Pueblos indígenas maseual y totonaco pelean por la soberanía energética en México
Los habitantes de Cuetzalan batallan para producir su propia energía renovable y frenar macroproyectos del sector minero e hidroeléctrico. Ahora cuentan con el apoyo de una cooperativa que trabaja por la soberanía energética de los pueblos indígenas
La neblina de la mañana se disuelve en las colinas que rodean Cuetzalan, un municipio montañoso del Estado de Puebla, en el sudeste de México. El canto de los gallos acompaña los primeros rayos de sol, que se filtran por el tejado de paneles solares, rodeado de un jardín de palmeras y heliconias amarillas. “Este techo solar es un sueño hecho realidad porque nos permite producir nuestra energía y respetar el medioambiente”, cuenta Rufina Vila, mientras señala los 16 paneles solares del eco-hotel Tazelotzin.
Esta mujer de 66 años, con el cabello recogido en una larga trenza blanca y luciendo una tradicional camisa bordada, es una líder indígena del pueblo maseual y preside además una cooperativa local formada por un centenar de trabajadoras que, entre otras actividades, gestionan el pequeño hotel. Este camino a paso lento hacia la soberanía energética endulza años de batalla de los pueblos maseual y totonaco, amenazados por proyectos de hidroeléctricas, minería a cielo abierto y extracción de hidrocarburos a través del fracking o fracturación hidráulica.
En este camino lleno de obstáculos, los líderes comunitarios se empeñaron en producir energía de manera local y sostenible, un proceso en el que ahora cuentan con el apoyo de la cooperativa de energías alternativas Onergia, creada en 2017 en Puebla por un pequeño grupo de profesionales menores de 40 años con el objetivo de “colaborar con la sociedad hacia la transición y soberanía energética”.
Estaba cansada de trabajar solo para obtener beneficios. Queríamos que esta tecnología estuviera a disposición de personas de bajos recursosSofía Pacheco, cofundadora de Onergia
“La energía ha pasado de ser un producto de mercado a un bien común. Hemos empezado a preguntarnos qué es, por qué, para quiénes y cómo la queremos”, explica Sofía Pacheco, de 29 años, ingeniera industrial y cofundadora de Onergia. “De ahí nace nuestro trabajo con las comunidades: les preguntamos sobre sus necesidades, ponemos a su disposición tecnologías y brindamos talleres para que puedan proseguir independientemente”, agrega. “Nuestros valores son el asamblearismo, el respeto de la dignidad del trabajo y la desmasculinización del sector eléctrico” continúa Juliana Gómez, de 33 años, colega de Pacheco. “No es fácil, pero seguimos: somos la primera cooperativa mexicana de energías alternativas”, recalca.
Poder para los pueblos originarios
Pacheco y otro ingeniero, Orlando Huertas, llegaron a Cuetzalan en 2017 como empleados de una empresa de paneles solares. “Estaba cansada de trabajar solo para obtener beneficios. Queríamos que esta tecnología estuviera a disposición de personas de bajos recursos (...) Todo cambió cuando nuestro jefe nos mandó a Cuetzalan, donde participamos en la asamblea de 10.000 personas, que estaban en el clímax de sus luchas. Me impactó increíblemente”, recuerda.
En aquel momento, el movimiento social había conseguido parar la construcción de una línea de alta tensión de la Comisión Federal de Electricidad (CFE). “Hicimos una marcha y acampamos nueve meses en el lugar para estar seguras de que la empresa no iba a volver. Durante esta época, surgió la idea de producir nuestra propia energía”, explica Vila.
Un informe de expertos publicado hace un año concluyó que un 36.7% de los hogares en México sufre pobreza energética.
Meses después, Pacheco y Huertas renunciaron a su empleo para crear Onergia y empezar su proyecto en la Sierra Norte de Puebla, que se ha concretado en la puesta en marcha de paneles solares como los del pequeño hotel gestionado por la cooperativa de Vila. “Hacer una instalación que fuera estable a pesar de vientos y lluvias fue un reto”, admite Pacheco. La energía generada cuando hay sol sirve para cubrir las necesidades del eco-hotel y en los días nublados tienen que apoyarse en la línea eléctrica. Los recibos bimensuales han bajado de 7.000 pesos mexicanos (350 euros) a 500 (25 euros).
En Cuetzalan, las calles de piedra empinadas salpicadas de casas blancas y bermellón y puestos de comida llevan hasta el café de Tosepan Titataniske, que significa “Unidos venceremos” en la lengua náhuatl, una cooperativa activa desde hace 45 años, con más de 35.000 integrantes. “Gracias a los 22 paneles instalados en el tejado, ahora tenemos energía eléctrica también en época de tormentas, cuando normalmente hay apagones”, explica Rumberto Ramírez, responsable de mantenimiento del local.
En esta ciudad donde los apagones son frecuentes, hay un total de 160 paneles solares que también llegan a algunas casas particulares, lo que representa un verdadero desafío técnico y de formación de los habitantes para hacer que funcionen correctamente, admite Pacheco. Y el compromiso de Onergia con las comunidades locales también se concreta en talleres de electricidad e instalación de paneles para jóvenes. Antes de la irrupción de la pandemia de covid-19, participaron 27 personas, entre ellas Saturnino Moreno, Benito Hernández y Ocotlán Macari, que ya crearon su cooperativa de electricistas, llamada Tonalsi, que significa “pequeño sol”. “Siempre he tenido pasión por los trabajos eléctricos. A veces, nuestros clientes me miran raro porque soy mujer, pero mis compañeros siempre me apoyan”, explica Macari, de 24 años mientras abraza a su hija Sofía, de nueve meses.
Tras estos proyectos concretos late otro más mucho más ambicioso, el de reducir las desigualdades. Un informe de expertos publicado hace un año concluyó que un 36.7% de los hogares en México sufre pobreza energética. Es decir, más de 46,6 millones de mexicanos no tienen un acceso pleno a un suministro de calidad, sea productos combustibles o electricidad. “Tenemos que olvidar que los gobiernos vayan a resolver la crisis. Hay que poner el foco en los proyectos comunitarios que están dando las alternativas inmediatas y cuestionando el sistema, con resistencia a los megaproyectos. Es un cambio de paradigma que nace de los pueblos originarios que siempre han cuidado de los bienes comunes”, explica Carla Vázquez, de la Fundación Rosa Luxemburgo México, que ha trabajado en un proyecto para ubicar 700 proyectos alternativos de energía renovable comunitaria en áreas rurales y urbanas de nueve países de América Latina.
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