La nutrición sí es una cuestión de dinero
La miopía global ante el impacto de la desnutrición tiene un coste mucho mayor de lo que nos podemos permitir. El mundo tiene la oportunidad de volver a los raíles de un futuro sostenible en la Cumbre sobre Nutrición para el Crecimiento
El mismo año en que han comenzado los viajes privados al espacio, la desnutrición aguda y crónica afectan, respectivamente, a más de 45 y 149 millones de niños y niñas en el planeta. Vivimos en un mundo en el que la desnutrición mata a 3,1 millones de menores de cinco años mientras hacemos turismo espacial.
Sigamos con las incongruencias:
Según últimos informes globales son necesarios 1.200 millones de euros extras para combatir los efectos de la covid-19 en los índices de malnutrición y, sin embargo, la Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD) no hace más que ir en declive. España, que defiende la implementación de la Agenda 2030 como una de sus prioridades, apenas aporta seis millones de euros a la nutrición básica. Estamos hablando de un escaso 0,21% del total de AOD. Una cifra muy por debajo de la media europea, donde países como Irlanda y Países Bajos invierten más del doble de esa cantidad.
Por otro lado, la desnutrición infantil, además de éticamente inaceptable, tiene graves consecuencias también en las economías de los propios países que pueden llegar a perder entre el 8% y 11% del PIB. El acceso insuficiente o no equitativo a recursos esenciales como la alimentación, el agua o la salud genera saturación de los mecanismos de Gobierno y está en el origen y la multiplicación de la violencia, lo que provoca a su vez una mayor inestabilidad económica con efectos políticos y sociales impredecibles.
La miopía global ante el impacto de la desnutrición tiene un coste mucho mayor de lo que nos podemos permitir.
El mundo tiene la oportunidad de volver a los raíles de un futuro sostenible en la Cumbre sobre Nutrición para el Crecimiento que se celebra los próximos 7 y 8 de diciembre en Tokio. Esta nueva cita global puede encarrilarnos en la senda que conduce a las metas de los ODS, en especial el que busca acabar con la malnutrición en todas sus formas para 2030 y reforzar el vínculo entre dieta, sistemas alimentarios y salud, pero para ello hace falta compromiso.
Se necesitan 7.000 millones de euros anuales de financiación para poder cubrir las metas mundiales contra la emaciación, el retraso en el crecimiento, la anemia y a favor de la lactancia materna. El gasto mundial apenas llega a los 1.000 millones
Actualmente, se necesitan 7.000 millones de euros anuales de financiación para poder cubrir las metas mundiales contra la emaciación —pérdida de peso involuntaria—, el retraso en el crecimiento, la anemia y a favor de la lactancia materna. Con esta cifra en mente la realidad resulta descorazonadora: el gasto mundial en nutrición apenas llega a los 1.000 millones al año, un escaso 1% del total de la ayuda al desarrollo.
En un año en que el mundo ha demostrado que es posible hacer frente conjunto a una pandemia, resulta coherente pensar que los gobiernos mundiales, incluido el nuestro, puedan hacer el necesario el esfuerzo para poner freno a los “otros efectos” de la covid-19: el hambre ha crecido un 10% en el mundo en apenas un año. El año pasado 2.000 millones de personas no tuvieron acceso a alimentos adecuados, 320 millones más que en 2019.
Debido al coronavirus, otros 168.000 niños y niñas morirán en 2022. La realidad es que solo el 25% de los niños tiene acceso al tratamiento de la desnutrición aguda, un tratamiento que tiene un 80% de éxito.
Es el momento de aumentar y sostener la financiación de los sistemas y programas de nutrición, pero también de mejorar los mecanismos de seguimiento de las inversiones y la calidad de los datos para asegurar la fiabilidad de las mediciones. Es decir, no solo es necesario invertir más, sino hacerlo mejor y de forma más eficaz.
Siendo prácticos, la realidad es que si el mundo lograra cumplir su objetivo de hambre cero establecido en el ODS 2 para 2030 estará a un paso de la consecución de 12 de 17 de los Objetivos, porque la desigualdad de género, la emergencia climática, los conflictos y la falta de acceso a los recursos están en el corazón del hambre.
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