mundo con las lentes de estos sesgos. El mundo de hoy está en transformación, Europa pierde peso relativo con rapidez frente a otros actores internacionales, incluidos algunos del Sur Global que han aumentado su agencia, su poder —aunque sea el poder de elegir entre europeos u otros—. Estos sesgos falsean el análisis de lo que está sucediendo y, además, afectan muy negativamente a nuestras relaciones con otras sociedades. Nuestros oídos europeos deben escuchar que a menudo nos ven arrogantes, prepotentes, que predicamos valores que no practicamos y aplicamos dobles raseros. Podríamos decir que, con nuestras actitudes, inconscientemente, nos vendemos bastante mal.
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