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El 2024 de Amjad, Imán, Samir y Abdallah, atrapados en la guerra de Gaza: “La injusticia no puede durar para siempre”

Estos cuatro civiles palestinos, que han protagonizado reportajes de Planeta Futuro o han ayudado a que podamos escribirlos a distancia en los últimos 12 meses, terminan el año más debilitados, en duelo por sus allegados muertos y soñando con un alto el fuego en la Franja

Guerra de Gaza 2024
Amjad Tantish (derecha) y su esposa se ocupan del pequeño huerto que han hecho al lado de la tienda de campaña en la que viven desplazados, en el sur de la Franja de Gaza. Fotografía tomada en diciembre de 2024 y cedida por la familiaCedida

Los mensajes de voz de Samir Zaqut llegan, como siempre, envueltos en el inconfundible zumbido de los drones israelíes que sobrevuelan la huerta en la que vive con su esposa desde febrero, cerca de Deir el Balah, en el centro de Gaza. “Antes de nada, feliz Navidad”, saluda. Zaqut tenía la costumbre de colocar un árbol con luces y decoraciones en el salón de su casa y cada diciembre, invitaba a sus hermanos, sobrinos y primos a una comida festiva, que duraba horas. Es el segundo año que no respeta esa tradición. “No soy cristiano, pero da igual. Finalmente, Jesús era palestino, ¿no?”, dice. Su voz se escucha templada y animosa. “Si pierdo la esperanza, estoy muerto y, además, dentro de lo que cabe, soy afortunado. En este año, he cambiado de lugar solo en tres ocasiones. Otras personas han tenido que salir huyendo y mudarse 13 o 14 veces. Tengo la suerte de que este terreno es mío y no está en primera línea de la guerra”, cuenta, haciendo balance.

Zaqut es uno de los responsables de la ONG palestina Al Mezan, cuya misión va desde garantizar el derecho a la salud para los enfermos de Gaza, hasta denunciar la violencia contra las mujeres o cuidar de la salud mental de los niños, expuestos al conflicto desde que nacen. Desde octubre de 2023, cuando empezó la guerra en la Franja, sus miembros siguen, pese a las dificultades, redactando informes, haciendo trabajo de campo y manteniendo reuniones con otras ONG palestinas y extranjeras.

“Lucho cada día para seguir trabajando, porque soy víctima, es decir, soy un palestino que necesita ocuparse de que su familia tenga agua, pan y seguridad, pero también quiero seguir documentando lo que está pasando. Es mi obligación”, agrega Zaqut, contactado por Planeta Futuro durante este año para aportar precisiones sobre desplazamientos masivos, desnutrición infantil o restricción de la entrada de la ayuda humanitaria en la Franja.

Si pierdo la esperanza, estoy muerto y, además, dentro de lo que cabe, soy afortunado. En este año, he cambiado de lugar solo en tres ocasiones. Otras personas han tenido que salir huyendo y mudarse 13 o 14 veces
Samir Zaqut, ONG Al Mezan

Zaqut, Imán (que prefiere no dar su nombre completo), Amjad Tantish y Abdallah Aljazzar han respondido a preguntas idénticas para la elaboración de este reportaje. Una de ellas es sobre lo que añoran. “A mis dos hijas y a mi hijo, a los que hace casi un año que no vemos, desde que salieron de Gaza. Les echo profundamente de menos, pero por ahora, tiene que ser así”, responde Zaqut. “A mi hermano muerto... y también fumar un cigarrillo para relajarme”, afirma sin dudar Aljazzar. “El sabor de la carne y el pescado y la persona que yo era”, dice Imán.

“Mi pueblo, Beit Lahia, en el norte, hoy totalmente destruido por las bombas, y despoblado”, apunta Tantish, desde una tienda de campaña en la zona de Al Mawasi, en el sur de la Franja. Él, su esposa y sus cinco hijos huyeron hace más de un año de su hogar, muy cercano a la frontera con Israel, y desde entonces han vivido en tiendas de campaña entre las localidades de Rafah y Jan Yunis. “Mi casa había sobrevivido milagrosamente, pero fue bombardeada hace algunos días. Eso me ha afectado mucho porque tenía esperanza de volver en algún momento y recuperar nuestra vida. Ahora somos oficialmente personas sin hogar. Y ese sentimiento me produce un inmenso dolor que no logro digerir”, explica.

Al menos 45.000 palestinos han muerto violentamente en esta guerra, según cifras oficiales del ministerio de Salud de Gaza, controlado por el movimiento islamista Hamás. En Israel, más de 1.200 personas murieron en los ataques perpetrados por milicianos palestinos el 7 de octubre de 2023 y más de 250 fueron tomadas como rehenes, de las que un centenar siguen aún en Gaza.

Una mochila cada vez más pequeña

Resignado ante la idea de no poder retornar al norte de la Franja, aunque hubiera un alto el fuego hoy, Tantish ha empezado a cultivar un pequeño huerto cerca de su tienda de campaña, con la esperanza de poder recoger alguna verdura en primavera.

“Yo sí intentaría volver a mi casa”, apunta Zaqut. “Aunque sea para estar entre ruinas, pero serán las nuestras y estaremos con nuestros vecinos y con nuestros amigos de nuevo. Hay gente que ya está intentando regresar hacia al norte, aunque no haya alto el fuego, y muchos han perdido la vida en el intento”, lamenta.

Solo comemos comida enlatada. Prácticamente, no hay verduras y frutas y las que hay son demasiado caras. Se me ha olvidado a qué saben la carne y el pescado
Imán, periodista gazatí

Imán, sus padres y sus siete hermanos han cambiado de lugar unas siete veces desde que empezó la guerra. “Hace exactamente un año estábamos ya en una tienda de campaña, pasando frío y hambre, pero cada vez estamos peor”, afirma esta periodista de 23 años, que ha colaborado con este periódico en la producción de varios artículos sobre la situación humanitaria en Gaza. Los ataques israelíes han matado a entre 190 y 200 reporteros de la Franja desde octubre de 2023, según cifras palestinas. La joven explica que cada vez que deben huir, la mochila que llevan con sus pertenencias es más pequeña, que les faltan colchones y mantas y que pasan mucha hambre. “Solo comemos comida enlatada. Prácticamente, no hay verduras y frutas y las que hay son demasiado caras. Se me ha olvidado a qué saben la carne y el pescado”, cita.

Su casa en la ciudad de Gaza está parcialmente destruida y desde la miseria de su tienda de campaña en el centro de la Franja no se atreve a soñar con reconstruirla. “Ha habido tanto dolor y tanta miseria este año....”, suspira. “Echo de menos hacer deporte, echo de menos Gaza como era antes, también caminar al borde del mar con mis amigos. Echo de menos la persona que yo era”, piensa en voz alta.

El hambre es una realidad para los más de dos millones de habitantes de Gaza y, si Israel no permite que entre la ayuda humanitaria necesaria, más de 340.000 personas, un 16% de la población, estarán en una situación catastrófica y a un paso de la muerte de aquí a abril, según la ONU.

Tantish echa la vista atrás y también se le amontonan los recuerdos dolorosos desde hace un año: La muerte de su madre por falta de atención médica, la precipitada huida de la familia del norte de Jan Yunis, un área que era considerada segura, pero que fue atacada por Israel, o la pérdida de vecinos, amigos y de muchos de sus estudiantes. Este gazatí fue uno de los protagonistas de un reportaje de Planeta Futuro publicado en mayo sobre el destino del equipo de natación de Gaza, del que era entrenador. “Sigo en contacto con la mayoría de los chicos. Desde mayo, otro miembro del equipo murió, debido a la hepatitis C que contrajo y para la que no pudo recibir los cuidados médicos necesarios”, lamenta.

“El sentimiento que me queda en este final de año es la pérdida. Pérdida de todo y de todos. Pero no renuncio a tener esperanza, porque la injusticia no puede durar para siempre. Espero que el mundo no lo tolere”, añade Tantish.

Termino este año teniendo otra vida, una vida muy dura que me he visto obligado a aceptar, aunque no me guste, y en la que yo no he elegido nada: ni la comida que como, ni el agua que bebo, ni el frío que paso, ni el hacinamiento que sufro
Abdallah Aljazzar, gazatí

Mientras ese momento llega, la única vía de escape para Tantish sigue siendo nadar. “La última vez que entré en el mar fue a principios de diciembre. El agua estaba helada, pero me hizo bien. Fue una especie de despedida antes de que empezara el invierno”, explica. En el lado positivo de la balanza, también está el éxito de su sobrino y también miembro del equipo de natación, Abdel Rahman Tantish, que pudo salir de Gaza y se está entrenando en Catar, donde ha obtenido muy buenos resultados en pruebas de triatlón. “Tengo mucha esperanza de que él logre mi anhelado sueño y se clasifique para los próximos Juegos Olímpicos de 2028″, dice.

Abdallah Aljazzar, en el campo de desplazados de Al Mawasi, en el sur de la Franja de Gaza, al lado de los tanques gracias a los cuales se distribuye agua a decenas de familias sin que tengan necesidad de desplazarse. Fotografía cedida por Aljazzar.
Abdallah Aljazzar, en el campo de desplazados de Al Mawasi, en el sur de la Franja de Gaza, al lado de los tanques gracias a los cuales se distribuye agua a decenas de familias sin que tengan necesidad de desplazarse. Fotografía cedida por Aljazzar.Cedida

Aprender mientras se pierde todo

Desde hace un año, Aljazzar solo piensa en marcharse. Para ello lanzó una campaña de micromecenazgo con el fin de reunir los fondos suficientes y buscó un centro educativo en el que seguir estudiando, tras haberse licenciado en Literatura Inglesa en la universidad Al Azhar de Gaza, hoy convertida en una montaña de escombros. Este joven de 24 años solo espera que el paso de Rafah, en la frontera con Egipto, cerrado desde mayo, reabra pronto para poder viajar a Estados Unidos, donde finalmente ha obtenido una beca. “Es la única razón para seguir adelante”, asegura.

Por ahora, malvive en una tienda de campaña en el sur de la Franja junto a 20 miembros de su familia. Su hermano y su primo murieron en esta guerra, además de amigos, vecinos y parientes más lejanos. “2024 ha consistido en aprender mientras lo perdíamos todo”, dice, amargamente. “Hace un año estaba en casa de mi abuela, en Rafah, porque tuve que salir corriendo de mi apartamento, en el este de la ciudad. Ambos fueron destruidos. Hace un año, también tuve que aceptar que no vería nunca más a mi hermano”, agrega.

Aljazzar protagonizó un artículo de Planeta Futuro en septiembre, cuando logró comprar dos baterías nuevas para que una precaria instalación que había puesto en marcha gracias a paneles solares funcionara de nuevo y se pudieran cargar gratuitamente decenas de móviles de desplazados en el campo. “Las baterías siguen funcionando, ahora las uso sobre todo para bombear agua y traerla hasta tanques situados cerca las tiendas de campaña”, explica. Gracias a ese sistema, varias familias pueden disponer de agua sin desplazarse.

Pero este joven siente que su salud se está resistiendo a pasos agigantados debido a la falta de alimentos frescos y de calidad. “Hacemos una comida al día. Hoy tocó falafel”, dice. Aljazzar también se siente debilitado por el frío que hace en Gaza este diciembre y explica que tiene “la espalda destrozada” por cargar cosas pesadas desde hace un año, para que la vida en el campo de desplazados sea más llevadera.

“Termino este año teniendo otra vida, una vida muy dura que me he visto obligado a aceptar, aunque no me guste, y en la que yo no he elegido nada: ni la comida que como, ni el agua que bebo, ni el frío que paso, ni el hacinamiento que sufro”, concluye.


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