La resistencia de las periodistas afganas ante la mordaza talibana: “No sé a dónde nos dirigimos, pero sin duda es un lugar terrible”
Un año y medio después del retorno de los islamistas al poder, la mayoría de las reporteras afganas ha salido del país o ha dejado el oficio, pero un puñado sigue defendiendo su trabajo frente a autoridades que quieren condenarlas al silencio
Meena Habib responde a las preguntas de este diario horas después de que las imágenes de maniquíes femeninos con el rostro cubierto en los escaparates de Afganistán dieran la vuelta al mundo. “Me sorprende que os sorprenda. Nosotras ya sabíamos que sería así. Los talibanes nos hacen desaparecer poco a poco de todos los ámbitos de la sociedad: de la política, la educación, el periodismo... Y lo peor es que las mujeres ya no protestan porque tienen miedo a morir”, considera. Es madrugada en Kabul, pero no hay ni rastro de cansancio. Meena Habib es una de las pocas reporteras que siguen saliendo a trabajar a las calles de Afganistán, donde, según Reporteros Sin Fronteras (RSF), más del 76% de las periodistas se ha ido del país o ha abandonado el oficio desde agosto de 2021, cuando los talibanes retomaron el poder. “Puedes escribir que soy la única”, insiste, con una mezcla de orgullo y miedo, mientras envía fotografías en las que se la ve sentada en el suelo y rodeada de talibanes mientras toma notas.
Cuando los talibanes volvieron, las mujeres se encerraron en casa. Yo no pude soportar la idea de perder de un plumazo 10 años de trabajo y esfuerzoMeena Habib, periodista afgana
A esta periodista no le importa enseñar su rostro, pero prefiere no decir su edad. Lleva más de una década trabajando para diferentes medios afganos, centrándose en temas que levantan ampollas, como los derechos de la mujer, la protección de la infancia o la corrupción, lo que le ha hecho tener problemas con las autoridades mucho antes de que los talibanes regresaran. En 2020 creó la página de noticias Roidadha, que sigue alimentando cada día en solitario, porque los dos reporteros y el fotógrafo con los que trabajaba huyeron o decidieron dedicarse a otra cosa.
“Cuando los talibanes volvieron, las mujeres se encerraron en casa. Yo no pude soportar la idea de perder de un plumazo 10 años de trabajo y esfuerzo y empecé de nuevo a trabajar, a cubrir protestas y a describir aquel caos. Y aquí sigo, aunque no reciba ningún dinero. He vendido muebles y joyas para poder seguir haciendo periodismo”, explica. Meena Habib desgrana su vida desde un distrito complicado de la capital afgana, donde viven muchos talibanes y ha habido atentados desde hace años.
“Salgo de casa cada día sin miedo para contar lo que está pasando. Voy a ruedas de prensa y a manifestaciones. Me muevo en coche y camino mucho porque no tengo dinero para taxis”, explica. En su barrio, que una mujer trabaje fuera del hogar está mal visto y, si además es periodista, las críticas y el recelo de los vecinos se multiplican. Ella es soltera y vive con sus padres, que nunca la han apoyado y sienten que “algo han debido hacer muy mal” cuando ven que su hija insiste en seguir siendo reportera. Dentro y fuera de casa, Meena Habib no lo ha tenido fácil en los últimos meses: los talibanes rompieron su cámara cuando grababa una manifestación de mujeres, le han impedido entrar en lugares públicos, le han golpeado y en un intento de arresto huyó y se hirió la pierna con un hierro. “No dije nada a mis padres y me curaba en secreto porque si lo llegan a saber me prohíben salir”.
Trabajar a escondidas y con pseudónimo
Según RSF, de los 11.857 periodistas que ejercían en agosto de 2021 en Afganistán, solo quedaban 4.759 doce meses después. En total, 219 de los 547 medios de comunicación afganos habían desaparecido un año después del retorno de los talibanes. Rukhshana es uno de los supervivientes. Zahra Joya, que fundó en 2021 esta página de noticias especialmente dirigida a las mujeres afganas, sigue viviendo con los horarios de Kabul y se levanta a las cuatro de la madrugada en Londres para editar y organizar la reunión diaria con su equipo en Afganistán. El primer tema de la videoconferencia siempre es el mismo: “Hay noticias que tal vez no podremos contar, pero no pasa nada. Vosotros sois más importantes”.
Trabajan a escondidas, muchas veces ni sus allegados saben a qué se dedicanZahra Joya, fundadora de Rukhshana
Ocho rostros sin nombre, seis de ellos de mujer, escuchan al otro lado del ordenador. Actualmente, son el motor de Rukhshana. De las impulsoras de la página en 2021, todas jóvenes periodistas que gastaron su dinero y su tiempo para sacar a flote el proyecto, no queda ninguna en el país. “Yo no tuve opción”, asegura tristemente Joya, un rostro conocido en el país tras una década trabajando en diversos medios. La mujer, de 30 años, salió de Kabul junto a cuatro miembros de su familia, gracias a la diplomacia británica.
“Ahora hemos tenido que incluir a algún hombre en la redacción por la situación. Todos son periodistas y tienen contrato. Pero trabajan a escondidas, muchas veces ni sus allegados saben a qué se dedican”, explica la reportera. Ninguno de los redactores accede a hablar con este diario. Ni siquiera preservando su identidad. Tienen mucho miedo y no quieren que una imprudencia desmorone el precario equilibrio que han construido durante estos meses.
Joya, que en los 90 se disfrazaba de niño para poder ir a la escuela primaria en un Afganistán gobernado también entonces por los talibanes, ha logrado recaudar casi 300.000 dólares en una campaña de micromecenazgo, que sirven para pagar a los empleados y registrar a Rukhshana como empresa en el Reino Unido. En 2022, la periodista fue elegida mujer del año por la revista Time y recibió, entre otros, el premio Llibertat d’Expressió de la Unió de Periodistes Valencians. “Son reconocimientos para todo el equipo. Para motivarnos, porque nuestra responsabilidad es seguir contando”, asegura.
Seguir contando es lo que motiva también cada día a Salma Niazi, fundadora de The Afghan Times, una página de noticias lanzada el pasado septiembre, un año después del retorno de los talibanes, viendo que “las mujeres eran expulsadas una a una de los medios de comunicación”. Diez reporteras, algunas de ellas bajo seudónimo, escriben diariamente informaciones en las que las protagonistas son las afganas. Niazi, que sigue trabajando en el proyecto desde un país vecino que desea mantener en secreto, se ha gastado todos sus ahorros para seguir sosteniendo este medio porque es la única manera que conoce “de seguir apoyando al país”. “En este momento no hay una mujer segura en Afganistán. No sé a dónde nos dirigimos, pero sin duda es un lugar terrible”, afirma.
Vigiladas, pero toleradas
Para Hamida Aman, fundadora y directora de Radio Begum, ese lugar terrible se vislumbra en las decenas de llamadas telefónicas de mujeres anónimas que las periodistas de su emisora atienden cada día en un programa en directo y a las que responden con apoyo psicológico, consejos de salud y asistencia espiritual.
Sabemos que en cualquier momento los talibanes pueden venir y decirnos ‘basta’Hamida Aman, fundadora de Radio Begum
“Estas emisiones son un barómetro perfecto para medir el ánimo de las mujeres, sus problemas y su desaliento. Vemos que el tono de estas llamadas es cada vez más desesperado y que las mujeres son más jóvenes, son adolescentes que ya no pueden más y prefieren el suicidio a seguir viviendo así. La depresión y la falta de esperanza han gangrenado la sociedad y han golpeado a las nuevas generaciones de afganas”, detalla Aman.
En Radio Begum trabajan 15 mujeres que aseguran no sufrir amenazas. “Somos vigiladas, pero toleradas”, resume la directora. “Las autoridades nos escuchan con atención sin intervenir. Pero sabemos que en cualquier momento los talibanes pueden venir y decirnos ‘basta’”, agrega. Aman asumió todos los salarios y gastos de la emisora durante más un año y desde marzo de 2022, recibe el apoyo de UNWomen, una agencia de la ONU para la igualdad de género y el empoderamiento de las mujeres.
“No trabajamos en secreto, todo es muy oficial y tampoco tenemos ningún contenido político. Probablemente eso sea lo que nos ha salvado”. Además de las llamadas en directo, la radio dedica seis horas al día a impartir clases, en darí y pastún, de diferentes asignaturas y niveles, destinadas a las mujeres, ya que los islamistas han cerrado las puertas de los centros educativos a todas las afganas mayores de 12 años.
Fawzia Sayedzada, de 30 años, nunca ha conocido un periodismo sin miedo. Desde que comenzó a ejercer no tiene pelos en la lengua para criticar a las autoridades, talibanas o no, y ha sufrido amenazas, intentos de secuestro y detenciones. Días antes de que los islamistas ocuparan de nuevo el poder, los criticó abiertamente en la televisión afgana. Un mes después, irrumpieron en su casa de Kabul, coincidiendo con las protestas de mujeres en las calles, y buscaron habitación por habitación pruebas de que estaba colaborando con “enemigos del régimen”. Esta conocida periodista de radio y televisión y excandidata a diputada terminó detenida junto a su hijo, entonces de 12 años, y, tras ser liberados, se sintió un animal acorralado.
Hemos luchado durante 20 años para tener nuestro lugar, para que la luz de la libertad de expresión no se extinga, pero ahora está totalmente en peligroMeena Habib, periodista afgana
Se mudó de casa varias veces, cambió de región y vivió escondida, pero seguía estando en peligro y poniendo en apuros a los suyos. “Aguanté hasta que pude y el 13 de abril de 2022 me fui a Pakistán. Tres meses después llegué a Alemania”, recuerda. En su país quedaron una hermana y dos hermanos, uno de ellos preso. “Es por mi culpa, por los comentarios que hice públicamente contra los talibanes cuando salí del país. Ellos no tienen piedad de nadie y volvieron para vengarse, no para gobernar”, explica, angustiada. Ahora, Fawzia vive con su hijo y otros tres familiares en una casa prefabricada de un campamento para refugiados de Berlín. No logra vencer el miedo ni superar la tristeza por no seguir ejerciendo.
“El mundo nos ha dejado solas, hemos luchado durante 20 años para tener nuestro lugar y para que la luz de la libertad de expresión no se extinga, pero ahora está totalmente en peligro”, lamenta Meena Habib desde Kabul.
Porque para estas periodistas, las imágenes de las maniquíes con la cabeza cubierta por orden de los talibanes pueden dar la vuelta al mundo, pero la noticia es otra. “El Gobierno no se preocupa por su pueblo que muere y prefiere cubrir esos rostros de muñecas. Reconozco que como afgana siento vergüenza y tristeza de que esto ocurra, pero también es verdad que los medios prestan atención a estas cosas, cuando hay tantas otras más importantes sucediendo en Afganistán...”, suspira Hamida Aman.
Puedes seguir a PLANETA FUTURO en Twitter, Facebook e Instagram, y suscribirte aquí a nuestra ‘newsletter’.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.