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Turquía se convierte en el nuevo basurero de Europa

Solo el año pasado, este país asiático importó 770.000 toneladas de plásticos de países de Europa y Norteamérica

Un niño en bicicleta se detiene frente a una planta de reciclaje de plástico en Adana, Turquía.
Un niño en bicicleta se detiene frente a una planta de reciclaje de plástico en Adana, Turquía.HRW
Andrés Mourenza

Si usted es un ciudadano responsable, tirará sus envases al contenedor amarillo. De media, cada español deposita anualmente 14,3 kilos de plástico en estos contenedores y la mayoría va a plantas de tratamiento dentro del territorio europeo. En cambio, hay una parte que no acaba en el destino correcto y es exportada al extranjero. Lo más probable es que termine en Turquía: con suerte en una planta de reciclaje, pero también podría estar ardiendo al borde de un camino.

“En 2021, Turquía importó 770.000 toneladas de plásticos. Nosotros lo llamamos basura, pero la otra parte los ve como materia prima”, explica Selahattin Mentes, presidente de la Asociación de Médicos en la provincia turca de Adana. En términos de importación de basuras, Turquía es toda una potencia. Cerca del 4% del valor económico de todas sus importaciones corresponden a residuos, y eso que, por sus propias características, se trata de productos que se venden barato. Los turcos compran sobre todo chatarra en Europa, Norteamérica, incluso en Venezuela. Pero también papel y cartón usado, barcos para su desguace y, cada vez, más plásticos.

Los países ricos pueden externalizar los costes sanitarios, ambientales y económicos de sus economías exportando sus residuos, en lugar de invertir en tratamiento de basuras
Human Rights Watch

Desde que China prohibió la importación de residuos plásticos en 2018, vistos los problemas medioambientales que acarreaban, otros países han ido tomando el relevo: Vietnam, Tailandia o Turquía, principal destino en Europa. Según cifras de Eurostat, la Unión Europea exportó en 2021, 33 millones de toneladas de desechos, casi la mitad a Turquía. La mayoría, 13 millones de toneladas, es chatarra, seguida de papel (433.000 toneladas) y plásticos, casi 400.000 toneladas: 300 veces más que en 2004. Y eso que las cifras de la agencia estadística ya no incluyen a Reino Unido, otra de las grandes potencias en generación de basura.

Una mujer que vive cerca de varias instalaciones de reciclaje de plástico en Adana observa cómo se quema una pila de desechos plásticos vertidos ilegalmente cerca de su casa.
Una mujer que vive cerca de varias instalaciones de reciclaje de plástico en Adana observa cómo se quema una pila de desechos plásticos vertidos ilegalmente cerca de su casa.HRW

A finales del año pasado, periodistas de la agencia Bloomberg colocaron chips de seguimiento en tres bolsas de plástico depositadas en contenedores de reciclaje de la cadena de supermercados Tesco en Londres. De una se perdió la señal, pero las otras dos llegaron a una planta de Polonia donde los residuos son clasificados y revendidos. Ahí se perdió el rastro de la segunda bolsa –se cree que terminó como combustible de una cercana cementera–; la tercera apareció a los dos meses junto a un almacén de la provincia de Adana, en Turquía.

Los países ricos “pueden externalizar los costes sanitarios, ambientales y económicos de sus economías de alto consumo exportando sus residuos en lugar de reducir el consumo o invertir en tratamiento de basuras”, se queja la organización Human Rights Watch (HRW) en un reciente informe sobre los costes de estas políticas en la salud en Turquía.

En Turquía, el sistema de gestión de residuos está en sus albores. No hay todavía costumbre de separar la basura en los hogares –aunque se empieza a hacer– y quienes lo hacen son los recolectores informales, habitualmente pobres entre los más pobres, y en muchos casos menores de edad, que buscan de contenedor en contenedor y luego venden lo que recolectan a empresas de reciclaje. Para las empresas que se dedican a este proceso, la basura que viene de la Unión Europea es más provechosa. Esta suele contener menos suciedad y, en ocasiones, ya ha sido clasificada según el tipo de plástico. Aun así, no todo se puede aprovechar.

A Turquía, buena parte de los residuos plásticos entran por el puerto mediterráneo de Mersin, donde son llevados en camiones a las zonas industriales de Adana, que concentra una de cada diez empresas de reciclaje con licencia de este país. Las procesadoras son, en general, pequeñas plantas poco mecanizadas. El plástico es seleccionado, triturado, fundido a temperaturas de hasta 275 °C, luego enfriado y convertido en bolitas que serán vendidas como plástico reciclado. Pero si el este material contiene impurezas, o si ya ha sido reciclado anteriormente, resulta más difícil de tratar. El ingeniero Bülent Sik, que fue condenado por revelar un informe sobre los altos niveles de toxicidad en la tierra y el agua de un área industrial de Turquía, describe que solo el 9% del residuo plástico se puede aprovechar. El resto se tira.

Residuos plásticos arrojados ilegalmente e incendiados cerca de instalaciones de reciclaje de plástico y un barrio residencial en Adana.
Residuos plásticos arrojados ilegalmente e incendiados cerca de instalaciones de reciclaje de plástico y un barrio residencial en Adana.HRW

En 2021, un informe de Greenpeace levantó la ira de muchos turcos. Sus análisis de la tierra en varios puntos de la provincia de Adana afectados por los vertidos de basura y quema de plásticos que no se llegan a reciclar mostraba la presencia de sustancias carcinógenas y peligrosas para la salud –dioxinas, bifenilos policlorados y metales pesados, entre otros– a niveles mil veces superiores a las muestras tomadas de terreno no contaminado. A los habitantes de Adana, el informe les confirmó sus peores sospechas, convivían a diario con el problema: campos, lindes, caminos y arroyos llenos de basura y envases de plástico rotulados en inglés, español o alemán. “Hemos encontrado productos de Reino Unido, España, Dinamarca, incluso de Israel y Marruecos, aunque no sabemos si viene de allí la basura o a través de la UE”, explica Mentes. “La llanura de Çukurova [la Cilicia histórica, que comprende las actuales provincias turcas de Mersin, Adana, Osmaniye y Hatay] es una de las más fértiles del mundo y uno de los principales centros de producción agrícola de Turquía. Y llevamos cinco años envenenándola”.

A raíz de las revelaciones, en mayo del año pasado, el Gobierno turco prohibió totalmente la importación de polietilenos, pero la presión de las empresas del sector hizo que el Ejecutivo diera marcha atrás y sustituyese el veto total por una serie de restricciones. Tras dos meses en que la importación de residuos plásticos cayó prácticamente a cero, volvió a retomarse y alcanzar niveles cercanos al récord.

Los habitantes de Adana convivían a diario con campos, lindes, caminos y arroyos llenos de basura y envases de plástico rotulados en inglés, español o alemán

Es cierto que las imágenes de basuras tiradas en los caminos y los campos se han reducido, reconoce Mentes. Sin embargo, explica que él y otros activistas han hallado más de una veintena de vertederos ilegales en la provincia de Adana: “Incluso basura importada enterrada bajo un campo donde luego se plantó trigo”. Y cree que también se está depositando en vertederos municipales.

El nuevo informe de HRW, que incluye entrevistas a numerosos empleados y exempleados de estas plantas de reciclaje, resalta que no se les ofrece material de protección, pese a estar expuestos a vapores tóxicos. Que la mayoría trabajan sin seguro ni contrato y muchos por menos del salario mínimo. “Hay un gran caldero donde se funde el material. Se debe añadir agua continuamente y suelta mucho vapor. Cuando lo inhalaba sentía que me estrujaban los pulmones. Dejé el trabajo hace dos meses, pero aún me cuesta respirar”, explica Ahmet, un extrabajador.

Europa debe hacerse cargo de su propia basura. No puede ser que mientras barre su patio, nos lance su basura
Selahattin Mentes, oncólogo

Periódicamente, se producen incendios en estas plantas de reciclaje, la mayoría de las cuales están situadas cerca de viviendas o instalaciones públicas como colegios o parques. Los ecologistas turcos sospechan que esto se debe a que a las empresas queman el plástico no reciclable, en lugar de enviarlo a hornos especializados, como indica la ley, algo que resulta económicamente más costoso.

Es un negocio lucrativo, denuncia HRW en su informe, al menos para los dueños, lo que ha atraído a nuevos empresarios. “Mi hermano y yo poseemos una tienda desde hace diez años y solo recientemente pudimos juntar el dinero suficiente para comprarnos una casa. En cambio, estos propietarios de plantas de reciclaje se pasean en coches caros y tienen mucho dinero. Esto hace que otros quieran unirse al negocio”, sostiene otro de los entrevistados.

El doctor Selahattin Mentes, oncólogo de profesión, lamenta que, desde el inicio de la pandemia, el Gobierno turco haya decidido dejar de publicar estadísticas demográficas de mortalidad y sobre sus causas, y arguye la necesidad de llevar a cabo un estudio en profundidad sobre cómo el reciclado de la basura importada impacta en la salud de los habitantes de Adana. Además, sobre todo, exige a los ciudadanos europeos replantearse sus políticas de reciclaje: “Europa debe hacerse cargo de su propia basura. No puede ser que mientras barre su patio, nos lance su basura”.

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