La desigualdad social y económica, las armas más letales que bloquean la lucha contra el VIH y el sida
Solo en 2021, la mayor parte de los 1,5 millones de nuevas infecciones que se produjeron se dieron entre las poblaciones más vulnerables y marginadas
Tal y como nos temíamos cuando surgió la covid-19, la pandemia ha tenido un impacto devastador en los avances de la lucha contra el VIH y el sida. Pero incluso antes del coronavirus ya estábamos rezagados en el logro de las metas fijadas para reducir las nuevas infecciones y muertes a causa del VIH. Ahora estamos muy lejos de cumplirlas.
Las vulneraciones persistentes de los derechos humanos y las profundas desigualdades de género nos impiden avanzar hacia el objetivo de acabar con el virus como amenaza para la salud pública en 2030. La mayor parte de los 1,5 millones de nuevas infecciones que se produjeron en 2021 se dieron entre las poblaciones más vulnerables y marginadas. Si bien en 2021 el número de personas en tratamiento antirretroviral vital ascendió a 28,7 millones, una cifra récord, sigue siendo preocupante que todavía haya cerca de 10 millones de personas en el mundo con el VIH sin tratamiento.
Cada dos minutos, una mujer joven contrae VIH
En el Día Mundial del sida, debemos reiterar nuestro compromiso de extender la respuesta a todas las personas que corren el riesgo de infectarse, especialmente a las comunidades más desatendidas. Por ejemplo, solo la mitad de los niños contagiados reciben el tratamiento vital que necesitan. Esto es inaceptable, y también lo es que, aun sabiendo cómo prevenirlo, sigan naciendo miles de niños con VIH.
Igualmente injusto es el impacto que tiene esta infección en niñas, adolescentes y mujeres jóvenes. Cada dos minutos, una mujer joven contrae este virus. Cuatro décadas después de que surgiera el virus de inmunodeficiencia humana, este sigue siendo la causa principal de muerte en mujeres en edad reproductiva, lo que es un indicador muy preocupante de la desigualdad de género en la salud mundial.
Contamos con las herramientas para prestar servicios efectivos de prevención y tratamiento a aquellos que más los necesitan, pero a demasiadas personas se les niega el acceso a ellos o los que reciben distan de ser óptimos. Pensemos en la cantidad de niños que reciben medicamentos antirretrovirales, pero con medicinas antiguas que son menos efectivas y tienen más efectos secundarios. Si a esto le sumamos el apoyo insuficiente que reciben para continuar el tratamiento, el resultado es que su supresión viral es menor. La respuesta a esta es más concreta. Junto con la ampliación de la cobertura del tratamiento, debemos acelerar la transición de los niños a la dosificación de los antirretrovirales más recientes basados en dolutegravir, un medicamento dedicado a tratar la infección por el virus de inmunodeficiencia humana. Esta formulación es más barata y ha demostrado ser más efectiva y mejor tolerada por los niños.
Además de asegurar que todas las personas en riesgo de infección tengan acceso a las mejores herramientas y enfoques médicos, debemos actuar con mayor determinación a la hora de hacer frente a los obstáculos relacionados con los derechos humanos, las desigualdades de género y de otra índole que aumentan la vulnerabilidad de las personas al VIH. Estas siempre han supuesto mucho más que un esfuerzo por acabar con un virus concreto.
Solo la mitad de los niños que viven con el VIH reciben el tratamiento vital que necesitan. Es algo inaceptable, como también lo es que sigan naciendo miles de niños con este virus
En ese sentido, la lucha contra el contagio del VIH sirve de inspiración y como plataforma para acabar con el resto de enfermedades infecciosas, tanto a las que nos enfrentamos ahora mismo, incluida la covid-19, como las que probablemente surgirán en el futuro.
A medida que la pandemia producida por el coronavirus evoluciona de una emergencia extrema a una lucha a más largo plazo, quedan muchas lecciones que aprender de nuestras cuatro décadas de lucha contra el VIH. Sobre todo, del hecho de que las pandemias como estas suelen seguir causando muertes y dificultades en las comunidades más pobres muchos años después de que en las más ricas la percepción de amenaza se haya reducido.
Fracasar a la hora de llevar estas luchas a término no solo cuesta millones de vidas, sino que alimenta el ciclo de pánico y abandono que ha caracterizado reiteradamente nuestra forma de prepararnos frente a pandemias. Mientras una de estas está causando estragos, prevenir la siguiente suscita una urgencia política. Pero en cuanto la amenaza inmediata disminuye, el impulso para invertir en una preparación más sólida se debilita rápidamente.
La mayor parte de los 1,5 millones de nuevas infecciones que se produjeron en 2021 se dieron entre las poblaciones más vulnerables y marginadas
La respuesta es combinar la tarea de ganar la batalla contra las pandemias existentes y prepararse para la próxima. Invertir en la ciencia para luchar contra los patógenos ayuda a combatir tanto los existentes como los que están por venir, sobre todo porque la mayoría de las nuevas amenazas de enfermedades infecciosas no son totalmente nuevas, sino que tienen su origen en enfermedades ya existentes. La covid-19, por ejemplo, vino anticipada por el SARS y el MERS.
Al aplicar este enfoque podemos proteger a todo el mundo de las enfermedades infecciosas más letales, tanto aquellas que actualmente están matando a personas, como el VIH, la tuberculosis, la malaria y la covid-19, como las que surgirán inevitablemente.
En un mundo donde los conflictos y el cambio climático están aumentando las amenazas de enfermedades infecciosas, no podemos disminuir el ritmo. Debemos trabajar más y de un modo más inteligente para acabar con las enfermedades infecciosas más letales y construir sistemas para la salud resilientes y sostenibles sin dejar a nadie atrás.
Así es como cumpliremos el sueño de conseguir una verdadera cobertura universal de la salud y la promesa de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. La lucha contra el VIH y el sida es el alma de este esfuerzo.
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