10 años de la creación de la Agenda 2030: un futuro en común en tiempos de encrucijada
Una década después del nacimiento de este compromiso global, solo el 17% de sus metas está cerca de cumplirse. La inacción y la falta de ambición y de recursos que hoy impiden avanzar, eran amenazas previsibles ya en 2015

La Agenda 2030, la agenda global de desarrollo sostenible con la que todos los Estados de Naciones Unidas se comprometieron a transformar nuestro mundo, cumple 10 años con un balance tan crudo como inapelable: solo el 17% de las metas está en camino de cumplirse y ninguno de los objetivos que se proponía es probable que se logre.
El consenso alcanzado en 2015 incluía un diagnóstico realista sobre el carácter fallido del modelo de desarrollo vigente, y se proponía abordar simultáneamente las crisis solapadas que asolaban el planeta. Con sus imperfecciones y debilidades, la Agenda 2030 fue sin duda la propuesta más contundente de la comunidad internacional en décadas. Pero su aplicación ambiciosa quedaba sujeta a que hubiera un compromiso firme y una dotación de recursos suficiente desde los distintos territorios, así como a la implicación real, y no cosmética, del sector privado.
Consecuencias de la falta de voluntad política
Diez años después no hay nada que celebrar. No se han impulsado medidas audaces para transformar nuestros modelos de producción y consumo para que sean socialmente justos y compatibles con los límites del planeta (habiendo superado ya 7 de los 9 límites). Tampoco para frenar una escalada bélica que arrasa con la vida y provoca desplazamientos forzados en unas rutas migratorias cada vez más inseguras.
La democracia está en uno de sus peores momentos (de acuerdo con el Democracy Digest 2024 de la Economist Intelligence Unit, el índice global de democracia registró “un mínimo histórico” en 2024) y según el informe de 2024 de CIVICUS, basado en datos del Banco Mundial, el 72,5% de la población mundial vive en países con derechos severamente restringidos. No se ha avanzado tampoco en la necesaria gobernanza de los sistemas alimentarios, presos del poder y del beneficio económico y, que sin ser capaces de alimentar adecuadamente a más de un cuarto de la población mundial, emiten casi el 40% de las emisiones de gases de efecto invernadero y atentan contra la biodiversidad en todo el planeta.
La respuesta a la emergencia ambiental (climática, de pérdida de biodiversidad, de contaminación), la crisis de la democracia, las amenazas contra la agenda feminista, el hambre, la pobreza y el ensanchamiento de las desigualdades, no ha estado a la altura.
Brecha de financiación para el desarrollo y prioridades en rearme
Esa falta de voluntad política se muestra también con nitidez en la brecha de financiación para el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que se estima en 4 billones de dólares anuales. Mientras tanto, los países más poderosos pactan destinar un 5% del PIB al rearme, siguen financiando la industria fósil (7 billones en 2022), y permiten que entre 21 y 32 billones de dólares se oculten en paraísos fiscales (según un estudio de 2014 de la Tax Justice Network)
De acuerdo con el Democracy Digest 2024 de la Economist Intelligence Unit, el índice global de democracia registró “un mínimo histórico” en 2024
En lugar de medidas decididas para dotar de los recursos necesarios a las políticas que protegen a las personas, la vida y el planeta, nos encontramos con el desplome de los fondos de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD), que dejan en la estacada a millones de personas de las regiones más empobrecidas. Y la posibilidad de activar marcos globales de justicia fiscal parece cada vez más inalcanzable, a pesar del impulso dado en el G-20 bajo la presidencia de Brasil y de la aprobación de la Convención sobre Cooperación Fiscal Internacional, de la que Estados Unidos ya se ha desmarcado. Bastaría, sin embargo, con un impuesto del 2% a la riqueza de las 3.000 personas más ricas del mundo para dotar de protección social a 820 millones de personas empobrecidas.
El avance de discursos regresivos
La inacción y la falta de ambición y de recursos que hoy impiden avanzar, eran amenazas previsibles ya en 2015. A ello se sumaron sectores con intereses particulares (la industria fósil, armamentística…) que han actuado de forma persistente para ralentizar las transformaciones más profundas que exige la Agenda 2030, priorizando beneficios a corto plazo frente al bien común. Hoy estos actores encuentran además un refuerzo en los nuevos movimientos anti-agenda 2030, que han extendido como una mancha de aceite discursos regresivos, antiderechos y negacionistas, aupando al poder a líderes extremistas y desprestigiando cualquier propuesta de transformación, activando desde la mentira el odio, el miedo y el cinismo en todo el planeta.
La encrucijada global
La suma de todos estos factores nos ha conducido a la gran encrucijada en la que se encuentra hoy la humanidad, la constatación cada vez más clara del agravamiento de múltiples crisis interconectadas y solapadas que requieren respuestas globales e integrales, en un tiempo en que el multilateralismo parece secuestrado por los fanatismos y las dinámicas de poder cortoplacistas.
En este escenario, el secretario general de Naciones Unidas hizo un llamamiento a restaurar la confianza en el multilateralismo e inyectar un nuevo impulso para el último tramo hacia 2030, tanto en la Cumbre del Futuro, como en otros hitos clave de este 2025: la Conferencia de Financiación para el Desarrollo de Sevilla, la Cumbre de Desarrollo Social en Qatar, la COP 30 en Brasil o la celebración de los 30 años de la aprobación de la Plataforma de Acción de Beijing, que persigue el empoderamiento de las mujeres en todo el mundo.
Por el momento, apenas se ha logrado revalidar la apuesta por compromisos ya existentes, aunque sistemáticamente incumplidos, y sin una ruta clara para su implementación. No se está consiguiendo estar a la altura de la urgencia de nuestro tiempo ni del sufrimiento que atraviesan millones de personas. Seguimos sin mecanismos suficientes para el urgente alivio de la deuda que asfixia al Sur Global, la generación de protección social para las personas en mayor situación de vulnerabilidad, la distribución de la riqueza o la acción climática.
Los próximos 5 años hasta 2030 no están escritos: puede ser un tiempo de regresión o un lustro en que demos un giro decisivo hacia un mundo más justo, democrático y sostenible
Horizontes posibles, fuerza colectiva
No podemos resignarnos a que la Agenda 2030 quede como una promesa incumplida. Los próximos cinco años deben servir para activar las transformaciones profundas que siguen pendientes para poner la vida y no el beneficio económico privado en el centro. España y la Unión Europea tienen la responsabilidad de ejercer un liderazgo claro en esa dirección, reforzando el multilateralismo y apostando por la cooperación como herramienta de justicia global.
Al mismo tiempo, sabemos que los cambios no llegan solo desde arriba. La historia reciente lo demuestra: millones de personas han salido de la pobreza extrema, niñas que antes no podían acceder a la escuela hoy se forman, y movimientos feministas, climáticos y comunitarios han conquistado derechos y obligado a gobiernos y empresas a rendir cuentas. Son pruebas vivas de que la transformación es posible cuando la voluntad política se une a la fuerza de la sociedad.
Pero para que esa energía siga abriendo caminos, es imprescindible garantizar espacios de participación y de incidencia para la sociedad civil, cada vez más restringidos en todo el mundo. Sin voces libres y organizadas, no habrá democracia ni justicia global capaces de sostener el futuro.
El reto ahora es doble: evitar retrocesos y abrir horizontes nuevos. Los riesgos son grandes, pero también lo son las capacidades, los conocimientos y los recursos disponibles para ser movilizados. Los próximos cinco años hasta 2030 no están escritos: puede ser un tiempo de regresión o un lustro en que demos un giro decisivo hacia un mundo más justo, democrático y sostenible.
Ese es el horizonte que reclamamos y que sabemos posible: un futuro compartido, digno y seguro para todas las personas. El futuro será en común o no será.
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